El Mediterráneo es el mar más invadido del planeta. Hay más de 1.000 de especies exóticas, esto es, procedentes de otros ecosistemas, que en las últimas décadas han encontrado en esta cuenca su nuevo hogar, según alerta el informe El efecto del cambio climático en el Mediterráneo realizado por World Wildlife Fund (WWF).
Esta es la consecuencia de un compendio de factores que confluyen en el mar y que van desde los efectos del cambio climático hasta el intenso comercio marítimo de esta zona geoestratégica, por ser unión de tres continentes. También influye la propia fisonomía natural de este mar cerrado. Todo ello está contribuyendo a la proliferación de especies animales y vegetales exóticas, al tiempo que aumenta la amenaza sobre las mediterráneas endémicas.
El mar Mediterráneo se calienta y cada vez lo hace más deprisa. En concreto, ese aumento de temperatura se produce un 20% más rápido que la media global y ya supera en un grado y medio el promedio de la época preindustrial (1880), según señala el informe Riesgos asociados al cambio climático y los cambios medioambientales en la región mediterránea, elaborado por la red MedECC.
Asimismo, investigadores del Grupo Mediterráneo de Cambio Climático del Instituto Español de Oceanografía (IEO) junto a expertos del Sistema de Observación Costero de las Islas Baleares (SOCIB) y del Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona (ICM-CSIC) añaden otro dato: ese aumento de la temperatura está sólidamente situado en los dos grados por siglo, tal y como concluían en un estudio publicado en la revista Frontiers in Marine Science.
Así, el Mediterráneo avanza hacia su tropicalización y se convierte cada vez más en una zona confortable para nuevas especies de aguas cálidas, pero menos acogedora para aquellas que necesitan aguas más frías, que se desplazan hacia latitudes más al norte.
Esto es lo que el investigador del Instituto de Ciencias del Mar-CSIC, Pere Abelló, califica como «movimientos naturales» de las especies, que ocurren desde las primeras glaciaciones y que ahora continúan con los desequilibrios del cambio climático, aumentando la presencia de especies exóticas y el desplazamiento de las autóctonas y endémicas.
«Si a una especie le gusta el agua fría y el agua se va calentando, lo que hace es irse hacia el norte de una manera natural. Van buscando su temperatura óptima. Esto es una realidad que estamos observando, sobre todo en las últimas décadas», explica.
Mar cerrado
No obstante, en el caso del Mediterráneo, al ser un mar semicerrado, conectado al Atlántico por el Estrecho de Gibraltar y al Mar Negro por el estrecho del Bósforo, las especies marinas nativas cuentan con poco margen para encontrar nuevas localizaciones, por lo que si no son capaces de adaptarse, su supervivencia pasa a verse amenazada. «Las especies de agua fría, si suben hacia el norte, se encuentran con las costas de Francia o de Italia. O se adaptan, o se mueren de calor. Mientras, las especies africanas pueden entrar por el estrecho de Gibraltar», continúa Abelló.
«Podrían migrar también hacia más profundidad, pero hay especies que necesitan luz, como serían todas las especies vegetales, algas, hierbas marinas o incluso algunos corales, pues la profundidad a la que pueden llegar está limitada por la luz que llega. Que sea un mar cerrado tiene consecuencias, sobre todo para las especies autóctonas», agrega Núria Marba, investigadora en el Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA-CSIC).
Canal de Suez
En 1869 se inaugura el Canal de Suez, una vía artificial de 163 kilómetros que conecta el Mar Mediterráneo con el Mar Rojo. Después de dos siglos, esta ruta se ha convertido en una pieza clave para el comercio internacional, ya que permite la conexión entre Europa y el sureste asiático sin tener que rodear África.
Más allá de los logros comerciales, la construcción de este canal supuso también la apertura de la mayor puerta de entrada para especies procedentes del Mar Rojo y del Océano Índico que hoy viven en el Mediterráneo. Un ejemplo de ello es el pez conejo, una especie de origen subtropical de tonalidad entre verde, marrón claro y amarillo y con espinas venenosas en sus aletas dorsales.
«Estas especies normalmente se quedaban en la zona de Egipto, Israel, Turquía, Grecia… aguas muy calientes, pero no llegaban a la zona del Mediterráneo occidental. Lo que pasa es que como las aguas del Mediterráneo se han ido calentando bastante sobre todo durante las últimas décadas por efecto claramente del cambio climático, ya han llegado, o están llegando, las especies que llevan más de un siglo establecidas en el Mediterráneo Oriental», añade Abelló.
Aguas de lastre
Otra de las vías más efectivas para la introducción de invasoras en el Mediterráneo son las aguas de lastre, empleadas para asegurar la estabilidad de los buques que transportan mercancías. Así, los barcos inundan de forma controlada unos tanques instalados en el interior del casco, que se van cargando y descargando según la necesidad.
«En aguas saladas y cálidas, el barco flota más, necesita meter más agua para mantener su estabilidad y, a la vez, en aguas frías necesita soltar agua», señala el investigador.
Debido a la estructura comercial globalizada, puede ocurrir que un barco cargue sus tanques de aguas de lastre en Florida y las descargue, por ejemplo, cerca de las costas españolas o griegas, lo que genera un excelente sistema de distribución internacional de larvas y pequeños organismos.
Peces, cangrejos y algas: los nuevos huéspedes
La Caulerpa cylindracea, un alga verde endémica del suroeste de Australia que se cree que se introdujo a través del tráfico marítimo y la acuariofilia, esto es, la afición a la cría de peces.
Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), se trata de una de las 100 peores especies invasivas del Mediterráneo, ya que es capaz de alterar las condiciones físicas y químicas del medio natural.
De la misma forma, la Lophocladia lallemandii, un alga roja filamentosa, está desplazando a la Posidonia oceánica, una especie fundamental frente al cambio climático, ya que actúa como almacén de dióxido de carbono.
No obstante, no todas las especies exóticas tienen efectos negativos en los ecosistemas donde se introducen. Es el caso de la Halophila stipulacea, que contribuye al secuestro de CO2 en el Mediterráneo. Esa fue la conclusión de un estudio internacional en el que participó el IMEDEA (CSIC-UIB), que analizó los efectos de esta especie vegetal procedente del Mar Rojo y el Océano Índico, que se introdujo a través del Canal de Suez y ha colonizado el litoral del este y centro del Mediterráneo.
«La halophila es una hierba muy pequeñita que crece donde las hierbas autóctonas han desaparecido o donde no había antes hierbas», explica Núria Marba, investigadora en el Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA-CSIC).
«Lo que hemos visto es que tienen importancia a la hora de enterrar carbono. Puede generar sumideros de carbono igual que las otras hierbas marinas que tenemos en el Mediterráneo, como la Posidonia».
En cuanto a las especies exóticas animales que se encuentran en el Mediterráneo, destacan dos. El pez león se caracteriza por sus llamativas vetas blancas y rojas y sus aletas con espinas venenosas. Procede del Indo-Pacífico. «Es un depredador voraz, se parece mucho a los cabrachos que tenemos aquí. Está causando problemas en Grecia y Turquía», señala Pere Abelló.
Otro exótico es el pez conejo, también venenoso, con tonalidades que van desde el marrón al gris verdoso, y del marrón claro a amarillo en el vientre. Su origen radica en el Mar Rojo y el Océano Índico.
Tiene espinas muy venenosas que pueden llegar a ser letales, por lo que supone un riesgo para la pesca deportiva y un hándicap para el turismo en las zonas costeras.
«Si un pescador lo captura no se puede comercializar. Hay que ir con cuidado», alerta el investigador del Instituto de Ciencias del Mar.
En el caso de los crustáceos, Abelló apunta al cangrejo azul americano, procedente de las costas de Norteamérica y Centroamérica (en menor medida también presente en Brasil) como una de las especies que más problemas están dando.
En el Mediterráneo Occidental ya se han detectado en el Mar Menor de Murcia, aunque sin grandes afecciones, y en el Delta del Ebro, donde sí se crearon poblaciones importantes.
«Es una especie que se intenta mitigar mediante la extracción pesquera. Se encuentra en zonas de aguas salobres, también en aguas dulces río arriba, aunque normalmente en zonas que tengan cierta salinidad», explica el investigador. «Tiene un ciclo reproductivo muy complejo y una muy elevada fecundidad que hace que sea una especie difícil de erradicar».