Calificación energética de viviendas: el camino a una argentina más inclusiva e innovadora

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Las viviendas argentinas pierden energía por todas partes. Son coladores con formas de casas, que lo único que hacen es limitar el confort para sus habitantes y generarles gastos innecesarios. Alrededor del 40% de la energía que se consume en Argentina corresponde a los espacios habitables, como viviendas, comercios, oficinas, espacios de recreación, salud, entre otros; donde el gas natural equivale al 57% y la electricidad, al 35%.

Pero cuando se desea comprar o alquilar una propiedad lo primero que preguntamos es ¿Cuánto cuesta? Es lo único que importa. Pero, ¿cuánto gasta?, ¿cuánta energía consume? no son preguntas que solemos hacer al momento de comprar una vivienda, pero sí cuando compramos un auto. ¿Será que todavía la industria, el estado, los profesionales del sector no estamos preparados para responder?

Pero, aunque parezca lo contrario, no es difícil responder a estas preguntas.

Hay una forma de llegar a tener la respuesta y es si las propiedades están calificadas energéticamente a través de una etiqueta de eficiencia energética, un documento que muestra el requerimiento de energía que requiere la propiedad para satisfacer las necesidades de calefacción, refrigeración, calentamiento de agua e iluminación, según cómo fue construida y las instalaciones con las que cuenta.

La etiqueta al igual que en los electrodomésticos, indica la eficiencia con letras de la A (inmueble eficiente energéticamente) hasta la G (inmueble sin eficiencia energética).

Al comprar o alquilar una vivienda, la calificación energética debería ser un dato obligatorio por parte del dueño o proveedor, para que se pueda tomar la decisión correcta, si alquilar o comprar, o no hacerlo; qué tipo de refacciones hacer, como aislar térmicamente la vivienda; o reemplazar electrodomésticos por aquellos de bajo consumo. La mejora de la eficiencia energética de espacios habitables puede ayudar a reducir el consumo de energía para acondicionamiento térmico interior en más del 50%, lo cual impactará tanto a nivel individual como a nivel nacional

Pero más allá de los beneficios a nivel personal que nos brinda una etiqueta de eficiencia energética, como es poder tomar la decisión correcta sobre qué propiedad comprar o alquilar, a nivel país representa una herramienta clave que, de ser de implementación obligatoria, nos convertiría en un país más inclusivo, preparado, cercano, innovador y bajo en carbono, características fundamentales para la economía y el futuro de un país. Esta exigencia y obligatoriedad empujaría a arquitectos, ingenieros y profesionales del sector a innovar, a actualizar conocimientos; generaría nuevos y más puestos de trabajo; estimularía la creación de pymes para ofrecer nuevos servicios y productos que respondan a las necesidades de mejorar la clasificación de la etiqueta; unificaría criterios de calificación energética de viviendas a nivel nacional; traccionaría operaciones inmobiliarias; mejoraría la sustentabilidad del país, entre otros muchos más beneficios, que implicarían un gran cambio cultural a nivel social.

Ahora, si una etiqueta de eficiencia energética trae tantos beneficios a nivel individual, a nivel país y del medioambiente ¿por qué en Argentina cuesta tanto implementarla?

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