Uno de los instrumentos científicos más precisos que se construyeron en jamás detectó el pasado 25 de abril una ínfima deformación del espacio-tiempo. Los dos rayos de luz láser del detector LIGO, en los Estados Unidos, se desplazaron una distancia menor que la milésima parte del tamaño de un protón. Tras meses de análisis, los responsables del experimento anunciaron que la señal era una onda gravitacional producida por uno de los fenómenos más violentos del universo: la fusión de dos estrellas de neutrones.
Todo sucedió a una distancia de 500 millones de años luz de la Tierra o, lo que es lo mismo, hace 500 millones de años, cuando los primeros animale comenzaban a moverse por nuestro planeta.
Cuando las estrellas más grandes que el Sol agotan todo su combustible, explotan en potentes supernovas. Las capas externas de la estrella salen despedidas esparciendo por el universo elementos químicos esenciales para la vida.
Mientras, la corteza interior del astro se desploma sobre sí misma y los protones y los electrones se aplastan unos contra otros hasta convertirse en neutrones. La estrella queda transformada en una esfera que concentra más masa que el Sol, pero que tiene apenas un diámetro de 10 kilómetros. Cada cucharadita de estrella de neutrones pesa más de mil millones de toneladas.
“Lo más sorprendente de esta fusión es que se trate de estrellas tan masivas, de hecho es la mayor que hemos observado hasta ahora”, explica Alicia Sintes, investigadora principal del grupo de LIGO en la Universitat de les Illes Balears.
Los fenómenos más violentos del cosmos producen ondas gravitacionales que se expanden a la velocidad de la luz en todas direcciones como las ondas de un estanque al tirar una piedra. La intensidad de estas ondas al llegar a la Tierra es ínfima, pero suficiente para estimar qué fenómeno las produjo.
Según las señales captadas por LIGO, en esta ocasión se trata de dos estrellas de neutrones con una masa aproximada de 1,5 y 1,7 veces la del Sol que formaban un sistema estelar binario.