Guardianes voluntarios salvan al tordo amarillo en los pastizales argentinos

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En pleno noviembre de 2020 el sol pegaba fuerte en los pastizales de Corrientes, provincia del noreste argentino. La sensación térmica rozaba los 40 grados centígrados, pero no detenía el trabajo de la bióloga Florencia Pucheta y una decena de técnicos y voluntarios que la acompañaban. Cada primavera montan carpas, durante dos meses y medio, al lado de los nidos del tordo amarillo (Xanthopsar flavus). Lo hacen desde hace cinco años, desde que se propusieron cambiar la realidad de una de las aves más amenazadas en el sur del continente.

A inicios del siglo XX las expectativas para esta ave eran muy distintas. Las tempranas expediciones del ornitólogo estadounidense Walter B. Barrows dieron cuenta de la especie en buena parte del litoral argentino. Era posible encontrarla desde la provincia de Misiones hasta Buenos Aires. Con el tiempo, la intensificación de la actividad agropecuaria redujo su hábitat natural a solo dos puntos, separados por 600 kilómetros: la localidad Gualeguaychú, al sur de la provincia de Entre Ríos y la cuenca del río Aguapey en el noreste de Corrientes, donde trabaja Pucheta.

Aislados en dos bloques, la disminución poblacional del tordo amarillo se aceleró durante la última década. El cambio de uso de suelo a partir de la explotación forestal, el negocio de la soya y la actividad ganadera provocaron la desaparición de muchas colonias asentadas en pastizales y bañados. En 2015, investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) junto con la organización Aves Argentinas realizaron un monitoreo para actualizar la información recogida diez años atrás. “La población se había reducido en un 80 %. Detectar que solo quedaban entre 600 y 1000 individuos en todo el país nos planteó un escenario crítico”, sostiene Adrián Di Giacomo, investigador del Conicet, del Laboratorio de Biología de la Conservación del Centro de Ecología Aplicada del Litoral (CECOAL) y uno de los propulsores del programa Guardianes de Colonia del Tordo Amarillo.

Los datos obtenidos no dejaban margen de duda. Había que implementar una estrategia inmediata de conservación pero el gran interrogante fue determinar en qué fase se focalizaría el trabajo. Evaluando el comportamiento de los tordos, Aves Argentinas y los científicos de Conicet identificaron que había un bajo éxito reproductivo: de cada 100 huevos apenas sobrevivían cinco pichones en Entre Ríos y 10 en Corrientes. La vulnerabilidad de los nidos a predaciones, cambios de uso del suelo y parasitismo de cría complicaban el crecimiento poblacional.

tordo amarillo

Atención prioritaria para los nidos

La necesidad de proteger los nidos y asegurar la supervivencia del mayor número de pichones los llevó a adoptar el sistema de Guardianes de Colonias, implementado con éxito en la conservación del Macá Tobiano en la región patagónica. Este sistema involucra a voluntarios amantes de la naturaleza, productores locales y profesionales especialistas. Hubo que adaptarlo a las características de la especie y las circunstancias del espacio. “En la Patagonia te morís de frío, acá de calor”, agrega Di Giacomo.

Florencia Pucheta lo sabe mejor que nadie. Ella coordina el laborioso trabajo en campo de los Guardianes de Colonias. Desde el 2015, pasa el último trimestre de cada año monitoreando la etapa reproductiva de los tordos amarillos. Las labores arrancan en octubre, con la detección del armado de los nidos. “Recorremos toda la zona donde se tiene registro histórico de la especie. La gente local apoya, avisándonos si los vieron. Es importante ubicarlos rápido porque nidifican de forma sincrónica, en diferentes puntos al mismo tiempo. Si llegamos tarde a uno, nos perdemos información”, refiere.

El equipo de conservacionistas también vuelve a los lugares donde trabajaron el año anterior. Los tordos son filoprácticos, es decir, tienen tendencia a nidificar en los mismos territorios. Claro, siempre y cuando estos no hayan sido destruidos por actividades humanas intensivas. La búsqueda implica un despliegue importante en territorio, solo en la campaña del 2019 los guardianes recorrieron, en vehículos, 8000 kilómetros en Entre Ríos y 10 700 kilómetros en Corrientes.

Una vez identificadas las colonias reproductivas, se asientan los campamentos en los alrededores. Cada equipo conservacionista está integrado por cinco o seis personas. La intención es hacer el seguimiento diario hasta cerrar el ciclo: cuando los pichones alcanzan independencia de movimiento, usualmente a fines de diciembre.

Una de las acciones más importantes es la intervención de los nidos para protegerlos de culebras, zorros, aves rapaces y otros predadores. La protección debe ser poco invasiva para que el tordo la acepte y no abandone el nido. “Cuando los tordos están incubando, y tienen el nido con huevos, son mucho más susceptibles. Lo que hacemos es cercar el nido con una media sombra para evitar que se acerquen los predadores terrestres, pero no podemos cubrir arriba porque los padres no lo aceptan”, describe Pucheta.

La científica aclara que el sistema de protección varía cuando los huevos se rompen. En esta fase, con los pichones pidiendo alimento, se coloca una barrera más restrictiva. Entre voluntarios y técnicos arman un cilindro de malla metálica con agujeros pequeños para evitar la intromisión de predadores. La parte superior del nido también es enrejada, pero se deja una pequeña abertura donde solo caben los 19 cm de longitud del tordo adulto. En esta etapa, según comenta Pucheta, a los tordos se les complica trasladar el nido con pichones, así que aceptan las nuevas condiciones.

El manejo de los nidos exige paciencia y rigurosidad. Agustina Torretta, traductora de formación y amante de la naturaleza, se sumó al proyecto en 2018 gracias a una convocatoria vista en redes sociales. Afirma que la mayoría de voluntarios aprenden en el terreno y, con el apoyo de coordinadores y técnicos, realizan las tareas de manejo esenciales del proyecto. Buscan los nidos, contabilizan el número de huevos, pesan a los pichones y revisan las cámaras trampa para identificar predadores y monitorear la actividad. “Trabajar en estos meses [entre octubre y diciembre] es duro por el calor, pero lo más lindo es que no hay una rutina establecida. Siempre hay algo nuevo por hacer”, sostiene Torretta.

Seguimiento sostenido

Los guardianes permanecen en el campo hasta fines de diciembre o principios de enero, cuando ya los últimos pichones pueden desplazarse por sí solos de los nidos. Antes de eso, los equipos se aseguran de colocar anillos de colores en las patas para poder seguirlos a distancia en el invierno con binoculares o monóculos. “Los anillos también nos ayudan a identificar, al año siguiente, cuántos individuos lograron sobrevivir”, refiere Pucheta.

El abandono de las colonias y la llegada de las bajas temperaturas marca el inicio de la nueva etapa. En estas recorridas invernales los investigadores y observadores locales identifican los lugares donde pasan los tordos amarillos el resto del año. Pucheta sostiene que, si bien no son aves migratorias, es común que se desplacen a zonas vecinas en busca de comida.

El seguimiento al tordo amarillo se fue perfeccionando con el tiempo. En 2019, por primera vez, colocaron 13 radiotransmisores en tordos adultos. Fue una operación sutil para no generar incomodidad. “Los tordos pesan 40 gramos y el tamaño del transmisor no debe ser mayor al 5 % del peso del animal”, explica la científica. Siguiendo esa pauta, colocaron los pequeños dispositivos con cintas en cada ejemplar. A los dos meses, el tiempo que dura la batería del transmisor, las cintas se desgastan y caen solas.

A través de las frecuencias de radio los investigadores pueden tener datos concretos del uso del hábitat. Muchas veces no resulta tan sencillo seguirlos con observación a distancia pues, en invierno, los ejemplares juveniles tienden a mezclarse con los de otras colonias, formando bandadas numerosas.

Si bien aún está en marcha un nuevo estudio poblacional, el éxito reproductivo ha tenido un fuerte incremento desde la implementación de las medidas de manejo en 2015. Según el informe 2019, publicado por Aves Argentinas, los nidos protegidos registraron un 81 % de éxito frente a un 24 % de nidos que no recibieron protección. “Nos da mucha esperanza. Que crezcan más pichones habla de un aumento poblacional. Estamos trabajando en la medición para tener la dimensión exacta”, apunta Pucheta.

El investigador Adrián Di Giacomo considera que los resultados obtenidos en los últimos cinco años avalan la intervención en el ciclo natural. Señala que, inicialmente, no fue fácil consensuar esta medida. “Es un proyecto que requirió mucho cuidado. Si tuviera un éxito muy pequeño en relación al éxito natural, uno evaluaría si debía continuarlo. Pero aquí se ve efectividad”, anota.

El director de Conservación de Aves Argentinas, Rodrigo Fariña, remarca la importancia de la intervención que se viene haciendo desde 2015 con el tordo amarillo. “A veces las especies necesitan acciones de manejo activas. Si vos no metés la mano, los perdés. Este fue uno de esos casos”, apunta.

Aunque los buenos resultados no suponen la extinción de las amenazas, los involucrados en el programa Guardianes de Colonias saben que no deben bajar la guardia y deben seguir buscando estrategias para amortiguar los daños.

El parasitismo de cría es una de las amenazas más complicadas de erradicar por su carácter biológico y su relación con la intensificación de la industria agroganadera pero, ¿en qué consiste?

El tordo renegrido (Molothrus bonariensis), una especie parásita en expansión, deposita sus huevos en nidos del amarillo para que sean incubados. “Este parasitismo puede tener un costo alto para la especie que aloja”, menciona la bióloga Florencia Pucheta. El renegrido suele picotear los otros huevos para evitar que nazcan y que así sus pichones ganen la competencia en la etapa de alimentación.

Ante este escenario, el equipo de guardianes del tordo amarillo aminoran el impacto del parasitismo impidiendo que se desarrollen los huevos foráneos. “Solemos retirarlos con mucho cuidado, ya que la hembra de tordo amarillo puede asumir que esa falta de huevos es una predación y abandona el nido”, explica la especialista.

Pero el problema es mayor. La expansión de la agricultura y ganadería intensivas favoreció el crecimiento de las poblaciones de renegridos, ya que estos se alimentan de las semillas usadas en tales actividades. Según la información recogida por los investigadores de Conicet, actualmente el 70 % de los nidos de tordo amarillo son parasitados. Esta compleja convivencia se vive en las provincias de Corrientes y Entre Ríos, donde la actividad productiva transformó los hábitats originales de los tordos y ahora son zonas intervenidas por el humano.

tordo amarillo

La transformación del hogar

En diciembre de 2018, cuando Agustina Torretta viajó de Pilar —provincia de Buenos Aires— rumbo a Gualeguaychú —Entre Ríos— para sumarse al equipo de Guardianes de Colonias pensó que llegaría a una zona silvestre. La realidad la impactó, “me sorprendió que estuviéramos trabajando con campos tan modificados. Mi expectativa era trabajar en reservas naturales, lugares que no estuvieran tan antropizados. Me sorprendió que los tordos hicieran nidos al lado de campos de trigo y soya. Eso da pauta de lo amenazados que están sus hábitats”, cuenta la voluntaria.

Los últimos refugios que el tordo amarillo tiene para reproducirse en Argentina —tanto en Gualeguaychú como en la cuenca del río Aguapey— se encuentran en campos privados. Bajo estas condiciones, Rodrigo Fariña, director de Aves Argentinas, considera que es importante la comunicación con los dueños de estas áreas. “Para entrar al campo, y que se instalen los guardianes, se necesita el permiso del productor. Con los años, esta articulación se ha ido afinando”, refiere. Hoy, hay empresarios agropecuarios que avisan a los guardianes sobre la aparición de nidos, muestran buena disposición durante los campamentos e incluso facilitan la logística del programa de conservación.

La relación con los productores tiene el antecedente de la Alianza del Pastizal, una plataforma multisectorial, nacida en 2006, que promueve la conservación de estos hábitats y su biodiversidad en el sur del continente. Que la Alianza tenga al tordo amarillo en su logo no es casualidad. “Al hablar de una especie amenazada uno aborda también la problemática que la trasciende. La situación del tordo amarillo nos habla de las afectaciones que han tenido los pastizales naturales en Argentina”, señala Fariña.

Atraídos por el precio de la soya, el maíz y la actividad forestal —principalmente de eucaliptos y pinos— los dueños transformaron el uso del suelo en las últimas décadas. Según la Alianza, se estima que un millón de hectáreas son transferidas anualmente desde la ganadería extensiva hacia producciones más intensivas, en perjuicio de los pastizales naturales del Cono Sur.

Esta transformación afecta directamente a las 540 especies de aves silvestres registradas en estos hábitats. Dentro de ellas, el caso del tordo amarillo es uno de los más críticos y, hasta la década pasada, poco explorados. Gracias a las investigaciones realizadas por el equipo de Adrián Di Giacomo y Florencia Pucheta se pudo tener un panorama real de su situación. En 2019, la especie —que a nivel global también se encuentra en Uruguay, Brasil y Paraguay— cambió su estatus de Vulnerable a En Peligro en la Lista roja de la UICN. En Argentina figura en Peligro Crítico.

Para Adrián Di Giacomo, los pasos dados en la conservación del tordo amarillo han sido importantes ya que consiguieron unir a diversos actores. Hay gestos que demuestran el cambio: cada vez más productores dispuestos a modificar sus periodos de quemas para no coincidir con los tiempos de nidificación; municipios locales como Santo Tomé (Corrientes) declararon el proyecto como “de Interés Municipal”; y el tráfico ilegal de la especie ha tenido una fuerte disminución por la presencia continua de los Guardianes de Colonias en el campo.

Metas de conservación

Durante 2020, las restricciones impuestas para mitigar la expansión de la pandemia del COVID-19 dificultaron el curso regular del proyecto. Ante la imposibilidad de reunir a voluntarios de distintas partes del país, los coordinadores priorizaron el trabajo con el capital humano de cada localidad.

Clubes de observadores de aves, ONG y asociaciones de vecinos trabajaron en la zona para monitorear la fase reproductiva del tordo amarillo. “Siempre estuvieron involucrados, pero este año [2020] se han puesto fuerte la camiseta. Por eso es importante trabajar en red. Hoy los operadores locales están sosteniendo el trabajo de campo”, dice Florencia Pucheta.

Los incendios en bosques, humedales y pastizales también marcaron el 2020. Según un análisis del Instituto Nacional de Investigaciones Especiales de Brasil (INPE), que evalúa los focos calientes en América del Sur, en Argentina hubo más de 70 000 focos de incendio durante el año pasado. Corrientes y Entre Ríos, las provincias que albergan a los tordos, no estuvieron exentas de estas prácticas. El equipo de científicos se alista para registrar y medir las consecuencias de los incendios: “fue un año difícil a nivel ambiental. La sequía fue tremenda. Vía satélite hemos visto que se han afectado los bañados”, acota el investigador Adrián Di Giacomo.

A pesar de esto, los contratiempos no alteraron las expectativas trazadas por el equipo de Guardianes. Con el trabajo de nidificación en marcha, en los próximos meses se enfocarán en analizar posibles cruces entre las dos poblaciones de tordos en Argentina y sus vecinos de Paraguay y Uruguay. “La migración suele servirles para hacer parejas de diferentes colonias y así mantener la variabilidad genética. Es importante que analicemos ese mecanismo”, agrega el especialista.

Además de los planes trazados, hay un sueño que los mueve. “Queremos generar un área protegida para el tordo amarillo, como se logró con el macá tobiano”, confiesa Di Giacomo. No apuntan a un parque nacional, sino a delimitar las áreas que los tordos usan para la reproducción y evitar las intervenciones en el terreno. Mientras tanto, trabajan para no tener que llegar a criar individuos en cautiverio para reintroducir y es que, pese a las amenazas, dos poblaciones de tordo amarillo aún vuelan libres en estado silvestre. El trabajo de los Guardianes de Colonias está demostrando que es posible seguir viendo a esta ave volando en libertad.

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