Según la ONU, esta celebración tiene por objetivo concienciar acerca de la crisis mundial del agua y la necesidad de buscar medidas para abordarla.
El Día Mundial del Agua se celebra anualmente cada 22 de marzo. La conmemoración tiene su fundamento en la importancia de este recurso para la vida en el planeta, y la idea surgió en la Cumbre de Río, en 1992.
Las cifras que esgrimen las Naciones Unidas son lapidarias: 2.200 millones de personas viven sin acceso a agua potable y más del 80 por ciento de las aguas residuales se vierten en los ríos o el mar sin ningún tratamiento.
4,5 billones de personas carecen de servicios de saneamiento gestionados de forma segura y alrededor de 1000 niños mueren a diario debido a enfermedades diarreicas asociadas a la falta de higiene.
Son sólo ejemplos que respaldan la preocupación de la ONU. Otras cifras con las que trabaja dicha organización se muestran seguidamente:
No es casual que las Naciones Unidas postulen, como primer punto relevante en la celebración de 2020, el mensaje de que no podemos darnos el lujo de esperar. Los responsables de la política climática deben poner el agua en el centro de los planes de acción, dice la organización.
Las vías para lograrlo están descritas en el Objetivo de Desarrollo Sostenible No 6: Agua y saneamiento para todos antes de 2030, que se plantea 8 metas, entre ellas lograr el acceso universal y equitativo al agua potable, saneamiento e higiene adecuados.
También mejorar la calidad del agua reduciendo la contaminación, eliminando el vertimiento y minimizando la emisión de productos químicos y materiales peligrosos, y el uso eficiente de los recursos hídricos en todos los sectores y asegurar la sostenibilidad de la extracción y el abastecimiento de agua dulce.
Si se tiene en cuenta que solamente el 0.025 por ciento del agua de la tierra es potable, en el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible es vital la utilización racional de este recurso.
Implementar políticas que garanticen el ahorro del preciado líquido, su reutilización y su no contaminación, son de naturaleza vital, no ya para la salud o la economía, sino para la subsistencia misma de la especie.
Desde 2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoce el derecho humano al agua y al saneamiento, por tanto, el papel de los Gobiernos, como garantes principales de los derechos Humanos en sus respectivos países, es fundamental, en aras de que generaciones venideras puedan disfrutar de agua, o lo que es lo mismo, de vida.