Con una superficie de 72.439 hectáreas, Baritú se caracteriza por sus cordones serranos que superan los 2.000 metros de altura y sus torrentes de agua que en épocas de lluvia adquieren un volumen y una velocidad particular.
Estos accidentes topográficos resguadan a Baritú de la explotación forestal y de la expansión agrícola, lo que hace que esta área protegida sea considerada como una de las más conservadas de la selva andina.
El acceso al área no es fácil, pero vale la pena sortear cualquier dificultad para encontrarse con un lugar único e irrepetible.
Desde la ciudad salteña de Orán, hay que tomar la ruta nacional 50 hasta la frontera con Bolivia y, una vez realizados los trámites migratorios, se sigue camino por territorio boliviano hasta el poblado de Mamora, para reingresar a Argentina y llegar hasta la localidad de Los Toldos y el caserío lindero de Lipeo.
En 1968, los biólogos del Instituto Miguel Lillo quedaron hechizados con el lugar por ‘su incomparable riqueza faunística y su espesura prodigiosa’.
Tras el informe de este prestigiosos instituto de Tucumán, en 1974, y con la firma del entonces presidente, Juan Domingo Perón, se sancionó la ley que dio origen al parque, y así fue resguardado este maravilloso escenario natural.
Distiguen su belleza la exclusiva palma de monte, el tamaño descomunal de sus cedros y la fronda antidiluviana de helechos arborescentes.
Esta curiosa diversidad botánica es el telón de fondo de singulares murciélagos que comen frutas, puercoespines que trepan a los árboles y ranas que cargan sus huevos en sus pliegues, en tanto al noroeste del parque se encuentran parajes que cautivan al viajero.
En los poblados que se alzan en las márgenes de esta reserva, como Lipeo y Baritú, los visitantes conseguirán caballos con los cuales hacer un primer recorrido -de unas dos horas- hasta llegar a las Termas del Cayotal, donde es posible, y hasta recomendable, un baño reparador.
Una vez repuestos, podrán avanzar durante una hora más hasta Campo Grande y los paredones de granito que ‘angostan’ las aguas del río Lipeo.
A 9 kilómetros de Lipeo se encuentra el río Baritú -mucho más angosto que el anterior-, una franja pródiga en helechos arborescentes y un imponente bosque de cedros conocido como ‘El Cedral’.
Para los amantes de las artesanías, los habitantes de Los Toldos producen tejidos, cucharas y bateas de cedro, en tanto los partidarios de emociones fuertes tienen la posibilidad de desafiar los rápidos del río Lipeo sobre un gomón, en una experiencia de rafting que es practicada por muchos turistas extranjeros.
A Baritú se suma la Reserva Nacional El Noglar, un paraíso de 8 mil hectáreas de bosque montano y pastizales de altura que hospedan pecaríes, lobitos de río, ardillas, corzuelas coloradas, tarucas, pavas de monte, loros aliseros y cóndores.
Para aquellos que les gusta descubrir mitos y leyendas, Baritú tienen su propio ‘Yeti’: el Uco, Ucomar o Ucomari, al que los lugareños descrben como un ser de feo aspecto, larga y oscura pelambre, ojos como brasas, fuerza descomunal y un grito que amedrenta.
La mítica está inspirada en el único úrsido de sudamérica; el oso de anteojos o frontino, y que en lengua quechua parlante recibe el nombre de Urumar, habitante de las selvas andinas del sur de Bolivia.
A pesar de la leyenda, los biólogos descartan la presencia de este oso e insisten en que solo se trata de un mito, pero en la selva de altura la mitología también forma parte del atractivo turístico.
Alejandro San Martín
Télam