Me encuentro en el gigantesco Valle del Colca, en los Andes peruanos. El acceso a este valle es tan apasionante como el cañón que lo define. Las subidas y bajadas que hay que hacer por la estrecha carretera de entrada al valle sirven de anticipo de lo que ofrece esta profunda garganta entre las montañas andinas. Con unos 4.000 metros, se trata de uno de los cañones más largos del mundo. Sus paredes verticales sirven de refugio a los cóndores andinos, que recorren ese espacio de arriba hacia abajo, y al revés, aprovechando las corrientes térmicas. También planean en horizontal siguiendo autopistas invisibles en el cielo.
En ese paisaje, que deja sin aliento, percibo un punto en la lejanía. Poco a poco, se convierte en una pequeña línea con alas, avanzando hasta donde observo atento con prismáticos. En el momento en que se distingue la silueta de un ave imponente, se percibe la pesadez de esas alas que hace un momento tan solo eran una raya en el horizonte. Sin embargo, nada supera la sensación de tenerlo cerca: en menos de un minuto, su vuelo aerodinámico lo transporta ante mis pies, a escasos veinte metros de distancia. ¡Increíble! ¡Lo tengo delante de mí! Es un ave enorme y sus aleteos producen un sonido que llega nítidamente. Pienso: un cóndor ha venido a verme. Y respiro profundamente.
El cóndor andino (Vultur gryphus) es una rapaz carroñera gigantesca, una de las mayores aves de la Tierra. Sus alas, de punta a punta, superan los tres metros de largo. Cuando está de pie llega a medir 1,40 metros, la altura de un niño de unos diez u doce años. Como la mayoría de los buitres, el cóndor no tiene plumas en la cabeza, lo cual es muy práctico a la hora de meterla en el interior de los animales muertos. Aun así, los machos poseen una cresta distintiva (llamada carúncula), y tanto el macho como la hembra lucen un collar de plumas blancas. Los cóndores adultos son de color negro intenso, con algunas plumas blancas, mientras que los ejemplares jóvenes tienen el plumaje marrón oscuro. A pesar de ese cuerpo tan rotundo, se desplaza de un lado al otro con extrema facilidad. Asciende cientos de metros en pocos minutos hasta desaparecer en el cielo. Desde una privilegiada atalaya, situada a 5.000 metros de altura, lo miro asombrado hasta que lo pierdo de vista. ¿Hasta dónde llegará? ¿A los 6.000 o 7.000 metros?, me pregunto.
Quizás sobrevuele la cumbre del Nevado Mismi, que, con más de 5.500 metros de altura, es uno de los puntos más elevados del cañón y una de las montañas míticas de América del Sur. De hecho, el cóndor es una de las aves que vuela a mayor altura y se ha detectado algún ejemplar cerca de los 7.000 metros. Cuando el aire caliente asciende, aprovecha para subir. De esa manera, y gracias a sus enormes alas, puede planear durante muchos kilómetros casi sin apenas gastar energía. Al bajar a uno de los pueblos del valle, un pastor de alpacas me cuenta que, según varios estudios internacionales, la primera fuente del río Amazonas (que fluye hacia el Atlántico) se encuentra en un pequeño glaciar cercano a la cumbre del Nevado Mismi. Otro río más modesto y mucho más corto es el que excava este cañón, el río Colca, que va hacia el océano Pacífico y que, junto a otros afluentes, da lugar al río Camaná, que desemboca en la costa peruana.
Los cóndores han desaparecido de muchos lugares de América del Sur, muy a menudo a causa del veneno. Unas veces, los cebos envenenados se ponen para matar a otros depredadores y, otras, directamente para eliminar a los cóndores. El pariente más cercano del cóndor andino, el cóndor de California (Gymnogyps californianus) llegó a extinguirse en libertad por culpa del envenenamiento, el furtivismo y la destrucción de su hábitat. A través de ejemplares cautivos, se logró recuperar y reintroducir en su hábitat natural. Actualmente, medio millar de ejemplares de esta especie de cóndor viven en áreas cercanas al sur de la costa californiana.
El cóndor es un ave importante para los kollawas y los cabanas (los pueblos que habitan las tierras del valle del Colca desde hace miles de años), y tiene un papel importante en sus tradiciones. Lo mismo ocurre con otras etnias andinas, entre las cuales los cóndores son protagonistas de leyendas y mitos, y también representan el espíritu guerrero de sus antepasados. Para ellos, estas aves son las encargadas de proteger las montañas y el aire por el que circulan. Me pregunto si la visita de cortesía de ese cóndor del cañón no era más bien una advertencia o, como mínimo, una manera de comprobar mis intenciones.
Fuente: El Confidencial