La producción de palma de aceite en la Zona Norte (Colombia) enfrenta grandes retos para el riego debido a la escasez de agua, esencial para la productividad sostenible del cultivo.
Un análisis en 51,000 hectáreas revela que el 56% de los productores utilizan riego por inundación, el 18% riego por surcos, el 17% sistemas presurizados y el 9% no tiene acceso a riego. Ante esta realidad, los palmicultores han explorado alternativas innovadoras para optimizar el uso del agua.
Innovación con Energía Solar
Desde 2014, Carmen Arce y Edgar Díaz, propietarios de la Finca La Esperanza, han implementado un sistema fotovoltaico sostenible para el riego por goteo de alto caudal en su cultivo de 7.5 hectáreas. Este sistema abastece las necesidades hídricas mediante un pozo profundo, una electrobomba de 2 HP y micromangueras, proporcionando un caudal promedio de 110 litros por palma al día.
El uso de energía solar elimina la necesidad de motobombas diésel, reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero y mejorando la calidad de vida de los trabajadores y las comunidades locales.
Desafíos y Logros
La familia de Carmen Arce enfrentó retos significativos, desde robos de equipos hasta un proceso de prueba y error en la selección de tecnologías. Sin embargo, su perseverancia ha transformado la finca en un referente en el uso de energía solar para riego, inspirando a otros pequeños productores. La productividad de La Esperanza aumentó de 16.3 toneladas por hectárea en 2018 a 27.7 toneladas en 2023.
Prácticas Sostenibles y Reconocimiento
La Finca La Esperanza ha adoptado prácticas sostenibles como el reciclaje de nutrientes, la siembra de coberturas leguminosas, el manejo del sotobosque y el uso de pluviómetros y cenirrómetros.
Estas acciones han optimizado el uso del agua y garantizado la sostenibilidad a largo plazo. En 2023, La Esperanza recibió la certificación Aceite de Palma Sostenible de Colombia (APSColombia), ratificando su compromiso con la sostenibilidad ambiental, social y económica.
La experiencia de La Esperanza demuestra que, incluso en condiciones adversas, la innovación tecnológica y la adopción de prácticas sostenibles no solo benefician la productividad y rentabilidad del cultivo, sino que también impulsan el bienestar de las comunidades y protegen el medio ambiente.
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