El tráfico de especies exóticas y su riesgo epidemiológico no cesa, pese al Covid-19

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La incursión del ser humano en un medio en el que existe un equilibrio natural altera la composición de las especies que en él habitan. Ya sea a través de la caza furtiva, de la deforestación o del cambio climático, los ecosistemas sufren la acción de las personas, y este asedio puede desembocar en última instancia en un proceso conocido como zoonosis, que es la propagación de enfermedades de animales a humanos.

«Cuanto más contacto tengamos con animales salvajes, por ejemplo, a través del tráfico de especies y de la posterior comercialización ilegal de este tipo de animales, con el comercio, transporte y consumo que ello implica, más posibilidades hay de que esas enfermedades sean transmitidas a los humanos», explica la responsable del Programa de Especies de WWF España, Gema Rodríguez.

Tres cuartas partes de las enfermedades son de origen animal, es decir, aparecen por el proceso de zoonosis, refleja esta experta, por lo que muchos de los trastornos que conocemos se han manifestado en las personas al ser transmitidas por un animal. Ése podría ser el caso del coronavirus, que, a pesar de tener un origen todavía incierto, parece haber surgido por la propagación del virus de pangolines, como especie intermediaria, a humanos.

«A veces esta transmisión no es directa, sino que hay un animal intermediario,  como parece ser que es el caso del coronavirus, cuya transmisión no ha llegado, parece ser, desde el murciélago», indica Rodríguez.

«El papel que juegan los pangolines en la aparición del SARS-CoV-2 [la causa del Covid-19] aún no está claro. Sin embargo, es sorprendente que los virus de pangolín contengan algunas regiones genómicas que están muy relacionadas con el virus humano. El más importante de éstos es el dominio de unión al receptor que dicta cómo el virus puede unirse e infectar células humanas», evidencia el virólogo evolutivo Edward Holmes, que ha estado trabajando estrechamente con científicos de China y de todo el mundo para desbloquear el código genético del SARS-CoV-2.

La vida silvestre «contiene muchos coronavirus que podrían surgir potencialmente en humanos en el futuro», advierte Holmes en declaraciones recogidas por Infosalus. Invita a «prevenir la próxima» epidemia, reduciendo la exposición humana en el medio natural, «por ejemplo, prohibiendo los mercadillos y el comercio» de especies.

Durante años, el pangolín ha sido una fuente de carne y medicina tradicional en África y Asia, pero recientemente la demanda de escamas de este animal, utilizadas en la medicina tradicional de China y Vietnam para tratar diversos trastornos, ha aumentado. «Los fetos, las escamas y la sangre del pangolín se usan en la medicina, su carne se considera un manjar y los pangolines rellenos se venden como souvenirs», afirmaba el Worldwatch Institute en 2017.

El comercio internacional de las ocho especies existentes de este animal está prohibido desde ese año. Sin embargo, se trafica con pangolines a una escala «desmesurada, comparado con el nivel pasado», asegura Sarah Stoner, directora de inteligencia de la Wildlife Justice Commission.

World Animal Protection lanzó una campaña de recogida de firmas dirigida a los líderes de los países del G-20 para que apoyen una prohibición permanente del comercio de vida silvestre a nivel global con el fin de proteger la biodiversidad y prevenir futuras pandemias zoonóticas como la del coronavirus.

«El Covid-19 es una de las peores pandemias de origen animal a las que nos hemos enfrentado en un siglo», asegura la organización, que advierte de que «no será la última», a menos que se prohíba urgentemente cualquier comercio de animales silvestres en el ámbito mundial.

Antes de esta pandemia, ya se registraron otras enfermedades transmitidas de animales a humanos que tuvieron incidencia a nivel mundial. Es el caso del sida, cuyo origen, como recuerda Gema Rodríguez, «se sitúa en el contacto entre primates de selvas de África y humanos», aunque matiza que no se ha evidenciado de forma 100% certera cómo se propagó el VIH.

«El ser humano, de alguna manera, entra en contacto con las especies, ya sea porque va a cazar o porque está deforestando los bosques», recalca la experta. «Decir que el ébola o el sida aparecen por el tráfico de especies directamente es demasiado, porque no se tiene tanto conocimiento. Pero sí que es porque aumenta el contacto del ser humano con esas especies por motivos como el tráfico», argumenta la responsable del Programa de Especies de WWF España.

En este momento, «nos encontramos ante una crisis de salud pública que en realidad está directamente vinculada a una crisis de la salud del planeta y de pérdida de biodiversidad», afirma el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) en el informe Pérdida de naturaleza y pandemias.

Y es que, en los hábitats bien conservados y con variedad de especies, los virus se propagan, aunque «hay especies que bloquean su dispersión y predadores que eliminan a los enfermos», según argumentaba el secretario general de WWF en España, Juan Carlos del Olmo, en una entrevista en La Vanguardia. El peligro reside, entonces, en la «destrucción de los ecosistemas».

Gema Rodríguez refleja que este fenómeno se observa en Estados Unidos con la enfermedad de Lyme, que se transmite a través de las garrapatas. En este país, han ascendido «los casos de esta enfermedad en humanos», porque aumentó el número de roedores, en concreto zarigüeyas, que eran los que «portaban las garrapatas». De esta forma, el ser humano «alteró este equilibrio de depredador-presa, por lo que proliferaron los roedores, que portaban más garrapatas, y por tanto hubo más infecciones a humanos».

Además, existen mecanismos más complejos, como el cambio climático, en los que la pérdida de biodiversidad provoca que se expandan enfermedades infecciosas. Este fenómeno influye de dos maneras, tal y como explica a este diario la experta de WWF. La primera se refleja en el cambio de temperatura en ambientes que no suelen estar acostumbrados al calor, como es el caso de las zonas más elevadas y frías de África. El aumento de temperatura hace que los mosquitos que transmiten enfermedades como la malaria o el dengue, que antes no podían sobrevivir en ese entorno, acaben reproduciéndose. Generan «poblaciones más grandes y, por lo tanto, transmiten más estas enfermedades», dice Rodríguez.

Pero también hay una segunda problemática: el deshielo. Esta transformación del medio «está haciendo que se derrita en capas superficiales o capas de permafrost, que es la superficie del suelo que se está helado en determinados climas, en el Ártico». La portavoz de WWF aclara que esta superficie «no llega a ser un iceberg o una masa de hielo», sino que se trata del estrato de suelo congelado más superficial.

Al retirarse estas capas heladas, se ha detectado cómo virus de animales «que llevaban décadas» sumergidos en esa superficie congelada «empiezan a liberarse y a propagarse». De hecho, en 2016 se produjo un brote de ántrax en Siberia, porque se derritieron las capas de permafrost y se liberaron bacterias de cadáveres de renos infectados en la Segunda Guerra Mundial.

Según informes de Naciones Unidas e Interpol, los delitos medioambientales se sitúan como el cuarto negocio ilegal más lucrativo a nivel mundial tras el tráfico de drogas, la falsificación de productos y el tráfico de personas. Sus ganancias se estiman entre 91.000 y 258.000 millones de dólares al año, a un ritmo de crecimiento también anual del 5 al 7%.

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