Las claves para frenar el cambio climático

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El informe del IPCC se divide en tres partes, una por cada grupo de trabajo. Cada uno de ellos, formado por centenares de investigadores que analizan toda la ciencia publicada alrededor del cambio climático en los últimos años. La tercera de esas partes, publicada en abril de 2022, profundiza en las soluciones, en la llamada mitigación. ¿Qué podemos hacer entonces para evitar los peores efectos del cambio climático?

La relación entre los gases de efecto invernadero (GEI) producidos por el ser humano (como el dióxido de carbono (CO₂) o el gas metano) y el cambio climático es clara. Esas emisiones no han dejado de aumentar en los últimos dos siglos. Desde el año 2000, la tendencia no ha sido diferente, a pesar de que el mundo ya tiene clara la magnitud del problema. Para evitar las peores consecuencias del cambio climático, las emisiones de gases de efecto invernadero no solo deberán dejar de aumentar como máximo en 2025, sino que a partir de entonces también deberán descender con rapidez.

Queda poco tiempo

Es cierto que queda poco tiempo y que el reto que tenemos por delante es importante. Pero también lo es que el crecimiento de las emisiones se ha ralentizado en la última década y que algunas regiones del planeta, como Europa, generan ya menos gases de efecto invernadero de los que emitían a finales del siglo XX.

“Lo que dice el informe del IPCC es que se puede mitigar el cambio climático, se puede hacer mucho y todos tenemos que poner nuestro granito de arena para alcanzar los objetivos”, explica Luisa F. Cabeza, doctora en ingeniería industrial, profesora de la Universidad de Lleida y autora coordinadora del último informe del Grupo de Trabajo III del IPCC. ¿Por dónde empezamos?

Adiós a los combustibles fósiles

Alrededor de dos terceras partes de los gases de efecto invernadero que las sociedades humanas emiten cada año están relacionadas con la energía. Más concretamente, con el carbón, el petróleo y el gas que usamos para producir electricidad, calor y movimiento. Por eso también, una de las grandes soluciones que tenemos en nuestras manos pasa por reformar nuestra relación con la energía. Consumir menos, ser más eficientes, abandonar de forma inmediata el carbón –el más contaminante de los tres combustibles fósiles– y dejar de lado lo antes posible el petróleo y el gas y desplegar toda la potencia de las energías renovables que esté a nuestro alcance.

Informe del IPCC

En este sentido, el informe del IPCC recalca que hacerlo no solo es bueno para el planeta y para nuestro futuro, sino que también tiene sentido desde el punto de vista económico. En la última década, el precio de la energía fotovoltaica ha caído un 85% y el de la eólica un 55%. De hecho, en algunos mercados es ya más barato que quemar combustibles fósiles. Por otro lado, cada vez es más arriesgado seguir invirtiendo en nueva capacidad de producción de energía con carbón, petróleo y gas. Estos recursos no solo son contaminantes, sino que también son finitos y tienen precios muy volátiles.

“Hay que tener en cuenta que las renovables son muy importantes, pero no son la única solución”, recalca la autora del IPCC. “Además, tenemos que aprender a usarlas mejor. No tiene ningún sentido estar todo el día hablando de cuidar el planeta y luego gastar cada vez más energía. Lo primero que hay que hacer es adoptar medidas para reducir la demanda, para gastar menos”, argumenta la experta.

Reducir las emisiones asociadas a la industria

El informe también recalca la necesidad de reducir las emisiones asociadas a la industria. Este sector es responsable de alrededor del 5% de las emisiones globales, pero su dependencia de los combustibles fósiles es elevada y difícil de romper. El IPCC señala que se debe trabajar con todos los integrantes de la cadena de valor para gestionar mejor la demanda, ser más eficiente en el uso de energía y materiales y cambiar los procesos productivos para que emitan menos gases de efecto invernadero.

Las oportunidades de la ciudad (y sus edificios)

Hoy, más de la mitad de la población mundial es urbana. En 2050, el 68% de los seres humanos del planeta vivirá en ciudades. Está claro que cualquier solución al cambio climático tiene que pasar por nuestras urbes, por cómo las organizamos, por cómo vivimos en ellas y por cómo nos movemos por ellas. El principal desafío en este aspecto es que gran parte de la huella de carbono de las ciudades se produce más allá de sus límites (donde se genera la energía, se cultiva la comida o se extraen los materiales para construirlas). Así, el informe incide en que las ciudades no pueden luchar solas contra el cambio climático, sino de forma coordinada con los demás sectores.

Más allá del aumento de espacios verdes y de la producción local de energía renovables, una de las grandes palancas de cambio que tienen las ciudades es el transporte. En este campo, el informe señala la importancia de electrificar los vehículos ligeros (como coches y motos) y desarrollar combustibles alternativos para los pesados, pero, sobre todo, apostar por el transporte público y por la movilidad activa, en bicicleta o a pie. La otra gran palanca urbana frente al cambio climático está en los edificios.

“Con las edificaciones, las medidas tienen tres patas: suficiencia, eficiencia y renovables”, asevera Luisa F. Cabeza. “Lo primero es la suficiencia, las medidas que hacen que haya menos demanda de energía, como la mejora del aislamiento. Después llegan las medidas de eficiencia energética, encaminadas a reducir el consumo de energía de aspectos tecnológicos y no tecnológicos de los edificios. Finalmente, lo que no podemos evitar con la suficiencia ni la eficiencia, lo tenemos que cubrir con renovables”.

La concienciación del consumidor y los cambios en sus demandas

De decidir usar o no el transporte público o reducir el consumo de carne. Muchas de las soluciones disponibles para mitigar el cambio climático pasan por actuar sobre cómo consumimos. El informe del IPCC recoge muchas de las vías que existen para modificar la demanda, que van desde cambiar las infraestructuras para que favorezcan la movilidad activa y dificulten el uso de coches privados hasta el fomento de dietas más equilibradas (y sanas) con menos proteína vegetal o la regulación de la cadena de distribución alimentaria para reducir los desperdicios.

“Para mí, otra de las grandes claves es lograr la aceptación social de una realidad que existe, el cambio climático. Parece que ahora, que estamos empezando a vivir efectos mucho más drásticos, nos estamos dando cuenta de que esto es una realidad”, subraya la coordinadora del IPCC.

Los bosques y otras formas de almacenar carbono

El planeta tiene su propia forma de retirar carbono de la atmósfera. Lleva haciéndolo millones de años. Así, el CO₂ que la vegetación absorbe mediante la fotosíntesis está almacenado en el suelo, en los bosques, en las turberas y en los humedales. Según el informe del IPCC, es importante frenar la destrucción de estos ecosistemas, y restaurarlos, si es posible, para conservar su papel como sumideros de carbono. Eso sí, advierte que estas acciones deben ser complementarias a la reducción de emisiones y no reemplazarla o compensarla.

En el mismo sentido van las recomendaciones alrededor de las tecnologías de captura y almacenamiento de carbono que el ser humano ha empezado a desarrollar en los últimos años. El IPCC reconoce que pueden ser importantes en el futuro, pero no podemos confiar en ellas como una solución inmediata. “Lo primero que tenemos que evitar es que la captura del carbono sea la excusa para seguir sin cambiar las cosas”, añade Luisa F. Cabeza. “Y después tenemos que ver qué quiere decir eso de capturar carbono. Porque si, por ejemplo, hablamos de hacer grandes depósitos de CO₂ bajo tierra, para mí es dejar el problema para el futuro, como con los residuos nucleares”.

La importancia de la justicia y la financiación

Las más de 3.000 páginas del informe del IPCC, en las que se analizan 18.000 referencias a ‘papers’ y estudios de los últimos años, profundizan en muchas más vías de mitigación. Sin embargo, otro asunto que merece atención es la necesidad de que la transición a un nuevo modelo económico que no dependa de los combustibles fósiles sea justa. Y debe serlo tanto entre grupos sociales como entre países.

Mientras el 10 % más rico del planeta es responsable del 34 % de las emisiones, la mitad más pobre contribuye con menos del 15 %. De la misma manera, los países desarrollados son los grandes responsables históricos de los gases que están cambiando el clima. Con este desequilibrio sobre la mesa, el informe incide en la importancia de multiplicar la financiación climática, tanto de los estados más desarrollados como desde las organizaciones privadas.

El documento señala que es necesario multiplicar los fondos contra el cambio climático y para la adaptación entre un 300 % y un 600 %. En este sentido, el compromiso de los países desarrollados de aportar 100.000 millones de dólares anuales para la acción climática, el mecanismo de compensación por daños adoptado en la COP27.

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