Los asombrosos vencejos, los pájaros que vuelan durante diez meses sin posarse y duermen en el aire

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Una de las más increíbles especies de aves voladoras es Apus apus, comúnmente conocida en español como vencejo. Se parece mucho a las golondrinas y, en ocasiones, observadores poco atentos pueden llegar a confundirlos. No es raro, pues ambas especies tienen similitudes aunque no estén relacionadas, al haber desarrollado soluciones evolutivas convergentes similares.

Los vencejos son ligeramente más grandes y poseen unas largas alas que en vuelo asemejan una media luna. Son de plumaje negro o parduzco, con una mancha blanca o grisácea en la garganta. Machos y hembras son similares y difícilmente distinguibles externamente.

El vencejo es un ave migrante de larga distancia, algo para lo que está perfectamente preparado anatómica y físicamente, siendo capaz, con sus 40 gramos de peso medio, de hazañas reservadas a un selecto grupo de criaturas.

Pasa los inviernos en latitudes cálidas de África, sobre todo al sur del ecuador, mientras que en primavera comienza a migrar hacia el norte y se los puede ver en grandes bandadas surcando los cielos del sur y el centro de Europa. Llaman especialmente la atención sus maniobras de vuelo, en las que pueden alcanzar velocidades de 200 kilómetros por hora en espectaculares picados.

Es precisamente entre mayo y agosto la estación reproductiva, con el fin de que las crías tengan tiempo suficiente para sumarse al viaje de invernada. Las parejas de vencejos se suelen asociar durante varios años, manteniéndose una fidelidad monógama. Sin embargo solo se juntan para la reproducción y la cría, y de hecho muchas no llegan juntas al lugar de cría sino a intervalos de unos 10 días.

El cortejo y la cópula tienen lugar en el aire (siempre que haga buen tiempo), a unos 80 metros de altitud. Como durante el acto no pueden batir las alas, empiezan a perder altura por lo que deben separarse al cabo de entre dos y cuatro segundos, si no quieren correr el riesgo de precipitarse contra el suelo.

Anidan en colonias, buscando cavidades oscuras en las que crear el nido. Los materiales para su construcción los recogen sin posarse y su recolección depende mucho del viento. Los polluelos, cuando tienen un mes de edad, empiezan a realizar movimientos típicos del vuelo, preparándose para el volantón, que se produce pocos días después.

Abandonan el nido en solitario, en ocasiones cuando ya sus padres han emigrado de regreso a África. Salen volando y nunca regresan. A partir de ahí se pasarán los diez meses siguientes en el aire, sin posarse prácticamente en ningún momento, alimentándose de mosquitos que cazan en vuelo llevando siempre el pico abierto, y alcanzando velocidades de más de 100 kilómetros por hora en línea recta, solo superados en esto por los murciélagos molósidos.

Dormirán igualmente en vuelo, dejando descansar una mitad del cerebro cada vez, volando despacio contra el viento y dejándose llevar hacia atrás por vientos fuertes, de modo que al despertar deben volar para regresar a su punto de partida. Pasarán el invierno en África, y volverán a Europa en primavera para reiniciar el ciclo. Así, pueden llegar a alcanzar los 20 años de edad.

Nadie sabe por qué, pero todos los días justo unos minutos antes del amanecer y unos minutos antes del atardecer los vencejos se lanzan ascendiendo frenéticamente durante media hora, hasta que alcanzan los 2.000 o 3.000 metros de altitud. Sorprendentemente por las mañanas el ritmo de descenso es el doble de rápido que el ascenso, mientras que al atardecer es al revés, el descenso dura el doble que el ascenso, tomando una hora aproximadamente.

Hay algunas teorías al respecto. Se sospecha que los vencejos utilizan ese proceso ascenso-descenso para calibrar su sentido magnético. O quizá para obtener una buena visión del panorama meteorológico y las condiciones atmosféricas, la dirección del viento y la temperatura a diferentes alturas.

Uno de los motivos por los que raramente se posan son sus pequeñas patas, poco aptas para el aterrizaje y el movimiento en tierra. Si por cualquier razón caen al suelo o tienen que posarse, se sostienen sobre las garras y las articulaciones de los talones, caminando de manera parecida a los lagartos. No obstante sus garras les permiten trepar fácilmente, colgarse de ramas o postes, pero no sentarse en ellos.

De ahí deriva su nombre científico Apus (del griego άπους, sin patas), pues son tan pequeñas que no son visibles durante el vuelo.

Muchas personas creen que una vez que un vencejo se posa en tierra ya no es capaz de remontar el vuelo, y está abocado a la muerte. Sin embargo, si tiene suficiente espacio para el despegue puede impulsarse con las patas, o incluso trepar a una zona alta desde la que lanzarse al aire. Pero si cae en un espacio reducido lo tiene difícil, ya que no es capaz de elevarse batiendo las alas. Razón de más para no dejar de volar.

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