Argentina: Los secretos de El Hoyo, el laberinto más grande de Sudamérica

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El proyecto tiene su origen en 1992 cuando Doris Romera y Claudio Levi se conocieron y soñaron con abrir un laberinto propio.

Doris explicó sobre esto: “Fue una idea de él, que ese día me dijo que su sueño era hacer un laberinto. En ese momento me acordé de la historia de mitología griega de Ariadna y Teseo. De ahí en más, nuestra historia de amor prosperó y nos fuimos a trabajar a Buenos Aires unos meses y cuando volvimos nos enteramos de un lugar donde iban a rematar los cipreses y los compramos. Ahí empezó el proceso de diseñar el lugar, que en un principio no estaba pensado como un atractivo turístico”.

«Pasamos noches sin dormir por el diseño, una parte la hice yo y la otra él. Hicimos pruebas de plantar los arbolitos y ver qué pasaba si los poníamos juntos, y ahí detectamos que tenía que haber una distancia prudencial en el ancho de los caminos por la proyección de la luz hasta abajo. El laberinto tiene 76 metros de ancho por 112 de largo y no está en un lugar plano, ese espacio lo tuvimos que limpiar era un monte impenetrable donde hubo un incendio. Fuimos comprando de a poco los terrenos, en esa época había tierra fiscal donde el municipio sacaba a la venta lotes. Ahora sería inaccesible hacerlo. Fue todo pasito a pasito y es una maravilla para nosotros cuando lo vemos. Ahora vivimos en una chacra y tenemos una plantación de manzana, membrillos, cerezos, de todo”, agregó.

Sobre cómo se gestó la idea, Doris recordó: «Cuando empezamos con la idea no teníamos ni Internet ni nada. Un amigo me trajo un libro de España llamado El poder mágico de los laberintos y ese fue el puntapié. Después, vimos la película El Resplandor y ahí calqué desde el televisor de tubo a ver cómo era un laberinto. A su vez nos planteamos que un laberinto no tiene que ser todo el tiempo caminos y caminos, y como somos de buscar analogías entre lo espiritual y lo real; y la vida no es continuo caminos y encrucijadas sino que tiene abiertos también, hicimos eso: hay una parte bastante sencilla y ahí salís a una plaza central y tenés entradas y ahí empieza la búsqueda. Una vez que entrás, tenés muchas posibilidades. Hace 3 años pusimos puertas reales que abrimos o cerramos, entonces la salida cambia, no es siempre el mismo el circuito de salida y eso es para que no sea siempre igual. Hay una plaza adentro; luego una pérgola y cuando salís, te encontrás con un estanque con peces de colores».

Al momento de describir su laberinto, dijo: «Los laberintos son vórtices de energía, la concentran. El nuestro tiene gente todo el tiempo y quien entra allí sale distinto porque aparece primero la sensación que te obliga al juego, y uno de grande pierde esa cuestión. Sin embargo, una vez allí no hay alternativa: te obliga a jugar de vuelta. Hasta el más escéptico sale con otra actitud porque la gente conecta, se encuentra con el otro y además disfruta del aroma que desprenden los arbustos, el sol, y hasta la lluvia. Es para todas las edades, no hay diferencias socio-culturales acá».

Con respecto al turismo que reciben diariamente, agregó:“Una de las cosas que más escucho de los visitantes es ‘volví a ser niño’, porque corren, compiten, y lo que hacen ahí es contacto con el alma que nunca deja el estadío de la espontaneidad, de la niñez. Cuando entrás al laberinto te olvidás de todo, corres, respiras y la gente se oxigena porque está en contacto con la naturaleza, acá están en juego todos los sentidos”.

«El año pasado vino el multimillonario Joe Lewis en su helicóptero, bajó con sus 81 años, se metió al laberinto y cuando salió vino a la confitería y al lado de él había una pareja de puesteros gauchos y él los saludó y conversó con ellos. Acá no hay diferencias, son todos iguales. El laberinto convoca a todo tipo de gente, a la unidad, somos todos seres humanos en este planeta, cuando todos estamos en este mundo que tratamos de buscarle la vuelta a la vida», manifestó en modo de anécdota.

En otro momento de la entrevista con Perfil recordó otra anécdota y expresó: «Vinieron 15 chicos y los guías se vendaron los ojos. Los no videntes iban con su bastón y fue una experiencia loquísima, los ciegos salieron rápido y ellos iban guiando a sus guías. Es un disparador de todo el laberinto, y nosotros estamos abiertos a cualquier movida inclusiva».

Doris y se esposo recalcan que al trabajar con la naturaleza tienen «una responsabilidad, no podemos agotar los recursos porque el suelo necesita un tiempo de regeneración a nivel biológico y anímico. Se necesita espacios de que no haya nada, sólo soledad y silencio sino lo mágico desaparece». Sobre esto remarcó: Nos presionan a tenerlo abierto todo el año y podríamos, porque funciona, pero decidimos que no. Hay que cerrar unos meses para que se recupere. Yo soy la dueña y lo cuido, no quiero explotarlo hasta que no quede nada».

La mujer explicó que durante la temporada trabajan 12 personas y relató emocionada que «entramos a la tarde al laberinto y nos damos cuenta que ya nos trascendió, es como una obra de arte y como tal ya no le pertenece al artista. El laberinto de alguna forma visibilizó el lugar, porque sino Chubut era sinónimo sólo de ballenas».

El laberinto se encuentra a 3 kilómetros de la ruta 40, en la Comarca Andina y se encuentra abierto desde inicios de diciembre hasta después de Semana Santa, y reabre por unos días durante las vacaciones de invierno.

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