Brasil: un desastre ambiental anunciado

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El cambio climático es uno de los principales problemas que enfrenta la humanidad. El aumento de la frecuencia e intensidad de los eventos climáticos es visible y todo lleva a un desastre ambiental.

Se habla de gestión ambiental y energía limpia, pero la pregunta es si la política va a liderar la transición hacia la sostenibilidad o se limitará a correr detrás de los problemas. Las recientes inundaciones en el sur de Brasil pueden servir de ejemplo. Se trata del mayor desastre climático en la historia de Brasil, en términos de extensión de territorio y cantidad de personas afectadas.

No es posible seguir fingiendo que las catástrofes son excepciones y que tarde o temprano retornará algún tipo de confortable normalidad. Una gestión ambiental acorde con los desafíos del futuro implica hacerse cargo de temas incómodos, que desafían las certezas del presente.

Los eventos extremos llegaron para quedarse. El ejercicio del liderazgo obliga a decir esto claramente. Para enfrentar situaciones como la de Río Grande del Sur hay que prepararse con planes para las emergencias climáticas. Esto tiene implicaciones en la asignación de dineros públicos.

Los eventos climáticos no pueden ser evitados. Es una ilusión pretender que siempre habrá una solución ingenieril para el desborde de un río, o un muro para contener la suba del nivel del mar. La adaptación a los extremos futuros implica un replanteo en el manejo de los ecosistemas.

Las dunas no son montones de arena improductiva sino un ecosistema dinámico que disipa la energía del mar. Son la defensa más eficiente de la costa. Los humedales no son barriales con mosquitos sino ecosistemas ricos que cumplen con una función clave al absorber excesos de agua durante las lluvias y tenerlos disponibles en épocas de sequía.

La sistemática destrucción de ecosistemas traerá consecuencias a mediano plazo que ningún muro podrá amortiguar. Es necesario incluir seriamente las consecuencias ambientales en la evaluación de emprendimientos inmobiliarios construidos sobre humedales desecados.

Después de cada catástrofe surgen promesas de disponibilidad ilimitada de recursos. La respuesta a la sequía no debería ser la búsqueda de otra fuente de agua que permita seguir con el uso irresponsable. La clave de la sostenibilidad es el uso responsable, que asegure la disponibilidad del recurso en el futuro.

Finalmente, los desastre ambientales no son una maldición. En el caso de Brasil están asociadas a prácticas agropecuarias, concretamente a la desforestación y al aumento de los monocultivos. En las últimas décadas se perdieron millones de hectáreas de bosques y pastizales. Esto redujo la capacidad de absorción y retención del agua.

Es inevitable que en el futuro se repitan las inundaciones, pero sí podemos evitar construir en las planicies de inundación y proteger las dunas, los bosques ribereños y los humedales.

Los partidos políticos tienen la legitimidad del voto. Si pretenden seguir liderando el quehacer social, deben actualizar tanto el discurso como la práctica. Las promesas de crecimiento ilimitado, de emprendimientos valorados solamente en función del monto de la inversión, llevarán a situaciones dramáticas. No alcanza con tener en cuenta a los votantes. Se trata también del bienestar de las generaciones futuras. La catástrofe en el sur de Brasil es un aviso claro. No deberíamos ignorarlo.

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