El camino de los antidepresivos no termina una vez que los desechamos en el escusado. Por el contrario, la contaminación por fármacos está incidiendo en las conductas y forma de vida de las especies marinas y de agua dulce, que inevitablemente interactúan con estas sustancias. Aunque ya pasaron por el metabolismo humano, sus efectos se están manifestando en el comportamiento de los cangrejos de río, que se han vuelto más agresivos.
La alteración que están sufriendo los cuerpos de agua dulce como consecuencia de las fallas en los desagües está afectando a las especies que dependen de estos ecosistemas. Una de las más irónicas es el cambio de actitud en los cangrejos de río que, aunque no son particularmente audaces, se han tornado más agresivos al interactuar con antidepresivos.
Los efectos neuronales que estas sustancias producen en los seres humanos parecen provocar trastornos en estos crustáceos fluviales. Más allá del desagüe, esta alteración en la composición química del agua también afecta de manera paralela a la forma en la que estos animales producen serotonina, según un estudio publicado en la revista Ecosphere.
Sólo en Estados Unidos, se tiene registro de que el mayor impacto radica en la orina que las personas mandan a los caudales por medio de las tuberías.
El efecto más dramático se decanta de los antidepresivos que se comercializan como “inhibidores selectivos de recaptación de serotonina (ISRS), que se usan ampliamente para reducir la depresión y la ansiedad”, de acuerdo con la cobertura de New Scientist.
Cangrejos de río más salvajes
Los seres humanos utilizan esta sustancia química para señalizar la serotonina a nivel neuronal. Sin embargo, no somos los únicos animales que cuentan con este neurotransmisor. Por el contrario, el caso del cangrejo del río demuestra que la exposición a estos fármacos en otras especies también puede alterar su comportamiento.
Así como este medicamento produce menos ansiedad en el organismo humano, parece ser que el citalopram funciona como inhibidor de las barreras de agresividad para los crustáceos.
Al respecto, la investigadora Lindsey Reisinger destaca que “pasan menos tiempo escondiéndose y entran más rápidamente en un nuevo entorno”.
Esta nueva valentía no es necesariamente una buena noticia. Por el contrario, los hace más vulnerables a sus depredadores, ya que no sienten la necesidad de resguardarse en sus guaridas, donde estarían seguros. De la misma manera, los hace más propensos a buscar alimento, lo que reduce la materia orgánica en los arroyos que habitan.
Como efecto dominó, esto incide directamente en las dinámicas de la cadena alimentaria. Por esta razón, aunque parece un efecto colateral inofensivo, las consecuencias en los ecosistemas de agua dulce apenas empiezan a apreciarse en el horizonte. Un primer paso para reducir el impacto, según el equipo de Reisinger, sería no tirar las medicinas directamente al escusado.