¿Podemos frenar el colapso del mundo de los insectos?

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Un passeig de Gràcia sin turistas y con las persianas de las tiendas de lujo bajadas. Un carrer de Aragó sin coches a la vista, en completo silencio. Los meses de marzo, abril y mayo de 2020 dejaron estampas inimaginables en Barcelona, al igual que en la mayoría de pueblos y ciudades del planeta. Todo se mantuvo bajo mínimos y en la capital catalana hasta se dejó de cortar la hierba de los parques y los setos se quedaron sin podar. Fue entonces cuando aparecieron las mariposas.

Entre mayo y junio de 2020, el Observatorio Ciudadano de Mariposas Urbanas detectó en la ciudad un 28% más de especies diferentes de mariposas y un 74% más de ejemplares que en 2019. Las causas de este boom, según el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales de la Universidad de Barcelona, fueron el aumento de las precipitaciones en primavera, la reducción de la contaminación y la variedad de plantas y flores de los jardines asilvestrados.

Las poblaciones de insectos son muy volátiles en el corto plazo. Un año seco mantiene a raya a los mosquitos y un invierno frío puede incrementar la presencia de polillas en primavera. La influencia del clima en las poblaciones depende de la especie y su adaptación al entorno. Aun así, episodios como el de las mariposas de Barcelona son cada vez menos habituales. Más allá de las fluctuaciones puntuales en los números, la tendencia es clara: los insectos están desapareciendo.

“Es muy complicado entender el estado actual de las poblaciones de insectos porque existe una falta general de datos sobre su biodiversidad. Algunos grupos en algunas regiones se estudian mucho, como, por ejemplo, las mariposas en Europa, mientras que otros se estudian muy poco. Los trópicos son muy diversos y, sin embargo, hay muy pocos datos sobre el estado de los insectos en esta región”, explica Charlie Outhwaite, investigadora asociada del University College de Londres.

La experta en biodiversidad ha liderado una de las mayores evaluaciones de la disminución de insectos a nivel global. Junto con su equipo del Centre for Biodiversity & Environment Research analizó más de 750.000 muestras recogidas en 6.000 lugares diferentes del planeta. El estudio presta especial atención a las zonas tropicales, donde habitan la mayoría de las 5,5 millones de especies de insectos conocidas. Los resultados no dejan lugar a dudas: estamos frente a un colapso de las poblaciones de insectos causado, sobre todo, por el cambio climático y la destrucción de los ecosistemas.

La crisis del chocolate

Comprar bombones en Ghana no es tarea fácil. No es que no los haya, pero su precio los hace inaccesibles para la mayoría de la población. Cualquiera diría que este pequeño país del golfo de Guinea es uno de los mayores exportadores de cacao del planeta. Allí, al igual que sucede en Costa de Marfil o Indonesia, otros de los grandes productores, todo depende de varias especies diminutas de mosca, como Forcipomyia squamipennis. Sin ellas, los árboles del cacao no se polinizan y la productividad de las cosechas de desploma.

Aunque las estimaciones varían, se calcula que el 87% de los principales cultivos del mundo dependen al menos parcialmente de la polinización de los insectos. Muchos de estos cultivos están en los países tropicales, donde los efectos del cambio son más evidentes y donde más se ha incrementado en los últimos años la destrucción de los bosques para expandir la agricultura y la ganadería. Ambos factores están poniendo en riesgo a los mismos insectos de los que dependen los cultivos.

“Existen muchas otras amenazas para los insectos, como la contaminación o la presencia de especies invasoras”, añade Charlie Outhwaite. “Pero no las hemos analizado todas en nuestro estudio. Hemos estudiado el impacto del cambio de uso de la tierra y el cambio climático. Y hemos encontrado que estas dos amenazas interactúan entre sí, lo que multiplica los impactos en la biodiversidad de insectos”.

La destrucción de los ecosistemas naturales altera por completo las condiciones de vida de los insectos: desde sus fuentes de alimentos hasta la presencia de predadores, pasando incluso por pequeños cambios en la temperatura del suelo que dificultan el desarrollo de las larvas. El cambio climático añade a la ecuación episodios meteorológicos más extremos y temperaturas más elevadas, algo que tiene especial impacto en las especies acostumbradas a condiciones climáticas más estables, como las de los trópicos.

Así, de acuerdo con el estudio, en las tierras agrícolas ubicadas en zonas sometidas a estrés climático, la variedad de especies de insectos se ha reducido un 25% y las poblaciones son hoy la mitad de numerosas de lo que eran antes. Esta reducción llega a superar el 60% en algunas zonas. “Los insectos sustentan muchas cosas de las que dependemos los humanos, y probablemente muchas otras que todavía no entendemos”, señala Outhwaite. “Si no protegemos la biodiversidad de insectos, muchos de los servicios que nos prestan estarán en riesgo”.

¿Qué hacer para frenar el colapso?

En las áreas agrícolas más intensivas, donde el bosque y la vegetación autóctona han desaparecido por completo, la reducción de insectos promedia un 63%. Sin embargo, en las menos intensivas, donde las fincas agrícolas se combinan con parches de especies salvajes, la reducción se queda en el 7%. De acuerdo con el estudio, mantener los hábitats naturales, aunque sea de forma reducida y fragmentada, puede mitigar el colapso de los insectos. Además, estas actuaciones son especialmente efectivas si se combinan con técnicas agrícolas poco intensivas en el uso de fertilizantes y pesticidas.

“Para la agricultura, los insectos son fundamentales. Brindan servicios ecosistémicos muy importantes, más allá de la polinización, como el control de plagas o el aumento de la resistencia de los cultivos”, explica la investigadora de Reino Unido. “Construir un sistema alimentario que sea seguro para los insectos significa reducir la intensidad de los métodos agrícolas en algunas áreas y proporcionar recursos adicionales para los insectos. Esto a su vez es un desafío si pensamos que necesitamos proporcionar más alimento a una población humana en crecimiento”.

Aunque los grandes frenos al colapso de los insectos pasan por cambios políticos y en la industria alimentaria, los investigadores señalan que también hay cosas que podemos hacer a nivel individual. Como sucedió en Barcelona en 2020, dejar que los parques y jardines sean un poco más salvajes y naturales, permitiendo a las plantas nativas florecer en el momento indicado, es una de las mejores medidas de defensa de los insectos.

“A escala local, podemos proteger la biodiversidad de los insectos plantando flores silvestres autóctonas y reduciendo el uso de pesticidas”, concluye Outhwaite. “Sin embargo, necesitamos más de las grandes empresas y los gobiernos, donde la política debe considerar explícitamente el impacto de las acciones humanas sobre la población de insectos”.

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