El reporte “Frentes de deforestación: impulsores y respuestas en un mundo cambiante”, publicado por la Organización Mundial de Conservación (WWF por sus siglas en inglés), analiza 24 lugares que tienen una concentración significativa de puntos críticos de deforestación y donde grandes áreas de bosque remanente están amenazadas. En los últimos 13 años, más de 43 millones de hectáreas de bosque han sido devastadas solo en esas zonas, un área equivalente a las provincias de Buenos Aires y Santa Fe.
Nueve de los 24 frentes se encuentran en América Latina, región que ha experimentado una disminución del 94% en las poblaciones de vida silvestre monitoreadas por el Índice Planeta Vivo 2020. Esta alarmante disminución en biodiversidad es atribuida, en gran parte, a la pérdida y degradación del hábitat causada por el cambio de uso de suelo para actividades agropecuarias no sostenibles.
El reporte identifica las principales causas de la deforestación y las posibles soluciones, y destaca que las tasas más altas de deforestación se están produciendo en la Amazonía brasileña y boliviana, en el Gran Chaco Americano (Argentina y Paraguay), en el Cerrado brasileño, en Madagascar y Sumatra y Borneo, en Indonesia y Malasia.
Sobre la Amazonía brasileña, el documento advierte que este bosque tropical de 395 millones de hectáreas está por alcanzar un punto sin retorno, en el que perderá su balance y sufrirá una disminución de lluvias y estaciones secas prolongadas. En cuanto al Gran Chaco, que se extiende por Argentina, Bolivia, y Paraguay, indica que tiene uno de los niveles más altos de deforestación en el mundo, impulsado principalmente por la producción de soja y la ganadería a gran escala. Otra zona afectada es el bosque Maya, uno de los bosques tropicales más grandes de América y que abarca Belice, Guatemala y México.
“Desde Fundación Vida Silvestre Argentina -organización asociada a WWF – trabajamos fuertemente en la conservación del Gran Chaco, ya que se trata de una región prioritaria por concentrar la mayor superficie de los bosques nativos de nuestro país. Esta región es el hábitat de una amplia diversidad de especies y de pueblos originarios y comunidades rurales que vienen en y de los bienes y servicios que la naturaleza allí provee. El Gran Chaco, además, provee numerosos servicios ecosistémicos indispensables para la vida de muchos de los que vivimos lejos de él”, afirma Manuel Jaramillo, Director General de Fundación Vida Silvestre Argentina.
El reporte identifica 12 impulsores de deforestación, entre los que la agricultura comercial se ubica como una de las mayores causas de la pérdida de bosques alrededor del mundo, ya que necesita despejar áreas boscosas con el fin de crear espacio para el ganado y los cultivos. En América Latina, la ganadería, la agricultura a gran escala, la agricultura de subsistencia, la minería, la infraestructura de transporte y los incendios se resaltan como los mayores impulsores de pérdida de bosque.
El informe explica que los bosques degradados y fragmentados son más propensos a los incendios, que a su vez afectan de manera directa al clima. Se estima que los incendios en la Amazonía durante el 2019 causaron 1,1% de las emisiones globales de carbono, y 80% de las emisiones de Brasil. Nuestro país no escapa de esta realidad, en el 2020 se quemaron más de 1 millón de hectáreas (incluyendo bosques) en todo el territorio argentino. Es así como el reporte enfatiza la conexión entre la deforestación y el cambio climático.
“La reducción de la deforestación también debe ser parte de la solución al problema del cambio climático”, afirmó Pablo Pacheco, científico principal de la práctica de bosques de WWF y coautor del informe. “La agricultura, la silvicultura y el uso de la tierra representan una cuarta parte de todas las emisiones globales de gases de efecto invernadero, por lo que, al abordar la pérdida de bosques, podemos reducir nuestras emisiones. No hay alternativa si queremos lograr nuestros objetivos climáticos globales”.
Por su parte, Manuel Jaramillo afirma: “las consecuencias de la deforestación se traducen en la pérdida de servicios ecosistémicos, el empobrecimiento de comunidades locales y ponen en peligro la resiliencia de los sistemas agropecuarios, siendo más vulnerables a los efectos del cambio climático. Es por eso, que un adecuado manejo de estas actividades y una correcta protección de estos ecosistemas, podría disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, dar sustento a la vida de las comunidades locales, fomentar la seguridad alimentaria y promover un desarrollo económico sostenible. Todo ello en sintonía con el reciente compromiso del presidente Alberto Fernández de trabajar por un país carbono neutral para el 2050”.
Además, Fran Raymond Price, líder global de la práctica de bosques de WWF señala: “necesitamos cambiar nuestra relación con la naturaleza. Debemos reducir el consumo excesivo y dar más valor a la salud y la naturaleza en lugar del actual énfasis en el crecimiento económico y las ganancias financieras a toda costa. El riesgo de que surjan nuevas enfermedades es mayor en las regiones de bosques tropicales que están experimentando cambios en el uso de la tierra”.
Soluciones para frenar la deforestación
El informe analiza las soluciones y respuestas a la deforestación y concluye que estas deben ser integrales, inclusivas y adaptadas al contexto local y regional. Enfatiza que no hay un enfoque único ni un criterio universal, y deja claro que las respuestas más efectivas son aquellas que combinan múltiples soluciones.
Los enfoques para detener la deforestación han evolucionado con el tiempo. En particular, ha habido un cambio de la dependencia únicamente en políticas y regulaciones estatales que promueven la sostenibilidad ambiental en el largo plazo, a un mayor énfasis en las iniciativas basadas en el mercado, incluido el Pago por Servicios Ecosistémicos (PSE) y los esquemas de certificación, que aseguran crecimiento económico en el corto plazo. Los compromisos corporativos de deforestación cero también han ido en aumento, entre ellos los de las instituciones financieras. Sin embargo “necesitamos que los compromisos de alto nivel político y empresariales, establezcan y cumplan metas ambiciosas y superadoras, que involucren a todos los sectores de la sociedad para detener la actual pérdida y degradación de nuestros ecosistemas” detalla Jaramillo.
Entre las soluciones, también se menciona el reconocimiento de los derechos de tenencia de los territorios de pueblos originarios y comunidades locales como una respuesta efectiva que promueve la protección de bosques bajo prácticas de manejo y control local.
Además, el reporte hace un llamado a los ciudadanos alrededor del mundo a tomar acción para frenar la pérdida de bosque evitando el consumo de productos asociados a la deforestación, como ciertas carnes, soja y aceite de palma, revisando etiquetas y buscando productos certificados para determinar su procedencia. También propone acciones urgentes por parte de gobiernos, empresas y reguladores, que deben aplicarse de forma combinada. Estas incluyen:
- Asegurar los derechos de tenencia de tierras de los pueblos originarios y las comunidades locales.
- Asegurar la conservación de áreas ricas en biodiversidad.
- Garantizar que los productos procedentes de los bosques se produzcan y comercialicen de forma legal y sostenible.
- Reorganizar las cadenas de suministro de las empresas para lograr la sostenibilidad y alentar a más empresas e instituciones financieras a comprometerse con la deforestación cero.
- Promover el involucramiento entre países consumidores y países productores al momento de diseñar soluciones viables a largo plazo.
- Crear políticas y legislación que aseguren que todos los bienes y productos forestales importados – y las finanzas relacionadas – estén libres de deforestación y conversión de ecosistemas, y respeten los derechos humanos.
Atentar contra los Bosques Nativos se traduce en graves consecuencias sociales, ambientales y económicas, que atentan contra nuestra salud y nuestro bienestar. Los bosques sanos funcionan como “amortiguadores” de agentes patógenos -como virus y bacterias- que pueden afectar al ser humano. “La pandemia por COVID-19 dejó en evidencia la necesidad de reflexionar sobre nuestra relación con la naturaleza.
De plantear nuestros sistemas alimentarios y productivos apuntando a la generación de alimentos libres de deforestación y conversión, con el objetivo de diagramar un futuro saludable y sostenible en el que se pueda compatibilizar la producción con la conservación de nuestros ambientes naturales”, concluye Manuel Jaramillo.