La mitad de los bosques de Latinoamérica no sobreviviría luego de sufrir su primer incendio

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La extrema fragilidad de los bosques latinoamericanos ha sido demostrada gracias a un estudio pionero publicado en la revista Science Advances, el cual reveló un alarmante hallazgo: la mitad de los bosques de la región no sobreviviría luego de sufrir su primer incendio y, mucho menos, serán capaces de soportar una segunda conflagración en menos de cinco años.

La investigación, titulada Pérdida inducida por incendios de los bosques con mayor biodiversidad del mundo en Latinoamérica, fue dirigida por la Universidad Nacional de Colombia y evaluó, por primera vez, las catastróficas consecuencias en 15 años (desde 2003) de los incendios forestales en 22 países de América Latina.

Los investigadores se centraron en los en los 16 países con mayores tasas de pérdida, siendo Paraguay (8,4 %), Guatemala (7,84 %), Honduras (6,13 %), Belice (3,63 %) y México (3,40 %) los que tuvieron los mayores porcentajes de bosques quemados en 2003.

El estudio contó además con la participación de científicos del Centro de Investigación en Ecosistemas de la Patagonia, en Chile; el Centro de Ecología y Aplicaciones Forestales de España, y la Universidad Stony Brook, en Estados Unidos.

Dolors Armenteras, autora principal del estudio y líder del grupo de Ecología del Paisaje y Modelación de Ecosistemas (Ecolmod) de la Universidad Nacional de Colombia, explica que el objetivo de la investigación fue examinar qué les ocurre en el largo plazo a los bosques después de un incendio: ¿se recuperan o se transforman?

Lo que buscaban era generar un diagnóstico de la vulnerabilidad de estos ecosistemas, entendiendo vulnerabilidad como el porcentaje de biomasa vegetal —troncos, ramas, tallos, frutos…— que se pierde tras un solo incendio y su potencial capacidad de recuperarse.

Los científicos monitorearon bosques que se quemaron sin que en ellos se hubiesen presentado talas previas para abrir pastizales. Según Armenteras, el equipo de investigadores quiso incluir una muestra de bosques más amplia que la que habitualmente se encuentra en esta clase de estudios, que suelen contar solamente con datos de países de la cuenca amazónica, especialmente Brasil.

Para lograrlo, utilizaron mapas de cobertura de la tierra en Latinoamérica desde 2001 y observaciones mensuales de área quemada con la ayuda del instrumento satelital Modis, de la Nasa, desde 2003 hasta 2018.

Los incendios generan alarma en todos los países

Los científicos estimaron que, en 2003, aproximadamente 8,5 millones de hectáreas de bosque de América Latina, equivalentes al 1,1 % de la superficie de la región, sufrieron al menos un incendio forestal. Una vez identificadas esas zonas quemadas, las monitorearon hasta 2018.

Los investigadores concluyeron que los primeros cinco años posteriores a cada incendio son críticos, pues la mitad de los bosques estudiados —que solo se quemaron una vez al inicio del siglo— terminaron perdiéndose totalmente en ese tiempo y que la otra mitad de los bosques quemados volvieron a incendiarse hasta dos o tres veces más, degradándose totalmente.

“Notamos que si ocurre un segundo fuego en ese lapso [cinco años] las consecuencias son devastadoras para el bosque y su biodiversidad, pero aún es posible la recuperación. Un tercer incendio termina por desaparecer totalmente el bosque”, asegura Armenteras, quien agrega que en poco tiempo y si no se toman acciones “la mayoría de estos ecosistemas pueden quedar reducidos a pastos, sabanas, herbazales y cultivos”.

De acuerdo con el estudio, hubo pérdida de cobertura forestal en todos los países. Pero las mayores tasas de deterioro, tras la ocurrencia de un solo incendio en bosques perennes o siempreverdes, aquellos que mantienen su verdor y follaje a lo largo del año, se presentaron principalmente en Panamá (64,7 %); Paraguay (61,5 %) y Brasil (56,6 %), mientras que otros países como México, Guatemala y Belice tuvieron deterioros menos drásticos en sus bosques quemados (30,7 %, 30,4 %, y 17 %, respectivamente).

Aunque los bosques perennes bolivianos mostraron una alta resistencia a los fuegos —70,7 % persistieron luego de quemarse—, un 5,5 % de estos se convirtieron luego en tierras de cultivo. En segundo lugar estuvo Brasil con 3,5 % de su cobertura forestal quemada que terminó luego siendo transformada. El periodo de estudio no incluyó los incendios de los últimos dos años en Brasil y Bolivia.

En cuanto a los bosques templados, presentes en el sur del continente, Chile fue el país que tuvo las mayores tasas de transformación y donde estos ecosistemas quemados se convirtieron, sobre todo, en cultivos (26,8 %), sabanas (22,1 %) y herbazales (11,3 %). Argentina, por su parte, fue la segunda nación con la mayor conversión de bosques templados a tierras de cultivos, con 17,6 %.

En el caso de los bosques mixtos —en los que conviven bosques primarios y secundarios con cultivos, por ejemplo—, el 19 % de esta cobertura forestal quemada en Chile se convirtió en herbazales.

Para Ángela Hernández, del Centro de Investigación en Ecosistemas de la Patagonia, y una de las autoras del estudio, la extrema situación chilena se debe a que, por años, y desde el comienzo de la dictadura de Augusto Pinochet, el gobierno financió e incentivó, mediante el decreto de ley 701, a los propietarios de la tierra y a las empresas para plantar especies forestales introducidas de rápido crecimiento —monocultivos de pino y eucalipto, principalmente— en áreas de cultivos agrícolas.

Esto, dice Hernández, llevó a un cambio de uso del suelo acelerado, principalmente en la zona centro-sur de Chile.

“A mis ojos, se ha generado un problema ambiental y socioeconómico, ya que, como fue un negocio tan lucrativo, los empresas empezaron a sustituir el bosque nativo por plantaciones de rápido crecimiento, lo que ha significado una homogeneización del paisaje, dominado ahora principalmente por plantaciones y generando una gran cantidad de biomasa”, explica Hernández.

A lo anterior, dice la investigadora, se suma la alta densidad de población de la zona centro-sur de Chile, lo cual “se traduce en bajas defensas del paisaje para mitigar los incendios, teniendo en cuenta que la mayoría de estos son de origen humano”.

Armenteras considera que los fuegos provocados deben ser estudiados con mayor rigurosidad, “debido a que aumentan las emisiones de gases y material particulado que afectan la calidad del aire y contribuyen al aumento del cambio climático”.

Cambio climático y deterioro de la fauna

La bióloga Dolors Armenteras afirma que para que se presente un fuego deben darse tres condiciones básicas, que conforman el denominado ‘triángulo del fuego’: un combustible, que es la materia vegetal; condiciones de clima seco y alta temperatura, y una llama que permita el inicio de la combustión o ignición.

Según ella, lo primero que pasa cuando se incendia un bosque es que el combustible se consume. Si el bosque está en buenas condiciones, y aún conserva la humedad de la vegetación, es más difícil que el fuego se extienda; en cambio, si está más seco, porque ha sido degradado, se ha entresacado leña o hay mucha fragmentación y claros en la vegetación, tendrá menos humedad y se consumirá más rápido.

La primera consecuencia directa del fuego en los bosques es su pérdida de resistencia a futuros incendios. La desecación de la vegetación trae consigo cambios en el microclima del ecosistema, pero si se presentan fuegos adicionales, el daño aumenta y se pierde la capacidad del bosque de secuestrar gases como el dióxido de carbono, lo cual tiene un fuerte impacto en el cambio climático.

Aunque el estudio no tuvo en cuenta los impactos del fuego en la fauna, la coautora Tania González, quien se ha dedicado a investigar cómo afectan los incendios a los pequeños mamíferos, asegura que estas especies siguen siendo grandes damnificadas por las quemas y por la consiguiente pérdida de masa vegetal.

González afirma que los incendios forestales pueden afectar a la fauna de forma directa cuando se ocasiona mortalidad por las llamas o el humo, o de forma indirecta cuando se deteriora la vegetación que les proporciona hábitat, alimento y refugio.

“Mientras que animales grandes, con mayores capacidades de movimiento, pueden escapar de un incendio y luego colonizar las zonas que se vieron afectadas, otros más pequeños o con una capacidad de movimiento más limitada, pueden ser alcanzados por las llamas o verse afectados por la pérdida de los recursos que utilizan para sobrevivir”, comenta la investigadora.

Los incendios también pueden influir en las interacciones que se dan entre especies, como la competencia y la depredación. González dice que en Australia se ha documentado que cuando se pierde cobertura forestal por causa de los incendios, puede aumentar la presión de depredación sobre pequeños mamíferos, debido a que no hay la suficiente cobertura vegetal que los proteja.

Asimismo, según cuenta la científica, muchos mamíferos, voladores y no voladores, aves, entre otros, tienen funciones muy importantes en los ecosistemas como polinizar y dispersar semillas: “Si el fuego influye negativamente en estas comunidades animales —continúa González— se puede ver interrumpida la regeneración natural de las plantas y el funcionamiento del ecosistema”.

Finalmente, Armenteras afirma que este estudio es importante porque refleja que los incendios forestales no son un problema exclusivo de la cuenca amazónica, —que, según manifiesta, son los que generalmente llegan a los titulares de prensa­— y demuestra que se trata de una problemática común a todos los países, aunque existan diferencias en los efectos y respuestas de cada nación, que dependen también de los tipos de bosques y del clima.

“Es imperativo reducir los incendios forestales. Algunas soluciones podrían ser los pagos por servicios ecosistémicos, condenar los crímenes ambientales y promover prácticas para el manejo integrado del fuego, que prevengan estos desastres ambientales”, puntualiza Armenteras.

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