Si alguna vez alguien se cruzó una masa rosa brillante pegada a una rama o piedra cerca del agua, podría haber presenciado una señal de alerta ecológica. Se trata de los huevos del caracol manzana (Pomacea canaliculata), una especie invasora originaria de Sudamérica que, paradójicamente, representa una seria amenaza para los ecosistemas de la región, incluyendo diversas provincias argentinas.
Aunque su apariencia pueda parecer inofensiva —e incluso llamativa por su color vibrante—, este molusco causó estragos en México, Centroamérica y el sudeste asiático, y ya es considerado una plaga en varias zonas de nuestro país.
El caracol manzana se alimenta de plantas acuáticas, afectando la biodiversidad de lagunas, ríos y canales. Esta alteración del ecosistema perjudica no solo a otras especies animales, sino también a actividades económicas clave, como la agricultura. El cultivo de arroz es uno de los más afectados, ya que los caracoles pueden devorar brotes enteros, arruinando cosechas y generando grandes pérdidas.
Además, el animal es vector de parásitos peligrosos para la salud humana, como el Angiostrongylus cantonensis, causante de meningitis eosinofílica en algunos casos documentados en Asia y América.

¿Qué está pasando en Argentina?
En nuestro país, el caracol manzana ya se detectó en ecosistemas del Litoral, el Delta del Paraná y otras zonas húmedas, incluyendo cuerpos de agua en Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos. El Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) emitió alertas por su presencia e incluyó a esta especie entre las de alto riesgo sanitario y ambiental.
Se identificaron daños en cultivos, y expertos advierten que, sin un control adecuado, la expansión podría agravarse con el cambio climático, que favorece su reproducción.
Cómo reconocer sus huevos (y qué no hacer)
Los huevos del caracol manzana son fáciles de identificar:
- Se agrupan en masas compactas de color rosa fuerte.
- Se adhieren a superficies sólidas cerca del agua, como piedras, tallos de plantas o muros.
- Cada masa puede contener entre 200 y 700 huevos.
Lo preocupante es que están cubiertos por toxinas naturales, que los hacen poco atractivos para depredadores y potencialmente peligrosos al tacto.
Es importante destacar que no se deben tocar ni mover estos caracoles ni sus huevos. En caso de encontrarlos, lo más recomendable es avisar a las autoridades ambientales locales o al SENASA para que realicen un control seguro y eficaz.

Un llamado a la conciencia ambiental
El caso del caracol manzana ejemplifica cómo una especie introducida fuera de su hábitat natural puede desequilibrar todo un ecosistema. A veces, los peligros no vienen en forma de grandes depredadores, sino en pequeños organismos con una gran capacidad de reproducción y daño.
La educación ambiental y la detección temprana son claves para contener su avance.
Fuente: Daniel Oñate – Tv Azteca Jalisco.