Los científicos saben desde hace tiempo que los océanos almacenan el carbono de la materia orgánica que acaba en sus aguas. En vez de ser liberado a la atmósfera en forma de CO2, puede pasar millones de años atrapado bajo el agua.
Nuevas investigaciones revelan que los fiordos, como los que podemos encontrar en las islas Lofoten, en Noruega, son todavía más eficientes que los océanos a la hora de contener el dióxido de carbono: por kilómetro cuadrado, estas entradas de mar de origen glaciar almacenan cien veces más carbono que la media oceánica.
En ellos vierten sus aguas los cursos fluviales de montaña, y la profundidad y sinuosidad de los fiordos permiten el transporte y almacenamiento de materia orgánica con una notable eficiencia. En total, absorben al año un 11% del carbono enterrado en zonas marinas.
Aun así, los humanos no deberíamos utilizarlos como vertederos de carbono.
‘El poder de los fiordos estriba en su naturaleza prístina –advierte el oceanógrafo químico Richard W. Smith, de la organización Global Acuatic Research–. No creo que podamos hacerlo mejor que la naturaleza. Si interferimos, lo estropearemos’.