Las ‘jangadas’ son pequeñas embarcaciones de madera que usan los pescadores artesanales del noreste de Brasil. Carlos dos Santos, orgulloso ‘jangadeiro’ nieto e hijo de pescadores, pasó buena parte de su vida desplegando las tradicionales velas blancas triangulares para salir a pescar tras los arrecifes de Porto de Galinhas, en la costa del estado de Pernambuco. Hoy se dedica a encontrar el refugio ideal para los corales más vulnerables.
Conoce ese mar de agua turquesa como la palma de su mano y ahora ayuda a encontrar los recovecos más seguros bajo el mar donde instalarán las ‘guarderías’ para recuperar los corales. Se trata de estructuras sumergidas sobre las que se ‘plantan’ pedazos de este delicado animal marino, para darle el empujoncito necesario para que crezca por sí mismo; un delicado trabajo manual pionero en Brasil que busca restaurar un ecosistema especialmente sensible al calentamiento global.
“Lo que hacemos es recolectar fragmentos de coral caídos en el suelo marino, cultivarlos en mesas de cultivo y devolverlos a la naturaleza”, resume Rudã Fernandes, director de Biofábricas, una pequeña ‘start up’ que funciona como el pilar del proyecto ‘Coralizar’. El calentamiento del agua, los pisoteos de los turistas haciendo snorkel o los remos de las barcas acaban rompiendo los delicados pedazos de coral, que suelen acabar en el fondo marino muchas veces cubiertos de arena. No están necesariamente muertos, pero necesitan una ayuda. “Son como las hojas de una planta suculenta. Si está suelta se morirá, pero si la plantas en la tierra crece”, ejemplifica Dos Santos.
Los corales no son plantas, pero la metáfora se acerca bastante. El proceso de ‘resurrección’ consiste en colocar los pedazos de este animal (que se limpian, se pesan y se cortan en pedazos más pequeños para multiplicarlos) sobre unas mesas de PVC. Cada pedacito se acopla con una cola inocua a unas pequeñas estructuras elaboradas con impresoras 3D, que se hacen a medida para cada especie. El trabajo es laborioso y exige mucha paciencia. La especie Mussimila harttii (conocida por su forma de lóbulos cerebrales) es endémica de Brasil y está en peligro de extinción, y crece apenas un centímetro al año. También se trabaja con la Millepora alcicornis (también llamado coral de fuego) que crece más rápido, facilitando los resultados en el cultivo. Cuando crecen lo suficiente se trasladan al ambiente natural.
El blanqueo y otras amenazas
Porto de Galinhas es un importante destino turístico de la costa del Estado de Pernambuco. Las playas de arena blanca adornadas por infinitas hileras de cocoteros han ido cediendo el paso a complejos hoteleros por los que el año pasado desfilaron más de 800.000 turistas. Para este año ya se espera superar el millón. La presión turística es sólo uno de los factores que amenaza a los corales: el paulatino calentamiento del agua ha ido intensificando los eventos de blanqueo, cuando los corales pierden sus característicos colores, dejándolos con un aspecto tristón y moribundo.
“Lo que da el color a los corales son las algas que viven dentro de él. Cuando sube la temperatura del agua, esa relación de simbiosis ya no es tan amigable y el coral expulsa al alga, por eso se queda blanco. Lo que vemos es su esqueleto, a pesar de que no está muerto. Puede estar así un tiempo, pero si el fenómeno dura mucho el animal perderá toda su vía de nutrición y morirá de hambre”, explica João Lucas Feitosa, profesor del departamento de Zoología de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE) y coordinador del proyecto Coralizar.
Con el cambio climático, los eventos de blanqueo, que antes eran muy raros, son cada vez más frecuentes e intensos. En la costa brasileña, la última vez que ocurrió fue al principio de la pandemia del covid-19, lo que impidió que pudieran realizarse trabajos paliativos de urgencia. Fue el peor evento de blanqueo en 35 años, y según investigadores locales, algunas especies del litoral de Pernambuco presentaron más del 70% de muerte o enfermedades en sus poblaciones. Si se confirman las predicciones del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) y la temperatura de los océanos sube 1,5 grados antes de 2050, hasta el 90% de los corales del mundo perderá su color.
En otras partes del mundo, el blanqueo es casi una sentencia de muerte, porque los corales dependen más de sus amigas las algas. Los de la costa noreste de Brasil son algo más resilientes porque consiguen alimentarse por sí solos de otros microanimales, pero tienen otros puntos débiles: están muy cerca de la orilla y a muy poca profundidad (prácticamente se puede llegar a los arrecifes andando), lo que les deja más expuestos al impacto humano y a los movimientos de arena y el barro de las desembocaduras de los ríos. Además, en el caso de los corales brasileños aún falta dimensionar el impacto que tuvo un vertido de petróleo que manchó la costa lentamente entre agosto de 2019 y marzo de 2020. Los primeros estudios ya han detectado presencia de crudo en peces dos años después.
Feitosa remarca que, ante tantas agresiones, restaurar los arrecifes de coral es de todo menos un capricho estético. “Son híper mega ultra importantes”, enfatiza, explicando que además de formar una barrera natural que protege la costa, los corales son como los ingenieros que construyen la casa para el resto de la fauna que vive ahí. El 27% de la biodiversidad marina del mundo se da en estos ecosistemas. Los peces de interés comercial se reproducen aquí y se calcula que 30 millones de empleos pesqueros en todo el mundo dependen de los arrecifes.
Trabajar con la comunidad
En las playas de Porto de Galinhas, el desafío ahora es aumentar de escala el proyecto de restauración para que no sea apenas una gota en el océano. A día de hoy las guarderías albergan más de 1.400 fragmentos de coral en diversas fases de crecimiento y se espera llegar a 6.000 en lo que queda de año. La idea es sistematizar los procesos y desarrollar herramientas de biotecnología para que puedan ser replicados en otros lugares. “Ahora estamos elaborando los mecanismos para que el proceso sea más próximo a una industria. Es un trabajo lento, trabajamos con las comunidades tradicionales, pero queremos darle un aire industrial, de industria azul, claro”, apunta Fernandes. El proyecto cuenta con el apoyo de la ONG WWF-Brasil y financiación de la empresa Neoenergía, y de momento emplea a 16 personas. En la plantilla hay biólogos e ingenieros, pero también ‘jangadeiros’ y jubilados de la zona.
Estrechar el vínculo con los vecinos de Porto de Galinhas es una de las obsesiones de Fernandes, y admite que no es del todo fácil. Cuando arrancó la restauración de los corales en 2017 no eran pocos los que miraban de reojo los trabajos. Empresarios hoteleros temieron que fuera el fin de las excursiones turísticas a los arrecifes. Pero si años atrás era común llevarse un trozo de coral como souvenir, ahora la ola del turismo sostenible y de experiencia hace que los visitantes paguen con gusto una tasa para ‘adoptar’ un coral o bucear para conocer de primera mano las guarderías submarinas.
“Las personas tienen que ver que los corales les ayudan a mantener su calidad de vida. No quiero que nadie ayude a conservarlos porque es bonito, quiero que sientan en su piel que les ayudan a tener una vida mejor”, zanja Fernandes. Dos Santos, que con su ‘jangada’ fue entusiasta desde el principio, cree que poco a poco se están disipando los recelos y que incluso algunos de sus colegas pescadores, que antes se reían de él por su espíritu ecologista, entienden que colocar con mimo mesas bajo el agua no es una excentricidad, sino una inversión de futuro. “Si conseguimos convencer a la comunidad de que esto es frágil y necesita cuidados puede que vuelva a ser tan bonito como era en nuestra infancia”, confía.