Pekín ha logrado lo que hace solo cinco años parecía imposible. La capital de China ha reducido su nivel de contaminación por debajo del objetivo marcado por el Gobierno en 2013, el año en que las imágenes de la metrópolis china devorada por una niebla tóxica dieron la vuelta al mundo.
‘Lo primero que hago cada mañana es abrir la cortina e intentar ver el cielo, luego miro en el móvil los niveles de contaminación para ver qué puedo hacer ese día. Es una rutina más, como desayunar o ir a la oficina; aprendes a vivir con ello’. Li Tao lleva viviendo diez años en Tongzhou, uno de los barrios periféricos de Pekín y, según cuenta, la polución del aire, que ha llevado a la capital china a aparecer de forma habitual en los listados de ciudades más contaminadas del mundo, ha condicionado las vidas de sus cerca de 22 millones de habitantes.
‘Pensamos en marcharnos cuando me quedé embarazada, pero mi marido no podía dejar su trabajo y al final decidimos aguantar. Organizábamos las salidas con nuestra hija en función de los niveles de contaminación. Si estos eran moderados o peligrosos nos quedábamos en casa y siempre que salíamos lo hacíamos con mascarillas’, asegura Li.
Los niveles a los que se refiere Li y que hoy son actualizados de manera regular por las autoridades chinas y la embajada estadounidense en el país, son los de las partículas de menos de 2,5 micras o PM 2,5, unas cien veces más finas que un cabello humano y con efectos perjudiciales para la salud. Según la Organización Mundial de la Salud, los niveles adecuados de estas partículas están por debajo de 10 y hasta un nivel de 25 se considera que no existe riesgo para la salud de una persona sin patologías previas.
Pekín, junto a otras ciudades chinas del Norte del país, experimentó un deterioro paulatino en la calidad de su aire paralelo al desarrollo de su economía, empujada en gran medida por industrias altamente contaminantes como son la del carbón, el metal o el cemento.
El punto álgido de esta tendencia se vivió en 2013 con el llamado ‘airpocalypse’ (unión de ‘aire’ y ‘apocalipsis’ en inglés). Hace ahora cinco años, los medidores de contaminación de la capital, preparados para señalar hasta el nivel 500, se dispararon hasta rozar el 800 y en otras ciudades, caso de Shenyang, en el Noreste del país, se alcanzaron concentraciones superiores a 1.200, una cifra que multiplicó en 120 veces la recomendada por la OMS.