Habían pasado diez días desde la primera consulta veterinaria, y Juan Ignacio y Lucila, una pareja de jóvenes de Berazategui, le pidieron a una amiga que les saque una foto con sus dos gatos. Creían que sería la última de la familia entera, porque Mateo, el más chico de los animales, ya no comía, se hacía pis encima y estaba amarillo por ictericia.
“Es un caso típico para la eutanasia”, les dijo uno de los veterinarios ese día. Pero ellos se negaron y aceptaron la ayuda de una amiga que les había ofrecido aceite de cannabis.
La primera alarma fue cuando notaron que su gato comenzó a perder peso abruptamente y a estar desanimado. El primer diagnóstico veterinario fue que era diabético porque tenía la glucemia alta. Las horas pasaron y a pesar de la medicación y la comida especial, Mateo empeoró. Era un caso para emergencias.
Derivados a un hospital veterinario, a esos primeros estudios le siguieron una batería de análisis. El diagnóstico fue un golpe: podía ser un cáncer avanzado. “Cuando le hicieron la ecografía vieron que por dentro era todo medio un desastre. Ellos creían que tenía cáncer porque veían el hígado y los riñones como infiltrados, como con un tumor adentro”, contó Lucila.
“La otra posibilidad era que haya sido diabético desde hacía mucho tiempo. Pensaban que eso que se veía podía ser glucógeno, cuando se acumula el azúcar en los órganos. Así que le dieron antibióticos, suero e insulina”, agregó Juan Ignacio. Pero nada de eso funcionó y en dos días el gato “se vino abajo”.
El ánimo de Mateo no ayudaba. Tras los análisis, había quedado internado para que le inyectaran suero. Pero el desconocimiento del entorno lo debilitaba aún más, por lo que sus dueños decidieron llevarlo a su hogar. La condición no fue fácil: tuvieron que trasladarlo dos veces por día al hospital que no quedaba en su barrio.
En la casa la situación no era fácil. Se pidieron días en el trabajo, el gato hermano no lo registraba y Mateo se escondía en lugares oscuros. “No quería saber más nada”, advirtieron.
“Al sexto día, Mateo ya no comía y le agarró ictericia porque el hígado se estaba envenenando a sí mismo. Teníamos un gato diabético porque tenia la glucemia alta, en teoría, por estos linfomas. Estaba en un proceso del que no había vuelta atrás. Le daban suero pero seguía sin comer y no podía revertir el proceso de la ictericia que era lo primero que lo iba a matar. Si estás diabético y le das corticoides es peor, pero querían que reaccione para que coma. En ese momento ya se hacía pis encima y tenía las orejas y los ojos amarillos. No podía con su alma. Era un cuadro terminal. Nos recomendaron que lo eutanasiemos. Verlo sufrir fue la peor parte”, describió Juan Ignacio.
Al estrés y la tristeza se sumó otro ingrediente que les preocupaba a futuro. Por la ausencia de hospitales veterinarios gratuitos, gastaron 30 mil pesos en un 15 días. “Estábamos entregadísimos, sin ir a trabajar y yo estaba todo el día con este tema. Si no teníamos esa plata, nuestro gato se moría”, agregó Lucila.
Piden que se incluya el uso veterinario en la Ley de cannabis
El de mateo no es el único caso. En Capital Federal hay varias veterinarias que ya preescriben el cannabis para algunas enfermedades y en Neuquén el veterinario José Massabo abrió el centro VET365 especializado en el tratamiento con este aceite en animales con enfermedades crónicas.
En el marco de la nueva regulación de la ley 27.350 de cannabis medicinal para humanos, Massabo, junto a otros colegas, impulsaron una campaña a través de [email protected] para que en esta legislación se garantice el uso terapeútico en animales no humanos y se permita el autocultivo.
“Lo que favorecería eso es el acceso más simple a la sustancia, y como son tratamientos que en la mayoría son muy prolongados o de por vida, la idea es trabajar con aceites que sabemos cómo están hechos y no en la clandestinidad, sino fracasa el tratamiento o le puede hacer mal al perro o al gato. El THC, por ejemplo, tiene efectos psicoactivos y le puede generar efectos raros al animal. Hay que tener cuidado en ese punto también, por eso desde ese aspecto, el tratamiento estaría más cuidado si se permite el autocultivo”, explicó.
Además, contó que el cannabis, a través de sus dos sustancias, el THC y el CBD, actúa de igual forma sobre el sistema endocannabinoide de animales no humanos y humanos, con la capacidad de regularlo. Entre las enfermedades que pueden tratarse están la epilepsia refractaria, el dolor crónico de cadera o columna, las secuelas de moquillo canino, tratamientos paliativos en pacientes oncológicos, problemas respiratorios (dado que tiene un efecto broncodilatador y antiinflamatorio) y en perros adultos mejora los déficits cognitivos, como el insomnio o la falta de apetito.
El frasco de cannabis medicinal
Durante todo el proceso, Lucila habló constantemente con una amiga que tiene cinco gatos e intentaba por todos lados encontrar una salida al problema. Las charlas desesperanzadas entre ellas derivaron en una idea.
“Me contó que tenía un compañero de trabajo con una hija con cáncer que usa aceite de cannabis medicinal para las quimioterapias. Me ofreció conseguirme un frasquito por medio de él y probamos darle eso. Me lo había ofrecido antes, pero es como que estábamos yendo al veterinario y decíamos mejor que esto no debería haber. Pero cuando ya no sabían que hacer y me recomendaron eutanasiarlo, terminé aceptando”, sostuvo Lucila.
Esa misma noche, Mateo recibió las dos primeras gotas de cannabis medicinal. Ellos, por su parte, comenzaron a escribir en un cuaderno cada una de las reacciones del animal: “Anotábamos todo lo que hacia minuto a minuto. Por ejemplo a qué hora se levantaba, si hacía pis, o tomaba agua, cómo iba de cuerpo… Era importante entender cómo iba restaurando sus funciones vitales. Y eso se lo llevábamos al veterinario todos los días”. Con el cannabis, la atención extrema y el amor, estaban a punto de salvarle la vida.
La mejoría fue casi instantánea. “Al otro día le acercamos la comida y empezó a olerla y tener interés. Le costaba comer pero se sentía interesado”, detalló Lucila. La comida era Ensure Glucerna con gotitas de canabbis con jeringa y el suero del veterinario. En ese momento, ya no le daban más corticoides. Al segundo día, el gato mostró un gran avance: comenzó a comer sólidos, a ir de cuerpo y recuperarse.
El primer signo de bienestar fue superar la ictericia, un proceso que le llevó una semana. Luego, de a poco, fue restaurando su vida normal hasta que sanó. La conclusión del diagnóstico fue una cetosis diabética. Actualmente, Mateo es un paciente diabético normal insulino dependiente. Para medirle la glucemia, ellos le pinchan la oreja y luego lo inyectan.
“Creemos que las gotitas regularon un problema hormonal gigante. Le dieron bienestar para comer y empezar a recuperarse, algo que no lograron ni los corticoides ni el suero con potasio. Con una gota o dos por día su cuerpo se reactivó y empezó a comer a las 24 horas. Se levantó en un día”, comentaron Lucila y Juan Ignacio, para luego especificar sobre uno de los problemas que enfrentaron.
“Darle estas gotitas le salvo la vida pero uno de los problemas es que como hay muy poca información, esta chica nos dio este gotero con este aceite, pero que no sabemos qué cepa es ni qué planta. Esto le hizo re bien pero a los 3 meses, cuando se terminó, nuestra amiga nos trajo otro gotero que no era del mismo, aunque lo olías y era igual. Después nos trajo otro, lo olí y era re fuerte. Lo probamos y causaba taquicardia”, comentaron, coincidiendo con la posición de Massabo sobre la importancia de favorecer el autocultivo para saber qué genética le debés brindar al animal.
“Si quisieras hacer un tratamiento prolongado de algo, no podés. Hay muchas cepas y si algún animal tiene una enfermedad crónica uno debería poder producir de lo mismo porque no podés estar probando todo el tiempo”, concluyeron, y destacaron que el trabajo de los veterinarios también fue muy positivo.