A 120 kilómetros de la costa chilena, en un terreno industrial al sur de Santiago, huele a mar. En invierno, incluso, se ven mejillones entre los montacargas y los cerros de redes de pesca. Dentro de la fábrica, eso sí, se respira plástico caliente. Michel Compagnon, de 47 años, creció inhalando ese olor en las plantas de Comberplast que hoy recorre en calidad de ingeniero comercial de la empresa. La diferencia con los productos que manufacturaba la marca cuando estaba en manos de su padre es que el aroma ahora es plástico reciclado. Al año trituran cerca de 5.500 toneladas de desechos de redes de nylon, cabos de poliéster o pallets de plástico, y cada 50 segundos una máquina escupe un nuevo producto: desde cajas hasta patinetas o gafas de sol. “El plástico es el mejor material del mundo, pero lo usamos pésimo. No es basura, es materia prima”, sostiene Compagnon, una especie escasa de ecologista.
Cuando la sociedad comenzó a ser consciente de que el plástico era uno de los materiales más contaminantes del planeta, cerca del 2000, los Compagnon decidieron montar una planta de reciclaje. Optaron, además, por no fabricar ningún producto de un solo uso, solo de larga vida útil y que se pudiera reutilizar. “Caminamos por el desierto harto rato. Lo que menos nos decían nuestros clientes era que estábamos locos, pero cuando se puso de moda la economía circular nosotros llevábamos 15 años en eso. Ya no teníamos que ir a tocar puertas. Eran ellos los que venían para acá”, cuenta el ingeniero. Cinco años atrás, Comberplast fabricaba menos de mil toneladas de plástico reciclado al año, una cifra que ha ido creciendo exponencialmente y que este 2023 espera alcanzar las 10.000.
En el mundo se fabricaban dos millones de toneladas de plástico a mediados del siglo pasado. En 2021, la producción alcanzó las 461 millones de toneladas, tras un incremento acelerado en las últimas dos décadas, según cifras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Del total que se pone en el mercado anualmente, apenas un 6% proviene del reciclaje.
En sus vacaciones de 2016, Compagnon visitó la Patagonia junto a su familia. Además del paisaje natural de la zona austral, se encontró con muchos cabos —resistentes cuerdas trabadas en forma de mallas— que contaminaban los fiordos. Más de 140 millones de toneladas de plástico contaminan los ecosistemas acuáticos, según la OCDE. Con la mentalidad de que el plástico tiene una segunda vida, el ingeniero se llevó un par en la maleta: “Para mí estaban botando materia prima. Lo que había que hacer era sacarlo del medio ambiente y devolverlo al uso humano”.
Tras un trabajo técnico, su equipo logró romper los cabos para darles un nuevo uso. Luego contactó a sindicatos de pescadores, conocedores de la zona, y les ofreció pagarles por kilo de residuos de cabos. Ellos los recolectarían en sus botes y los trasladarían a centros de acopio. Con la capacidad de romperlos y convertirlos en piezas de construcción, agricultura o minería, nació el programa “Atando Cabos”, ganador del premio Latinoamérica Verde 2019. “Cuando logramos que toda la cadena ganara, se transformó en una bola de nieve”, cuenta Compagnon. Los cabos representan cerca de un 50% del material que se recicla en Comberplast, seguido por redes de pesca (20%) y pallets plásticos (20%). En 2022, facturaron 15 millones de dólares.
A casi 2.000 kilómetros al norte de la Patagonia, en Coquimbo, Osciel Velásquez, un expescador artesanal de crustáceos y presidente de la Sociedad Nacional de Pesca (Sonapesca) se enteró de lo que estaban haciendo en Comberplast. En 2016, llenó su camioneta con 600 kilos de redes de pesca en desuso y llegó a la planta recicladora gracias a la asesoría de Bureo, otra empresa que se dedica a lo mismo. “Las redes que ya no servían eran un cacho (problema). Los vertederos alegaban que tardaban 500 años en desintegrarse y muchos tripulantes las botaban directamente al mar”, cuenta Velásquez, y agrega: “Cuándo una empresa pesquera ocupa sus redes, tiene que pagar por enviarlas a un vertedero. Ahora se las pasa a un operador de residuos”.
La máquina recicladora se echó a andar y convirtió las redes en objetos que van desde sillas ergonómicas hasta ropa deportiva. “Ahora tenemos a toda la industria comprometida juntando redes”, agrega. Ya han entregado más de 6.000 toneladas del material y la alianza con Comberplast pretende que las redes de pesca pasen de representar el 20% del material que reciclan, al 50%.
Sonapesca se integró a la Alianza Latinoamericana para la Seguridad Alimentaria a través de la Pesca Sustentable (ALPESCAS), conformada por 12 países de la región, un organismo que hoy también es presidido por Velásquez. Desde ahí crearon en 2021 el programa “Redes de América”, integrado actualmente por seis países, entre los que figuran Argentina, México y Perú.
Redes para América tiene como meta trianual recolectar 4.500 toneladas de redes de pesca en desuso para 2024, de las cuales ya se han reunido el 55%. El próximo paso, comenta Velásquez, es dejar 15 centavos por kilo del material en las comunidades que lo entregan para potenciar la economía circular.