Las luces de las ciudades producen que las aves tengan ojos más pequeños

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Un estudio reciente, realizado en los Estados Unidos, descubrió que dos especies comunes de aves cantoras residentes en zonas urbanas tienen ojos que son aproximadamente un 5% más pequeños que los de las mismas especies que viven en áreas cercanas, pero con menos iluminación.

En la misma investigación no se detectó ninguna diferencia en el tamaño de los ojos en dos especies de aves migratorias, independientemente de en qué parte de la ciudad se estuvieran reproduciendo.

“Este documento muestra que las aves residenciales pueden adaptarse con el tiempo a las áreas urbanas, pero las migratorias no lo están haciendo, probablemente debido al lugar donde pasan el invierno; es menos probable que tengan las mismas presiones de luz y ruido causadas por los humanos”, observó la bióloga especializada en fauna Jennifer Phillips, profesora asistente de la Escuela de Medio Ambiente de la Universidad Estatal de Washington.

El trabajo se publicó en la revista Global Change Biology. Phillips, que siempre ha estado fascinada por cómo la naturaleza persiste a pesar de la creciente invasión humana, convirtió su entusiasmo en una carrera centrada en la ornitología, el comportamiento animal, la ecología comunitaria y la conservación.

Hace unos años, un estudio informó que más de 3 mil millones de aves habían desaparecido de los cielos de América del Norte desde 1970. Originalmente, se pensaba que la fragmentación del hábitat era el principal impulsor de esta notable disminución en el número de aves silvestres, pero este último estudio sugiere que los contaminantes sensoriales como las luces nocturnas artificiales también pueden desempeñar un papel en la capacidad de las aves silvestres para hacer frente a la vida urbana. “Puede que les resulte más difícil adaptarse a la vida de la ciudad durante la temporada de reproducción”, explicó Phillips.

Para realizar este estudio, Phillips colaboró con el becario postdoctoral, el ornitólogo Todd Jones, que ahora trabaja en el Centro de Aves Migratorias del Smithsonian, y con el estudiante graduado Alfredo Llamas de la Universidad Texas A&M, San Antonio, y examinaron más de 500 aves del centro y del límite en la ciudad de San Antonio, en Estados Unidos.

Midieron los fenotipos morfológicos de dos especies residenciales -que se llaman Carolina Wrens o Thryothorus ludovicianus y cardenales del Norte (Cardinalis cardinalis) – y dos especies migratorias – (el escribano pintado (Passerina ciris) y el vireo ojiblanco (Vireo griseus) – que se reproducen en el núcleo urbano o cerca de los límites de la ciudad. Midieron y compararon el tamaño del cuerpo y los ojos de las aves, y analizaron mediciones de ruido y luz durante el día y la noche en cada área.

Los científicos no encontraron diferencias en el tamaño corporal en las aves del estudio que se reproducen en áreas urbanas o periféricas de San Antonio, excepto en el escribano pintado. Esta es una ave migratoria de América del Norte que pasa el invierno en América Central y se reproduce en el sureste de los Estados Unidos.

Un análisis más detallado de la historia natural de los escribanos pintados reveló que esta diferencia de tamaño era un efecto de la edad: los machos más jóvenes y más pequeños eran menos capaces de competir exitosamente por pareja o territorio con sus mayores y más coloridos, por lo que a menudo terminaban atrapados en lugares más brillantes.

Este estudio es el primero que examina específicamente los efectos de la iluminación urbana creada por el ser humano en las aves silvestres e identifica cómo se relaciona con el tamaño de los ojos en especies urbanas migratorias y sedentarias.

Según Jones, “un tamaño de ojo más pequeño puede permitir a las aves urbanas lidiar con una luz más brillante y constante en los entornos urbanos en comparación con los bordes de las ciudades. Las especies con ojos más grandes pueden quedar algo cegadas por el resplandor de las luces de la ciudad o no poder dormir bien, lo que podría ponerlas en desventaja en las zonas urbanas”.

Los seres humanos pueden tener algunas consecuencias no deseadas en las aves de las que no nos damos cuenta. “No sabemos si estas adaptaciones podrían tener consecuencias buenas o malas para las aves en el futuro, considerando que los entornos urbanos no desaparecerán pronto”, aclaró.

Aunque los mecanismos subyacentes de esta relación aún no están claros, ser residente durante todo el año en áreas con contaminación lumínica parece clave para este patrón. “También es importante comprender cómo gestionar entornos para las aves que tal vez no estén adaptadas a las zonas urbanas”, continuó Jones.

Este estudio publicado es parte de un cuerpo de investigación mucho más amplio que rastrea los efectos de la contaminación lumínica y acústica en múltiples especies de aves.

Phillips y sus colaboradores están trabajando en una variedad de experimentos controlados para examinar cómo la luz y el ruido afectan los niveles de estrés, las hormonas del sueño, la estructura del piar y los niveles de agresión de las aves urbanas, y cómo un entorno alterado altera la fisiología.

“Queremos saber si los patrones a escala molecular y de comportamiento afectan la aptitud física o no -explicó Phillips-. Básicamente, estamos tratando de comprender cuáles son los beneficios y costos para estos animales que viven en un mundo sensorialmente contaminado”, concluyó.

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