Los incendios azotaron fuertemente a la Sierra Nevada de Santa Marta, en el Caribe colombiano, entre 2012 y 2013. De hecho, en el 2013, según información de Corpamag —autoridad ambiental regional— se estima que se perdieron 22 000 hectáreas de bosque, principalmente debido al fuego.
Casi a la par de esos eventos Corpamag empezó a percibir un aumento en las denuncias por muerte de animales como vacas, burros, mulas y corderos. Según decían los campesinos de la zona, los jaguares eran los responsables de estos ataques y muchos de ellos comenzaron a cazar al gran felino de América para proteger su sustento.
Esto trajo enormes problemas pues el jaguar (Panthera onca) es una especie considerada Casi Amenazada, según la Lista Roja de la UICN, y muchos de los campesinos que viven en la zona están en situación de pobreza y su único sustento no supera las dos cabezas de ganado. A esto se suma que la Sierra Nevada de Santa Marta es un ecosistema único, lleno de endemismos y es el territorio más al norte de Sudamérica en donde todavía habita el jaguar. El reto que surgía era: ¿cómo garantizar la conservación del gran carnívoro y la estabilidad económica de cientos de personas?
El último hábitat en el extremo norte de Sudamérica
En 2017, José Fernando González-Maya, director en Colombia de la organización Proyecto de Conservación de Aguas y Tierras (ProCAT), junto a varios investigadores del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México publicaron un gran estudio en la revista Oryx en el que hallaron que la situación del jaguar no era uniforme en todo el espacio de distribución de esta especie en el continente americano. Los investigadores analizaron todas las variables que les permitieron concluir que de las 34 poblaciones de jaguar, 25 de ellas debían ser consideradas En Peligro Crítico y 8 En Peligro de extinción, mientras que la población amazónica era la única que podría ser categorizada como de Preocupación Menor. Además, hallaron que se ha perdido el 55 % del rango de distribución de la especie en el último siglo.
“La población de la Sierra es la más amenazada de Colombia, se considera en Peligro Crítico y está relativamente aislada, solo con algo de flujo hacia la zona de Perijá y por eso requería de acciones muy puntuales. En general, todos los felinos de la región Caribe dependen, en gran parte, del buen estado de conservación de la Sierra Nevada de Santa Marta”, dice González-Maya.
Es por eso que el aumento de la cacería del felino en esta zona preocupó a Corpamag, de manera que la autoridad ambiental empezó a estudiar, junto a ProCAT, a qué se debía el aumento en los conflictos humanos-felinos en la zona. Encontraron que la población de jaguar se había concentrado principalmente en el cinturón cafetero de la Sierra y que, al ver disminuido su espacio de movilidad y sus presas habituales, había recurrido a cazar, eventualmente, animales domésticos.
“Nos empezaron a llamar de las zonas cafeteras y eso sí nos pareció muy raro. Por un lado la gente estaba cazando mucho, los cafeteros allá viven en condiciones difíciles y soportan parte de sus necesidades alimenticias con carne de monte y hubo incendios muy grandes en las zonas altas del Parque Sierra Nevada de Santa Marta que generaron disturbios, lo que hizo que los jaguares se concentraran en la zona cafetera que es el escudo de protección de la Sierra: una brecha entre 800 y 1200 metros de altura que todavía tiene bosque”, asegura Diego Zárrate, coordinador científico de ProCAT y quien enfocó su doctorado en el estudio del jaguar.
Según Zárrate, la especie está muy bien en el parque Sierra Nevada de Santa Marta y en zonas de resguardos indígenas porque el felino, incluso, forma parte de su cosmogonía. Por la zona que limita con el parque Tayrona ha crecido el ecoturismo y las reservas de sociedad civil, lo que ha hecho que el jaguar encuentre zonas propicias y que haya sido visto a menos de 1 km del aeropuerto de Santa Marta y muy cerca al mar. Sin embargo, Zárrate también advierte que hay zonas complejas como la conexión con Sierra de Perijá porque hay una gran zona minera, y la región que conecta a la Sierra Nevada con la Ciénaga Grande, que originalmente era hábitat del jaguar pero ahora, según explica, está dominada por palma africana y banano.
“Si bien el felino podría usar esos monocultivos porque encuentra algunos animales para cazar, no es su hábitat y ahí tiene muchos problemas”, dice Zárrate y menciona también que hay zonas donde el turismo está desplazando al campesino, quien vende su tierra y va subiendo un poco más en la montaña, llevando consigo sus prácticas de cortar dos hectáreas de bosque y meter dos vacas para subsistir, “el problema es cuando son miles de campesinos en la misma situación, se va perdiendo mucho bosque y en esas zonas la situación del jaguar está muy difícil”, agrega.
Ante ese escenario, ProCAT y Corpamag empezaron un fuerte trabajo de educación ambiental en el que se capacitó a la población de la región para que aplicara algunas recomendaciones en la tenencia de los animales y en la respuesta que debían tener en caso de encontrarse frente a frente con un jaguar.
La protección del jaguar en Santa Marta
Estar preparados para que los campesinos supieran qué hacer para proteger a sus animales era solo una parte del trabajo que se necesitaba en la Sierra Nevada de Santa Marta.
En un artículo publicado en 2018 en la revista Biodiversity and Conservation, Zárrate y González-Maya, junto con otros dos investigadores de la Universidad de Oregón, identificaron áreas de conservación y manejo, enfocada en jaguares en la Sierra Nevada de Santa Marta y basadas en la relación entre tres criterios espaciales: parches de hábitat adecuados, conectividad de hábitat y zonas de mayor probabilidad de conflicto entre humanos y jaguares. Los resultados mostraron que se necesitaban estrategias de conservación que involucraran a las comunidades, dado que la mayoría de las áreas de conservación propuestas caían en tierras privadas en lugar de públicas.
Un año antes ya se veían avances. Corpamag creó el Plan de Manejo para los Felinos del Magdalena, un documento rector de la gestión de la autoridad ambiental para la conservación de estos animales, con un gran énfasis en el jaguar.
El gran éxito llegó cuando, en 2018, la Alcaldía de Santa Marta consideró a las zonas prioritarias del jaguar dentro de su Plan de Ordenamiento Territorial (POT). “Definieron todas las zonas necesarias de restauración ecológica que coincidían con las zonas más importantes para el jaguar”, dice González-Maya. En total, 93 508 hectáreas —aproximadamente 39 % del área total del municipio de Santa Marta— fueron priorizadas para acciones de conservación y restauración, “siendo este el primer esfuerzo en Colombia, y uno de los primeros en el continente, en incorporar la conservación de una especie en una acción concreta de ordenación del territorio”, agrega el director de ProCAT.
Corpamag utilizó el Plan de Manejo de Felinos y todo lo aprendido sobre jaguares desde 2013 para asesorar la parte ambiental del POT. “La corporación priorizó al jaguar como especie bandera y sombrilla para lograr resultados que abarcaran la protección de un mayor número de especies. El jaguar además es una especie focal, a través de él se puede hacer ordenamiento del territorio porque cubre una amplia área de distribución”, asegura Julieth Prieto, coordinadora de Biodiversidad y Ecosistemas de Corpamag.
Este no es un logro menor pues le facilita a Corpamag articular instrumentos de conservación y restauración porque ya hay una herramienta que dice dónde puede hacerse. La autoridad ambiental también está trabajando en asesoría con pobladores de la región para crear áreas protegidas de la sociedad civil.
Una taza de café con huella de jaguar
La estrategia no se completaría sin la participación de las comunidades, principalmente los cafeteros que, según los estudios realizados, poseían buena parte de sus fincas en zonas de especial interés para la conservación del jaguar.
Fue así como nació la idea del sello Jaguar Friendly, una certificación de sistemas productivos que contribuyen a la conservación del jaguar. La certificación obliga a unas modificaciones en el manejo del territorio para que pueda ser hábitat del jaguar y sus presas. Por ejemplo, se incorporan diferentes especies de árboles de sombra. “Cuando observas un cafetal de estos en un estado avanzado, es difícil diferenciarlo de un bosque. Hemos comprobado que las presas y el jaguar empiezan a moverse a través del cafetal”, comenta González-Maya.
Hasta el momento hay siete fincas que cuentan con este sello y que han logrado exportar un café premium a países como Rumanía, y que han conseguido también que grandes empresas, como Juan Valdez, compren un extenso lote para vender una edición limitada conocida como El Camino del Jaguar. Estas fincas están en las zonas prioritarias del jaguar que quedaron incluidas dentro del POT de Santa Marta y por cada hectárea de café que se certifica, tiene que haber mínimo una hectárea de bosque protegido. De esa forma, se asegura el hábitat para el felino y los cafetales se vuelven corredores que permiten que el jaguar se pueda mover entre parches de bosque que antes estaban desconectados.
De acuerdo con Diego Zárrate, ya son más de 280 hectáreas de bosque protegidas por Jaguar Friendly y en 2021 esperan ampliar las fincas reconocidas con este sello de 7 a 20.
María Cristina Rodríguez es propietaria de una finca en la Sierra Nevada que ya obtuvo su sello Jaguar Friendly. Cuenta que tiene ese terreno desde 1985 y que siempre ha tenido una parte de su finca intacta porque es una convencida de la importancia de la conservación.
Sin embargo, confiesa que está ilusionada con el sello Jaguar Friendly porque, además de adquirir un precio diferencial por su cosecha premium, puede obtener un excedente gracias a esta certificación que cuida al gran felino americano.
“El tema de la pandemia ha sido complicado en muchos sitios. Sin embargo, nuestra cosecha este año fue un éxito, estaremos terminándola en febrero o principios de marzo y ya hemos tenido la posibilidad de venderla casi toda. En todo el tiempo que llevamos conservando el gobierno nunca nos había dado un beneficio por hacerlo”, asegura Rodríguez.
Además, los cafeteros llegan a “un comercio justo” pues se eliminan los intermediarios y se negocia directamente con los clientes finales. “De esos recursos también sale dinero para reinvertir en el monitoreo del jaguar, para que la conservación se mantenga en el tiempo y para incorporar nuevas fincas”, dice González-Maya.
Con cámaras trampa los investigadores se aseguran de que no ingresen cazadores y a medida que el cafetal se ajusta a las nuevas condiciones, aumenta la frecuencia en que aparecen los animales —jaguares y sus presas— en el registro. “Es un producto honrado y bendecido, tiene un valor agregado que podemos mostrar con orgullo. Nos beneficia a nosotros y a la naturaleza”, dice María Cristina Rodríguez.