Se encontraron cuatro ejemplares de esta nueva especie de tortuga, denominada Waluchelys cavitesta, al sudeste de la provincia de San Juan, en la localidad Balde de Leyes. A partir de su estudio, se revelaron nuevos aspectos sobre el origen del caparazón de estos animales.
A partir del descubrimiento de estos cuatro especímenes, se pudo reconstruir de forma casi completa el caparazón de esta tortuga de fines del Triásico, la cual convivió con el primer dinosaurio gigante del que se tiene conocimiento –Ingentia prima-, como así también con antecesores de los cocodrilos y de los mamíferos.
La doctora Juliana Sterli, investigadora del Museo Egidio Feruglio (MEF) y del CONICET, comentó a la Agencia CTyS-UNLaM que “esta nueva especie está entre las tortugas más antiguas que se conocen y su estudio nos aportó datos sobre cómo se originó su caparazón”.
“El origen del caparazón en las tortugas es uno de los temas más cautivadores de la evolución de los tetrápodos (vertebrados con miembros) y, en esta especie, se observa una estructura inesperada y que es absolutamente nueva: las placas que conforman la periferia del caparazón tienen unas cavidades internas”, indicó Sterli, autora principal del estudio publicado en la revista científica Papers in Palaeontology.
Su nombre Waluchelys significa tortuga en lengua diaguita (walu) y en griego (chelys), en tanto que “cavitesta” hace referencia, justamente, a esta particularidad de tener cavidades internas (cavum) en su caparazón (testa).
El tamaño de esta tortuga antigua rondaba los 40 centímetros. El doctor Ricardo Martínez, investigador del Instituto y Museo de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de San Juan (IMCN) y del Centro de Investigaciones de la Geosfera y la Biósfera (CIGEOBIO), relató que “el descubrimiento del primer ejemplar se hizo en 2015 y los restantes fueron en campañas sucesivas en 2017 y 2018”.
A partir de estos cuatro especímenes, se pudo reconstruir gran parte de su caparazón, de su cintura pélvica, de su cintura escapular (lo que sería la articulación de su hombro) y parte de su cráneo. Este animal existió a fines del Triásico, ya muy cerca del límite con el periodo Jurásico que comenzó hace unos 200 millones de años.
“En el yacimiento donde fueron encontradas estas tortugas, Balde de Leyes, pudimos encontrar toda una fauna y flora desconocida a nivel mundial. Allí, hallamos desde animales muy pequeñitos, del tamaño de un ratón, a otros grandísimos de muchos metros y toneladas de peso como el caso de Ingentia prima, esta famosa especie que mostró que el gigantismo en dinosaurios comenzó 30 millones de años antes de lo que se pensaba hasta que la dimos a conocer en 2018”, aseveró Martínez.
Estas pequeñas tortugas convivieron con dinosaurios depredadores como el Lucianovenator bonoi, el cual tenía unos dos metros de longitud. Además, compartieron hábitat con esfenodontes, antecesores de los cocodrilos y antecesores de los mamíferos.
El doctor Ignacio Cerda, investigador del Instituto de Investigación en Paleobiología y Geología de la Universidad Nacional de Río Negro (IIPG-CONICET, UNRN), observó que los tejidos que quedaron preservados en esas placas periféricas, es decir, las que bordean la circunsferencia del caparazón, son diferentes que en cualquier otra placa periférica que se haya conocido hasta el momento.
“Cuando surgen las tortugas, las placas que conforman el caparazón no son iguales en todos los grupos. Waluchelys ilustra claramente el importante grado de variación que puede ocurrir en un tipo particular de placas, en las periféricas. Por un lado, la microestructura del hueso que las compone indica que se formaban íntegramente mediante la mineralizacíon de tejidos preexistentes, particularmente de la dermis, similar al reportado en dinosaurios acorazados. Por otro lado, las cavidades internas, cuya función es de momento desconocida, no aparecen en ningún otro tipo de tortugas conocidas hasta el momento”, aseveró Cerda.
La doctora Cecilia Apaldetti mencionó a la Agencia CTyS-UNLaM que “este hallazgo muestra parte del trabajo de campo que venimos realizando desde hace unos años en la localidad Balde de Leyes, la cual nos muestra una ventana al pasado, no solo con la flora y la fauna que había en ese momento, sino también del ambiente que es completamente diferente al actual”.
“Todo este paleoecosistema es único en el mundo y podemos reconstruirlo también gracias al apoyo de la secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación de San Juan y de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica”, comentó la investigadora del IMCN-UNSJ y del CONICET.
Las tortugas más antiguas del hemisferio sur
La paleontóloga Juliana Sterli contó que Waluchelys cavitesta está muy cerca del origen de las tortugas. “Ya se conocía una especie del Triásico de la provincia de La Rioja, Palaeochersis talampayensis, la cual era un poco más antigua, de la Formación Los Colorados que tiene unos 213 millones de años de antigüedad aproximadamente”.
Se estima que estas tortugas ancestrales no retraían la cabeza ni las patas como lo hacen las tortugas actuales dentro del caparazón, porque tenían otra constitución. “Siempre intrigó a los investigadores cómo se conformó este caparazón, porque en el registro fósil había animales sin caparazón y, luego, de repente, aparecían animales con caparazón”, contó Sterli.
Había una discrepancia de si esta estructura de protección había aparecido de forma repentina en las tortugas o si habrían existido especies que indicaran un cambio gradual. La especialista precisó: “Finalmente, en los últimos años, se han conocido especies en el linaje de las tortugas que tenían costillas ensanchadas, y algunas hasta poseen un plastrón (parte ventral del caparazón) que darían lugar, millones de años después, a lo que sería el caparazón como se observa en las primeras tortugas, entre las cuales se encuentra Waluchelys cavitesta”.