Tigre, el Delta, el río, los arroyos, las lanchas, los animales. La naturaleza. El día a día de Leila forma parte de estos paisajes únicos e insuperables. Junto a ella, su embarcación, su fiel compañera con la que recorre a diario los cientos de kilómetros que le permiten ejercer la profesión que siempre amó.
La veterinaria es su vida y lo demuestra en cada acto. Tiene 29 años y se convirtió en la primera mujer en Sudamérica en montar una lancha flotante para trabajar de lo que siempre quiso. Lo hizo ella, con esfuerzo, dedicación, trabajo, mucho trabajo y pasión.
Temprano, muy temprano, y previo a comenzar un nuevo día laboral, Leila repasó su linda y apasionante vida vinculada a los animales.
“Mi familia es muy bichera (risas), y desde muy chica tengo pasión por los animales. Me inculcaron el amor por los animales, el río y la naturaleza. Desde que nací tengo estas pasiones combinadas”, inició la joven, con alegría y con las pilas recargadas para encarar una nueva jornada de trabajo.
Sobre las ventajas de su actividad, Leila no duda: “Es estar en contacto con la naturaleza y así poder combinar mis dos pasiones; el río y los animales. Además, tengo un contacto cálido, familiar con mis pacientes. En cuanto a las contras, si el clima no es el ideal se complica. Estoy sujeta a eso para poder salir a trabajar. A diferencia de los veterinarios de ciudad, yo tengo que salir a buscar a los pacientes, no estoy en una veterinaria fija, física; mi trabajo depende del movimiento que yo tenga día a día”, aclara.
Sus inicios
“Ni bien me recibí, los vecinos del Delta se enteraron que era veterinaria y me pidieron que vacune a sus perros. Y así, gracias al boca en boca se fue conociendo mi trabajo. Yo no fui al Delta a buscarlo, sino que el Delta me vino a buscar a mí. Me di cuenta que era un lugar donde necesitaban la asistencia veterinaria. Me encantaba estar ahí y hoy soy feliz haciendo lo que hago”, remarca con orgullo la joven.
Y recuerda: “Mi meta siempre fue tener una embarcación propia, ya que al principio me manejaba en lancha colectiva, e iba hasta la casa de la gente que necesitaba mi atención. Después, esperaba una hora a que pasara nuevamente. Ante esa situación, quise tener más independencia. Trabajé en veterinarias de la ciudad he hice otras cosas también en la isla para poder juntar dinero y poder comprarme el primer bote, que fue un semirrígido, me dio un montón de independencia, pude encontrar más trabajo en la isla, pero me limitó con la lluvia y el frío, por ser una embarcación pequeña. Mi próximo objetivo era poder acceder a una lancha cabinada, como la que tengo ahora”.
Con la ayuda de su novio también veterinario, Leila se desentiende de la parte contable y ocupa su tiempo pura y exclusivamente en la atención y cuidado de sus pacientes.
“Al principio fui aprendiendo del resto de los veterinarios. Fui teniendo más pacientes, y mi novio me ayuda muchísimo. Mí día a día consiste en atender los pedidos por WhatsApp o mis redes sociales; a mitad del día me puede surgir una urgencia, y me obliga a reprogramar todo, o un cambio climático que me impida seguir. A veces hago recorridos cortos y otras veces, de más de dos horas”, agrega.
Cómo trabaja
El andar cotidiano de Leila consiste en frenar “en cada casa y atender. Si es un perro grande bajo y lo atiendo en el domicilio. Si es un animal chiquito, como un gato, prefiero atenderlo en la lancha, donde tengo todos los materiales para asistirlo. Siempre tengo consultas, aunque atravesamos la temporada baja de veterinaria y se nota la crisis que se vive en el país. Está todo muy tranqui, pero siempre me encuentro trabajando para poder salir adelante”, sostiene.
Y puntualiza: “No soy la primera veterinaria que trabaja en el Delta, lo hago con otros colegas, aunque sí es la primera lancha veterinaria flotante. Voy casa por casa, visitando a cada paciente, en cada muelle. La veterinaria está montada arriba de la lancha. Y con mis clientes tengo una relación de hace cinco años, muy cercana, familiar, los conozco mucho y tengo una gran devolución”.
El día de la yarará
La joven profesional vive en el Delta, en la primera sección, precisamente en la isla. Y durante sus primeros trabajos vivenció situaciones que jamás olvidará. Una de ellas, muy particular.
“Una vez se me desinfló el gomón, se me había abierto la parte de la costura. Estaba yendo a la casa de una señora a la que una yarará le había mordido al perro. Era de noche, hacía frío, y cuando llegué a casa, se empezó a hundir el bote, me desesperé y los vecinos vinieron a ayudarme para subirlo a mi casa. No me lo olvido más”, rememoró.
Y concluyó: “Con respecto a mi sueño, quiero seguir creciendo en el Delta, tener más servicios, ser más completa y así poder brindarles comodidad a todos los ciudadanos del lugar”.