El deterioro del ambiente no sólo afecta la salud física de las personas, sino también la mental y han comenzado a surgir síntomas específicos -en especial en la juventud- que especialistas denominan “ecoansiedad” y que la OMS ya reconoce como uno de los temas a atender de la crisis climática.
En concreto, se utiliza el término ecoansiedad para hacer referencia a la condición de ciertas personas que sienten un temor constante a un cataclismo ambiental debido a la acción humana sobre el clima y la naturaleza.
Este término es relativamente nuevo -sus primeras apariciones fueron a finales de la década de 1990- y cobró más notoriedad durante la pandemia. Pero se relaciona con otro concepto más antiguo, el de solastalgia, que fue acuñado por el filósofo australiano Glenn Albrecht.
La palabra define el conjunto de trastornos psicológicos que se presentan en una población nativa tras cambios destructivos en su territorio, ya sea como resultado de las actividades humanas o del clima.
La llamada ecoansiedad, por ahora, no es considerada como una enfermedad por la Asociación Estadounidense de Psicología (APA), pero la entidad reconoce que el cuadro derivado de la “preocupación por el propio futuro y el de las próximas generaciones” está en ascenso.
Esta afirmación se condice con la cantidad de estudios realizados, porque de los 32 artículos totales con la palabra ecoansiedad que compila el repositorio PubMed, 31 fueron publicados entre 2020 y 2022.
Los síntomas son similares a las respuestas orgánicas frente a la ansiedad, es decir, taquicardia, sensación de ahogo y dificultad para respirar. A la vez, se manifiesta en pensamientos y rumiaciones, acompañada de la lectura compulsiva de noticias sobre la crisis climática y la necesidad constante de hablar del tema, lo que puede repercutir en la funcionalidad y el bienestar emocional de quienes la presentan.
La bióloga Irene Wais, profesora universitaria de grado y posgrado en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires (UBA), advirtió desde hace un tiempo el fenómeno en sus alumnos.
“Ya me venían preguntando…’profe, ¿qué va a pasar con la falta de agua?’. Al principio lo tomé como la inquietud de unos pocos. Pero cuando comenté que más del 70% de nuestra población vive en la llamada ‘caña de la bota’ que va del norte de Santa Fe hasta la zona del Gran La Plata y de sus recursos hídricos yo lo tomé como un tema más de clase sin darme cuenta de que les daba elementos para que sus cabezas rumiaran.”
Wais, que es también ecóloga por la Oregon State University y Posgrado Internacional en Evaluación de Impactos Ambientales por la Universidad Nacional de México, conversó con psicólogos, preocupada por si las lecciones podían ocasionar algún tipo de daño a los estudiantes.
“Ellos me dijeron que no, que en realidad los jóvenes deben saber que hay que salir a la acción y exigir que las generaciones que los preceden resuelvan problemas por y para el planeta que les toca habitar“, contó.
Wais coincidió en que el concepto de ecoansiedad tomó protagonismo durante la pandemia porque los jóvenes estaban mucho en sus casas y tenían más tiempo para pensar en las consecuencias del cambio climático.
“Mis alumnos están angustiados porque se dan cuenta de lo que les espera. Incluso muchas chicas me dicen que no quieren tener hijos, pero no por una cuestión de carrera, sino porque no quieren dejarlos en un planeta como éste”, remarcó.
A su vez, la bióloga indicó que el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), “no tiene duda de que se viene una crisis ambiental, pero lo que debe hacerse es correrla lo más adelante en el tiempo posible”.
Aunque no hay datos sobre la cantidad de personas que sufren ecoansiedad, expertos coinciden en que a medida que crecen los problemas relacionados con el clima, también aumentará la cantidad de personas que la experimentan.
Uno de los informes pioneros que advertían sobre el impacto psicológico del cambio climático y su incremento fue Mental Health and Our Changing Climate: Impacts, Implications and Guidance, de la Asociación Estadounidense de Psicología, que data de 2017.
Si bien aún la ansiedad ecológica no se considera una enfermedad, Wais aclara que los especialistas ya la están abordando como un síndrome, porque es un conjunto de signos (que ve el profesional) y de síntomas (que el paciente refiere).
“Los psicólogos la trabajan con las herramientas para la ansiedad, pero la ecoansiedad tiene características peculiares. Por ejemplo, si una persona tiene una crisis de ansiedad por fobia a los gatos, se supone que ese temor es irracional (siempre y cuando el animal sea doméstico y tenga las uñas cortas). La diferencia es que detrás de la ecoansiedad hay un temor racional, a causa de fenómenos reales que efectivamente ocurren, que ya son visibles y dignos de preocupación”, indicó.
De hecho, para trabajar sobre este fenómeno desde la docencia, Wais fue convocada por la psicóloga e investigadora de la Red Argentina de Investigadores e Investigadoras en Salud (RAIIS), Marisa López, que armó grupos de “operadores en crisis” para distintas especialidades.
En concreto junto con López (que aborda el tema desde el punto de vista psicológico), la bióloga da clases a adultos sobre cómo se puede apoyar a los profesionales de otras áreas para contener la situación.
Porque si bien la profesora ya hablaba de ecoansiedad con sus alumnos (o sobre los problemas que presentaban), no lo abordaba como concepto específico.
“El término empezó a conocerse cada vez más en universidades e institutos privados y con su llegada, surgió la necesidad de dar capacitaciones para contener a las personas padecientes sobre sus efectos”, especificó.
Una buena estrategia para combatir la ecoansiedad es pasar a la acción, no sólo al contribuir con las conductas que ayudan al planeta como reciclar, ahorrar agua y energía, sino también comprar productos provenientes de empresas de triple impacto, que en inglés son conocidas como “las tres P” por profit (ganancia), planet (planeta) y people (gente).
Pero también vale reclamar para que quienes hoy están a cargo de las decisiones que tomen conciencia.
“Muchos adultos parecen no darse cuenta de que se debe cuidar al planeta por una cuestión de supervivencia humana y que tenemos que pensar qué va a pasar antes del 2.100 para asegurárnosla. Es lógico que los jóvenes se preocupen, pero por suerte, hoy se los escucha y comienzan a crecer los espacios de contención“, cerró.
*Esta nota es una producción de Télam-Confiar, una plataforma con información especializada en ciencia, salud, ambiente y tecnología (www.telam.com.ar/confiar).
(Télam, CONFIAR – Por Celina Abud, de la Red Argentina de Periodismo Científico).-