Bosques maduros, pequeñas vacunas contra el calentamiento global

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Crisis que tienen que ver con nuestra actividad y a las que se les añaden cada vez más efectos del cambio climático. ¿Cómo lo podemos remediar? Encontrando, conservando, gestionando y potenciando los pequeños reductos de resistencia que hay distribuidos por todo el territorio y que actúan como pequeñas vacunas contra las crisis: los bosques maduros.

En general, hablamos de un bosque maduro cuando se trata de hectáreas de paisaje que han evolucionado libremente sin mucha huella humana y libres de fenómenos extremos como los huracanes o los incendios; unas condiciones que les ha permitido establecer unas dinámicas de la fauna y la flora únicas y disfrutar de árboles viejos y de tamaño excepcional.

Justamente estas cualidades son el punto clave ante la lucha contra el cambio climático, nos explica el investigador del CREAF y experto en bosques maduros Jordi Vayreda: “Aparte de soportar una alta biodiversidad, estos bosques mantienen mejor la humedad ambiental y resisten más eficazmente la sequía y la erosión. Asimismo, la propia humedad, la madera gruesa y la diversidad de tamaños y formas de los árboles ayudan a que los incendios que llegan no sean tan catastróficos. Además, incluso en las etapas más maduras, los bosques maduros siguen capturando dióxido de carbono de la atmósfera”.

En la misma línea, Lluís Comas, técnico del CREAF, añade que “los bosques maduros se generan grandes cantidades de madera muerta -en tierra o en pie- de árboles que ya han muerto de viejos y que son el refugio y el alimento de muchas especies de invertebrados que representan el 99% de la biodiversidad animal del bosque.

La gente asocia esta madera muerta con más plagas y es más bien lo contrario, porque cuanta más diversidad aparece, más depredadores que las controlan hay”. Si localizamos toda esta capacidad de resistencia en diferentes puntos del territorio, será como irlo vacunando delante los cambios.

Desgraciadamente, los expertos nos explican que esta situación es muy difícil de encontrar en la Península ibérica, ya que “no hay ningún bosque que haga unos 200 o 300 años que no tocamos para hacer aprovechamientos. Sin olvidar que la región mediterránea es muy seca y favorable a los incendios. Un bosque de pino necesitaría 400 años o más para llegar a un estado maduro y es casi imposible que en tanto tiempo no queme”, según Vayreda.

Asimismo, advierten que influyen las condiciones ambientales donde crece el bosque. Un mismo árbol puede tardar 300 años en convertirse maduro en un suelo profundo y rico en nutrientes y mucho más en un suelo pobre.

¿Qué hacemos, entonces? Arquitectos del envejecimiento forestal Si bien no existen bosques maduros estrictamente en la Península -y, de hecho, hay muy pocos en toda Europa-, sí existen dos figuras alternativas que se le acercan y a las que debemos dirigir los esfuerzos: los rodales maduros y algunos bosques singulares. Existen pequeños reductos que cumplen buena parte de las características de un bosque maduro, que conocemos como rodales maduros. Eso sí, los números en estos casos tampoco son esperanzadores: en el mediterráneo, de todos los rodales de bosque existentes, menos de un 1% son maduros.

Lluís Comas añade que “también está el caso de algunos bosques singulares, que sólo cumplen algunas de las propiedades de madurez, pero que tienen más extensión. Un buen ejemplo sería una antigua dehesa abandonada hace muchos años, que todavía mantiene los árboles viejos y se combinan con el nuevo bosque joven que va avanzando”.

Catalunya ha sido pionera en España en localizar y caracterizar los bosques singulares y los rodales maduros y algunos proyectos cuentan ya con más de quince años de trayectoria, como son los inventarios forestales de La Garrotxa, Alt Pirineu y el Montseny. Justamente en cuanto al macizo del Montseny, la ingeniera forestal del Parque Natural, Anna Sanitjas, nos advierte de la poca cantidad de rodales maduros que quedan, “sólo un 0,02% en el último inventario de 2020”.

El primer trabajo exhaustivo que cataloga estos bosques singulares apareció en 2011 con el nombre de Inventario de los Bosques Singulares de Catalunya, y se coordinó desde el CREAF por encargo de la Generalitat. Más recientemente, en diciembre de 2020, se ha presentado el informe del Estado de la Naturaleza en Catalunya 2020, que dedica un espacio especial a evaluar el estado de madurez de nuestros bosques. Según este documento, en una escala del 1 al 10, los bosques han pasado de tener un grado de madurez de 1,8 a 2,3 en los últimos 25 años (datos todavía muy mejorables).

Sin embargo, eso no es todo. No sólo tenemos que encontrar y tener cuidado de los bosques -o los rodales – maduros. Si Mahoma no va a la montaña… Si no tenemos muchos bosques o rodales maduros, sí que podemos gestionar y restaurar los bosques para conseguir las características de madurez. “Los bosques que están en un nivel de pre-madurez hay que decidir si dejarlos a dinámica libre y que evolucionen sólo a lo largo del tiempo, o si es conveniente ayudarles para que lleguen antes al estado de madurez.

Por ejemplo, cortando o anillando algunos árboles para generar madera muerta, o abriendo pequeños claros en los hayedos homogéneos para diversificar las edades de los árboles. En el caso del Montseny, se han hecho pruebas piloto en el Matagalls y los resultados son muy positivos”, explica Sanitjas.

En la diversidad está la clave

Si bien es importante mejorar la madurez de algunos bosques y conservar los que ya tenemos, también hacen falta otros tipos: la ciencia forestal busca el equilibrio. “Hace falta una política valiente para conservar nuestro patrimonio natural, pero evidentemente no toda Catalunya debe ser un bosque maduro. Hay que buscar un mosaico donde convivan con otros más jóvenes y con espacios abiertos, como zonas de pastos y cultivos. Es importante para hacer nuestro territorio más resistente y resiliente ante el cambio climático” apunta Anna Sanitjas.

La experta también nos recuerda la problemática del abandono de los bosques que hemos vivido desde los años 50 del siglo pasado y recalca la diferencia con los bosques maduros: “una cosa es el abandono de los bosques, que es un problema de país, y otra es tener bosques maduros y gestionarlos a dinámica libre. Requiere planificación y responde a unos objetivos claros, por ejemplo, hay que valorar qué servicios ecosistémicos se mantendrán en cada caso (biodiversidad, fijación de CO2, madera, ocio, prevención de incendios, etc)”.

En esta línea de trabajo se centran algunos proyectos que se están desarrollando en España, como es el caso del LIFE Biorgest y el recientemente terminado LIFE RedBosques. El último, coordinado por Europarc-España y en el que ha participado el CREAF para identificar, entre otros objetivos, bosques maduros toda España como modelos de referencia para la investigación y la gestión. La información extraída se ha sintetizado en un manual práctico que está disponible en castellano. En cuanto al Biorgest, que lidera el Consorci Forestal de Catalunya, y también con la participación del CREAF, se busca incorporar la biodiversidad en la gestión forestal de los bosques mediterráneos jóvenes y maduros. Todo ello para mejorar su estado de conservación tal como establece la Unión Europea con la Directiva de Hábitats.

Buscar, conservar, gestionar y potenciar. Todas estas medidas pueden parecer, incluso, pocas ante el conjunto de crisis que sufren los bosques, pero son el inicio. El primer paso de una estrategia forestal que nos debe llevar a potenciar las vacunas contra las crisis forestales que representan los bosques maduros y conseguir, así, la inmunidad de rebaño.

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