No es fácil realizar un examen veterinario a orcas de varias toneladas que solo pueden salir a la superficie durante unos segundos. Pero en los últimos cinco años, un equipo de veterinarios, biólogos marinos e ingenieros ha estado desarrollando herramientas para hacer precisamente eso. Su objetivo es realizar evaluaciones periódicas a distancia de la salud de cada uno de los residentes del sur de California y, en caso de que sea necesario, intervenir con atención médica personalizada.
Es una estrategia de conservación poco convencional, que por lo general se centra en la salud de las poblaciones más que en la de animales individuales.
Pero los residentes del sur, que se incluyeron en la lista de especies en peligro de extinción en 2005, tienen graves problemas, amenazados por la contaminación, el tránsito de embarcaciones y la marcada caída de las poblaciones de salmón salvaje, su fuente de alimento preferida. A pesar de las continuas iniciativas de conservación, la población es de unas 75 orcas.
“Estamos en una situación de verdad terrible”, comentó Joe Gaydos, director científico de SeaDoc Society, un programa de conservación marina de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad de California en Davis. “Hemos llegado a un punto en que la salud de cada individuo es importante”.
Cómo surgió este proyecto
Cuando nació en 2014, J50 era una señal de esperanza; habían pasado más de dos años desde el último nacimiento con éxito en la población de residentes del sur. La cría estaba cubierta de cicatrices, lo que le valió el apodo de Scarlet, pero parecía sana y vigorosa, y se dio a conocer por su comportamiento juguetón. “Todos la querían”, afirma Gaydos.
Durante los años siguientes, la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA), trabajó con una organización sin fines de lucro llamada SeaLife Response, Rehabilitation and Research para vigilar a las orcas residentes del sur, mediante fotografías aéreas que ayudaban a monitorear el tamaño y el estado de las ballenas. En el verano de 2018, las fotografías revelaron que Scarlet había perdido mucho peso. Las observaciones de comportamiento sugirieron que estaba débil, pues en ocasiones se quedaba muy rezagada con respecto a su manada.
NOAA reunió a un equipo de respuesta de emergencia, que incluía a muchas organizaciones y expertos como Gaydos y Nollens, entonces veterinario de SeaWorld.
Los científicos buscaron signos de infección respiratoria, una enfermedad común y peligrosa en las ballenas, para ello unieron una placa de Petri a un palo largo y lo colocaron por encima del espiráculo de Scarlet cuando exhalaba. Sacaron muestras fecales del agua y las analizaron en busca de parásitos.
No encontraron respuestas concluyentes, lo que dejó al equipo ante una dura decisión: podían tratar de hacer algo, o podían ver a Scarlet consumirse. “¿Acaso solo podemos sentarnos aquí y ver morir a esta pobre ballena?”, recordó haber pensado Gaydos.
Así que probaron los pocos tratamientos que tenían, utilizando una pistola de dardos para administrar antibióticos y depositando salmones vivos en el camino de la hambrienta ballena.
La salud de Scarlet no mejoró y, en septiembre, desapareció. Tras una búsqueda intensiva que no rindió frutos, los científicos declararon muerta a Scarlet.
Fue una pérdida enorme no solo para quienes habían llegado a querer a Scarlet, sino también para la población de orcas residentes del sur, que necesitaba desesperadamente hembras jóvenes para sobrevivir y reproducirse. Otras orcas jóvenes también habían muerto en los últimos años. “Tratar de entender por qué están desapareciendo prematuramente de la población ha sido un gran reto”, dijo Brad Hanson, biólogo de vida salvaje del Centro de Ciencias Pesqueras del Noroeste de la NOAA.
Nuevas técnicas en el cuidado de las orcas y otros mamíferos marinos
Los expertos ya habían estado discutiendo la necesidad de desarrollar técnicas para diagnosticar, y potencialmente tratar, a las orcas enfermas, pero la muerte de Scarlet hizo que ese desarrollo se volviera urgente. “Nos dimos cuenta de que no teníamos muchas herramientas”, comentó Gaydos. “Estábamos ejerciendo algo así como la medicina de la Guerra Civil”.
Desarrollo de drones Durante los últimos años, Hanson, Gaydos, Nollens y sus colegas han puesto a prueba múltiples técnicas, incluido el uso de cámaras infrarrojas para medir la temperatura corporal de las ballenas y micrófonos direccionales para grabar su respiración.
Y han trabajado para desarrollar un dron que recolecte el aliento. Las gotitas respiratorias que exhalan las ballenas son una mina de oro biológica que permite a los científicos buscar virus y células anómalas. Pero una placa de Petri en un poste no era suficiente.
Otros investigadores han utilizado drones para recabar muestras de aliento de ballenas grandes, como las ballenas jorobadas, que producen penachos enormes. Las exhalaciones de las orcas son más pequeñas y difíciles de recoger. Pero mediante modelos informáticos, los expertos en tecnología de la conservación del Zoológico Wildlife Alliance de San Diego descubrieron que si montaban una placa de Petri en un dron en el lugar adecuado, las corrientes de aire generadas por las hélices ayudarían a canalizar las gotas respiratorias hacia la placa.
El equipo probó sus prototipos y perfeccionó su método con orcas cautivas en SeaWorld y con ballenas más grandes en su hábitat natural antes de enviar los drones a zumbar sobre las orcas residentes del sur. “Desarrollamos las técnicas necesarias para poder hacerlo sin asustar a los animales”, afirma Hanson
Los científicos saben que no pueden salvar a las orcas residentes del sur solo mediante intervención veterinaria, pero esperan poder darles a las ballenas más tiempo mientras continúan labores de conservación más extensas.
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