La captura es el punto de partida en la generación del agua. Entonces, para que haya esa captura, primero tiene que haber vegetación. Las plantas actúan como esponjas que atrapan a las lluvias y la humedad atmosférica, para —aparte de aprovechar una parte— infiltrarlas en el suelo y así alimentar a los puquiales, riachuelos y otras fuentes hídricas de las partes bajas.
Esto se puede comprobar particularmente en los Andes: donde hay una masa densa de árboles, hay agua no sólo en el lugar, sino también más abajo. Además, la vegetación protege a los suelos erosionables, sostiene a la biodiversidad y captura a los gases de efecto invernadero.
La clave está en los Andes, puesto que esta macrorregión es la principal proveedora de agua (de lluvias y deshielos) para las dos grandes macrovertientes del país (Pacífico y Atlántico).
Hay que ponerles poncho verde a los Andes. Pero ahora ya no sólo para convertir cada gota de lluvia en un grano de alimento, sino principalmente para tener fábricas naturales de agua en las montañas y así compensar a la inminente extinción de nuestros glaciares, cuyos deshielos hoy nos proveen 70% del agua que consumimos en el largo período de estiaje.
¿Qué significa esto?
Proteger a los pocos bosques, breñales y pajonales sobrevivientes, en toda la región.
Reforestar sostenidamente todos los espacios posibles con especies nativas y/o adoptivas, en macizos y sistemas agroforestales, perfeccionando las experiencias en Perú, tales como Porcón (Cajamarca, 11 000 hectáreas) y Marayhuaca (Lambayeque, 4 500 ha).
Para el efecto, sólo se requiere concertar una política de Estado, forjar la simbiosis necesaria entre las comunidades locales, los centros de investigación, los tres niveles de gobierno y la inversión privada.
El programa respectivo puede ser cofinanciado por el Estado, todos los usuarios de agua asentados en las partes bajas, la empresa privada y la cooperación internacional; en tanto que la dirección técnica debe correr —en todos los casos— a cargo de especialistas privados, no de burócratas de salón.
Los campesinos pueden poner sus tierras y sus brazos si se les demuestra —con las experiencias de Porcón y Marayhuaca, por ejemplo— que la reforestación les cambiará la vida, empezando por darles empleos e ingresos en la preparación de viveros, la instalación de plantones, el cuidado de éstos hasta su prendimiento y las faenas silviculturales. Después, ellos se verían beneficiados para siempre con los productos y servicios ambientales que generen los bosques cultivados.
Para el efecto, es necesario desplegar —vía planes de negocios— un enfoque de conservación productiva, a partir —insisto— de una Política de Estado.
Si ahora mismo no reforestamos los Andes, no habrá agua para las futuras generaciones, sobre todo de los Andes cisandinos y la costa. Pero, aunque no fuese así, la reforestación es un formidable bionegocio que nos han puesto en la mano el cambio climático.