“Cambiamos de chip”, dice Marisol López, correntina y desde el año 2005 funcionaria de Conservation Land Trust (CLT), ahora Fundación Rewilding Argentina, la institución que atesora y continúa en el país con el legado de Douglas Tompkins y Kristine McDivitt Tompkins, filántropos estadounidenses conocidos por impulsar reconocidas iniciativas de conservación privada. En los últimos veinticinco años, fueron responsables de aumentar en cinco millones de hectáreas la extensión de los sistemas de parques nacionales de Chile y Argentina.
“Entendimos que Iberá podía convertirse en un motor de desarrollo local, en un espacio de producción de naturaleza capaz de incrementar sustancialmente la economía de los pobladores de la provincia de Corrientes”, añade la funcionaria desde uno de los portales de ingreso al Parque Nacional Iberá, un área protegida de carácter nacional, establecida en el año 2018, y que integra las 168 ooo hectáreas donadas por Douglas Tompkins al estado argentino con las 550 000 declaradas como parque provincial por el gobierno local de Corrientes.
El Parque Nacional Iberá a casi 1000 kilómetros de distancia de Buenos Aires, forma parte de los fabulosos Esteros de Iberá, una sucesión de lagunas, bañados, embalsados —islas flotantes de vegetación— y sabanas que al asociarse con El Pantanal forman el llamado Macrosistema del Iberá: un humedal de 45 000 km² en el que se desarrolla uno de los ecosistemas de mayor diversidad biológica del planeta. Los expertos calculan que en los esteros y cuerpos de agua de Iberá habita el 35 % de las aves argentinas y una fauna autóctona muy bien representada por los ciervos de los pantanos (Blastoceros dichotomous), los venados de las pampas (Ozotocerus bezoarticus), carpinchos (Hydrochoerus hydrochaeris), lobos de crin o aguará guazú (Chrysocyon brachiurus), yacarés overos (Caiman latirostris) y negros (Caiman yacare), boas curiyú (Eunectes notaeus) y lobitos de río (Lontra longicaudis).
Como en el Pantanal brasileño, en Iberá la ganadería y la vida silvestre parecen infinitas. La intensa actividad humana en los esteros argentinos ha sido una constante desde la fundación española de la ciudad de Corrientes, en 1588. “Los correntinos somos un pueblo apegado a nuestras tradiciones; sin embargo, el sistema hidrográfico que ocupa el 14,8 % del territorio provincial no había sido objeto de nuestras preocupaciones, estábamos acostumbrados a vivir de espaldas a los esteros”, dice Marisol López
En efecto, hasta hace cuarenta años Iberá, “agua brillante o refulgente”, en guaraní, fue el epicentro de cazadores de grandes piezas de aves y mamíferos y de avezados mariscadores, nombre que reciben en Corrientes los recolectores de cueros y plumas, que están siempre atentos a los requerimientos de los vaivenes de la exigente moda europea. “Con la llegada de Tompkins a nuestra provincia, en el año 1997, las cosas empezaron a cambiar, poco a poco nos fuimos dando cuenta del enorme potencial que tenían nuestros esteros para generar desarrollo y puestos de trabajo”, afirma López.
Douglas Tompkins y su segunda esposa, Kristine McDivitt, compraron ese mismo año una propiedad en una isla de los esteros de Iberá con el propósito de echar a andar dos iniciativas: la reintroducción de especies extintas en los espacios naturales que alguna vez ocuparon, proceso conocido también como rewilding [renaturalización] y el establecimiento de nuevos parques nacionales. Uno de esos animales reintroducidos es el guacamayo rojo (Ara chloropterus), que no ha sido observado en la zona hace más de un siglo.
Guacamayos a la vista
“Para nosotros, Esteros de Iberá representaba una oportunidad única para la restauración ecosistémica a gran escala”, comenta Sofía Heinonen, brazo derecho de los Tompkins en Argentina y responsable de la reintroducción de especies claves de la fauna de ese país en los hábitats que alguna vez poblaron.
A la experimentada bióloga argentina la pudimos ubicar en la lejana provincia de Santa Cruz, en el extremo opuesto del país, otro de los lugares donde opera la Fundación Rewilding. Para ella, lograr que las especies clave como el guacamayo rojo correntino vuelvan a cumplir los roles ecológicos que alguna vez cumplieron resultaba fundamental para restaurar paisajes emblemáticos de la Argentina. De eso se trata finalmente el rewilding o renaturalización: regenerar con tino y mucho rigor científico lo que se destruyó.
En esa búsqueda, el regreso a Iberá del elusivo yaguareté o jaguar, el predador tope por excelencia del medio terrestre del humedal, marcó un hito en la resignificación del ecosistema correntino. Lo mismo ocurrirá con la introducción de las nutrias gigantes, el más agresivo de los depredadores del medio acuático y que se están criando en un ambiente especial antes de su liberación final.
Si los yaguaretés del Chaco argentino dejaron de verse a mediados del siglo pasado, los guacamayos del Iberá no habían sido observados desde hacía más de cien años.
Los registros de los últimos individuos de las dos especies de guacamayos de la Argentina datan del siglo XIX cuando el naturalista y viajero francés Alcides D’ Orbigny reportó la presencia del Ara chloropterus —el guacamayo rojo que la Fundación Rewilding Argentina y las instituciones que lo acompañan están reintroduciendo— durante su navegación de 1827 por el río Paraná. La otra ave que habitó el país, el guacamayo violáceo (Anodorhynchus glaucus), fue declarado extinto oficialmente a nivel mundial.
Los guacamayos, frugívoros por excelencia, cumplen un papel muy importante en la dinámica ecosistémica de las selvas correntinas. Son expertos en dispersar frutos y semillas de gran tamaño y su ausencia en el Iberá supuso un peligro para la propagación de especies arbóreas en las isletas y bosques de la región.
Se estima que los guacamayos rojos más cercanos a los bañados correntinos se encuentran tanto en el Pantanal brasileño como en el extremo norte del Paraguay, las selvas de Bolivia y la región de Madre de Dios, en Perú. En todos los casos, se encuentran a más de trescientos kilómetros de distancia de los Esteros de Iberá.
Traer de vuelta al guacamayo rojo fue un reto que los expertos argentinos en rewilding asumieron desde que echaron a andar su propuesta. Para Sebastián Di Martino, responsable de la reintroducción de jaguares y otras especies, no solo se trata de reintroducir especies en ecosistemas degradados. La tarea pendiente está relacionada finalmente con la remediación de los “desbarajustes” producidos en la naturaleza debido a la ausencia —o preeminencia— de algunas especies silvestres.
La reintroducción de los simpáticos guacamayos rojos se ha hecho con las donaciones de diferentes zoológicos argentinos a los técnicos del equipo de Di Martino. “Ha sido un reto inmenso, los guacamayos que recibimos son los más inútiles del mundo: no saben volar, tampoco aprendieron a comer frutos silvestres, menos a defenderse con éxito de sus depredadores”, asevera Di Martino.
De los 15 individuos liberados hasta la fecha en el humedal, cinco de ellos, los más jóvenes, fueron rescatados de indeseados y a veces larguísimos cautiverios. Algunos de ellos llegaron con un plumaje tan maltrecho que fue necesario realizarles trasplantes de plumas.
“Los recibimos en el Centro de Conservación de Fauna Silvestre Aguará para enseñarles paso a paso, después de una rigurosa cuarentena que evita el ingreso de patógenos al parque, lo imprescindible para sobrevivir en libertad absoluta”, continúa Di Martino.
El proceso de entrenamiento es complicado, cualquiera diría que el oficio de los encargados de su custodia se parece más al de un maestro de preescolar. Los guacamayos aprenden todo con sus entrenadores: a volar, a identificar frutos y semillas silvestres, a comerlos apropiadamente, entre otras cosas. Esto lo hacen en prolongadas jornadas de entrenamiento que asustarían a un medallista olímpico.
En Iberá el bosque se caracteriza por su discontinuidad, es un humedal poblado en casi todas sus secciones por isletas y bosquecillos que necesitan un adecuado intercambio genético. “El objetivo del proyecto de reintroducción es que los animales devueltos se reproduzcan para garantizar la existencia de un ecosistema saludable y que ya no haya necesidad de seguir introduciendo otros”, dice Di Martino.
Para el biólogo argentino, que dos de las parejas de guacamayos reintroducidas –que ya definieron un territorio para establecerse– hayan intentado hacer nido en el Iberá, confirma el éxito y las proyecciones del proyecto. “Los guacamayos que criamos han puesto huevos que han sido fértiles y aunque no lograron eclosionar, todo parece indicar que pronto tendremos polluelos en nuestro humedal”, agrega.
Di Martino explica el tema con la paciencia propia de un profesor de escuela. Según dice, la especie no se reproduce rápidamente. Los guacamayos suelen criar con cierta dificultad a los pichones que nacen totalmente indefensos, desnudos, con los ojos cerrados y totalmente dependientes de los cuidados de sus padres. De hecho, los científicos del Proyecto Guacamayo en la Reserva Nacional Tambopata, en Perú, que asesoran a los especialistas que trabajan con Di Martino, les han comentado que una pareja de guacamayos primeriza, compuesta por individuos jóvenes, puede tardar hasta tres años en reproducirse exitosamente.
“Es un proceso lento, esperamos que los nuestros [guacamayos] nos den buenas noticias en la primavera que se avecina. Si esto es así, en agosto o septiembre de este año, los primeros guacamayos rojos nacidos en Iberá estarán en capacidad de dar sus primeros aleteos en el humedal que alguna vez estuvo poblado por muchísimos individuos de su misma especie”, concluye Di Martino.
Iberá para los correntinos y el mundo
El dinero para la reintroducción de las especies de fauna extinta del Iberá se ha venido obteniendo gracias al aporte de donantes privados, entre ellos el reconocido actor Leonardo DiCaprio. El papel de los filántropos en la conservación de los ecosistemas degradados ha resultado clave pues, por lo general, son estrategias costosas y fuera de las agendas políticas nacionales.
Para el caso de la reintroducción de especies en Iberá, la fundación Rewilding Argentina ha asignado 60 trabajadores, entre científicos, personal de campo y de apoyo logístico, que laboran en diferentes puntos del Parque Nacional. El proyecto cuenta, además, con el apoyo del Gobierno de la Provincia de Corrientes y la administración de Parques Nacionales de Argentina. También participan Ecoparque de Buenos Aires, Fundación Temaiken y Arcadia Charitable Trust.
“En el pico de la demanda de pieles [antes de la creación de la Reserva Provincial Iberá] Europa llegó a pagar hasta 10 mil dólares por animal cazado en el Iberá”, declaró alguna vez la bióloga Sofía Heinonen. Yaguaretés y guacamayos rojos fueron diezmados en los humedales por cazadores que desconocían el valor que tenían sus presas para la salud del ecosistema de los correntinos. Las cosas cambiaron cuando el senador Sergio Flinta, coordinador general del Comité Iberá, el órgano público-privado encargado de gestionar el Parque Nacional Iberá, empezó a hablar de la posibilidad de producir naturaleza para generar desarrollo para la gente de los pueblos vecinos. Los detractores se convirtieron en aliados y algunos de ellos, incluso, se comprometieron a donar sus tierras para producir vida silvestre.
Sin embargo, el senador Flinta repite como un mantra: la reinserción no es el principal desafío que tienen los gestores del Parque Nacional y los correntinos en general. Si no cambian las condiciones que produjeron la extinción de yaguaretés, guacamayos, pecaríes y demás especies, los individuos introducidos en el humedal correrán la misma suerte.
Flinta es contundente al respecto. El Comité Iberá, encargado de ejecutar el Plan Maestro de Desarrollo de Iberá, será el órgano encargado de velar por la continuidad de las acciones que se tomaron para salvar los esteros de su provincia. “Lo que hemos construido en Iberá no tiene nombre propio, aquí hemos trabajado todos juntos para institucionalizar una idea: si hemos sido capaces de producir una ganadería de lujo, podemos trabajar en conjunto para producir naturaleza”.
Para ello, como lo comentó Sebastián Di Martino, “la reintroducción de los guacamayos rojos que hemos traído de vuelta a casa va a contribuir a mejorar significativamente la salud de un ecosistema que ya estaba sanando como consecuencia de las medidas de protección puestas en marcha”.
Mensajes desde el paraíso
“Lo que están haciendo los argentinos en Iberá es fabuloso”. Eduardo Nycander recibe la llamada de Mongabay Latam en su domicilio en Inglaterra. El fundador del Tambopata Macaw Project, el exitoso proyecto de investigación y nidificación de guacamayos creado en las selvas de la Reserva Nacional Tambopata, en el sureste de Perú, ha seguido con atención el proceso de reintroducción de los quince ejemplares de guacamayos rojos liberados en Iberá.
En 1993 Nycander incubó con éxito, en las cercanías del Tambopata Research Center (TRC), huevos de guacamayo recogidos por sus colaboradores en las proximidades de la collpa de Colorado, uno de los lamederos de arcilla más grandes de la Amazonía. Las parejas de guacamayos suelen incubar hasta tres huevos cada vez que se reproducen. Por lo general el segundo y el tercer huevo son abandonados al prosperar el más apropiado.
Una vez alcanzada la edad necesaria, los pichones que nacieron de los esfuerzos de conservación de los técnicos del proyecto en Tambopata fueron reintroducidos en su hábitat original. La mayoría de ellos, 27 años después de su liberación, siguen revoleteando en las cercanías del TRC y su prolífica descendencia aletea a sus anchas en las frondosas selvas del Tambopata.
Nycander considera que las 17 especies de guacamayos que habitan nuestro continente deben ser cuidadas con esmero ya que su patrón reproductivo se ha visto severamente afectado por la ocupación humana de sus territorios y por la pérdida de las coberturas boscosas que necesitan para construir sus nidadas. El caso de Iberá, un islote de vida alejado del resto de los guacamayos de la Amazonía y el Pantanal, ilustra adecuadamente lo que sucedió con los grandes psitácidos de Centroamérica: en pocas centurias sus comunidades fueron diezmadas por el vértigo de la colonización de los grandes biomas.
Para Eduardo Nycander, el paso siguiente a la reintroducción de Ara chloropterus en los Esteros de Iberá y otras zonas del continente es garantizar el buen estado de sus nidos. “La ausencia de los grandes árboles amazónicos en Tambopata y otras selvas del continente dificulta la pervivencia de estas especies. Sin árboles donde anidar, los guacamayos sudamericanos están condenados a desaparecer”, dice. Nycander y los “guacamayeros” de América esperan con ansias los resultados de la temporada reproductiva en la provincia argentina de Corrientes. “Si no se detienen las causas que originaron la desaparición de las especies, el tesón de los conservacionistas que están reintroduciéndolas en sus ambientes originales habrá sido en vano”, concluye.