La policía y la justicia rusas han empezado a ocuparse del último gran desastre ecológico de Siberia, el derrame de 21.163 toneladas de diésel ocurrido en una central termoeléctrica en el Círculo Polar Ártico y cuyas consecuencias podrían ser incluso más desastrosas si alcanza el océano Ártico. El comité de instrucción, que se encarga de la investigación de casos graves, acusó ayer de negligencia al alcalde de la ciudad de Norilsk. Su dejadez podría haber agravado un accidente propiciado por el cambio climático. Con anterioridad, la policía ya había detenido a cuatro personas, el director de la central, dos ingenieros y el jefe de turbinas. El presidente de Rusia, Vladímir Putin, había pedido encontrar a los culpables.
El comité de instrucción cree que Rinat Ajmetchin, alcalde de Norilsk, donde se encuentra la central, “no tomó las medidas adecuadas para responder” a una catástrofe que conocía y “no organizó las operaciones de seguridad a tiempo”. Las consecuencias de sus actos podrían acarrearle una multa de 120.000 rublos (1.500 euros), una pena de cárcel de tres meses o servicios comunitarios.
El desastre ecológico comenzó el 29 de mayo, cuando se despresurizó uno de los depósitos de combustible de la Compañía Energética Norilsk-Taimir (NTEK, en sus siglas en ruso), que pertenece al gigante Nornickel (antes Norilsk-Nickel), el mayor productor del mundo de níquel y paladio. Sus expertos creen que el tanque podría haber colapsado por el permafrost, inestable debido al calentamiento global.
Si el cambio climático afecta así al permafrost, las infraestructuras en la vasta franja del norte de Rusia podrían estar en peligro a medida que se caliente un suelo hasta ahora siempre congelado.
Como consecuencia de ello, el combustible se derramó. Según la agencia estatal rusa de protección y vigilancia de la naturaleza Rosprirodnadzor, casi 20.000 toneladas de diésel alcanzaron los ríos Daldikán y Ambárnaya, cuyas aguas van a dar al lago Piásino. Al principio, la mancha destructora se extendió por 180.000 metros cuadrados.
El gobernador de la región de Krasnoyarsk, Alexánder Uss, dijo el pasado martes que el combustible ha contaminado ya las aguas del Piásino, un gran lago de 70 kilómetros de largo, “hermoso, con peces y una buena biosfera”. Según él, lo más importante es evitar que el combustible llegue al río Piásina, que nace del mismo lago y discurre durante 818 kilómetros por la meseta de Putorana hasta desembocar en el mar de Kara, uno de los sectores del océano Glacial Ártico.
Según organizaciones ecologistas y funcionarios, es el peor accidente de este tipo de la Rusia moderna en la región del Ártico. La fauna está en peligro, advierten. Greenpeace lo ha comparado al derrame del Exxon Valdez ocurrido en 1989 frente a las costas de Alaska.
La situación se complica por el hecho de que el Piásina es un río muy rápido y caudaloso. El biólogo Vladímir Latka ha dicho en Ría Nóvosti que el diésel se mueve en profundidad y es imposible filtrarlo por completo. “Los compuestos dañinos se asentarán en la costa, lagos y pantanos, y destruirá toda la vida. Los ríos en la tundra son su sistema circulatorio. Si el veneno fluye a través de las arterias, envenena todos los órganos”, sostiene.
Putin regañó en público a Vladímir Potanin, jefe de Nornickel y el hombre más rico de Rusia. Potanin prometió eliminar las consecuencias del accidente, lo que según él puede costar 10.000 millones de rublos (126 millones de euros).