Cada mañana, un grupo de mujeres de la costa del Pacífico colombiano navega hacia el manglar de la región en busca de pianguas. Los pianguas son pequeños moluscos que crecen entre las raíces de estos bosques costeros, que forman parte del sustento de estas familias.
Esta acción no solo garantiza el sustento, sino que simboliza una relación profundamente respetuosa con la naturaleza. Antes de comenzar la recolección, las mujeres realizan un ritual de gratitud y permiso hacia los manglares, demostrando el equilibrio entre el aprovechamiento y la preservación de los ecosistemas.
Las pianguas son un ingrediente preciado en la gastronomía tradicional, utilizado en platos como encocados y ceviches. Sin embargo, su valor trasciende la cocina. Para las mujeres de la asociación Raíces del Manglar, este alimento representa una conexión directa con la vida misma. “A las bebés hay que regresarlas”, explica Magnolia, una de las mujeres del grupo, subrayando la importancia de preservar el ciclo natural de estos moluscos. Luego de la cosecha, las pianguas son distribuidas entre cocineras locales, cerrando una cadena de trabajo liderada por mujeres que no solo luchan por sus comunidades, sino también por la conservación del entorno natural.
Además de su rol en la alimentación, las conchas de las pianguas son reutilizadas en artesanías, mostrando cómo las prácticas sostenibles generan ingresos y fortalecen la identidad cultural. En esta región, marcada por el conflicto y la pobreza, proyectos como este demuestran cómo la naturaleza y la tradición pueden convertirse en herramientas de empoderamiento y resiliencia.
Restaurar el manglar es restaurar la paz
El Pacífico colombiano, con sus manglares exuberantes y costas biodiversas, es un pilar en la lucha contra el cambio climático. Estas áreas son conocidas por almacenar grandes cantidades de carbono y proteger las costas de la erosión. Sin embargo, la creciente presión del cambio climático afectó gravemente a estos ecosistemas. Por esta razón, el proyecto Pacífico Biocultural, liderado por la FAO y financiado por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF), tomó la iniciativa de trabajar en la restauración de más de 240 hectáreas de manglares, utilizando especies nativas como el mangle rojo.
En este sentido, Pamela Quiñones, líder comunitaria, señala: “La restauración beneficia enormemente a nuestra comunidad. Cuanto más grandes sean los manglares, mejor protegen nuestras casas del avance del mar”. Este esfuerzo, gestionado directamente por comunidades locales, además de fortalecer la biodiversidad, también fomenta la seguridad alimentaria y crea oportunidades económicas en armonía con el medio ambiente.
Semillas de esperanza
El proyecto también promueve negocios verdes que combinan la conservación ambiental con la generación de ingresos. Un ejemplo destacado es Procacao Tumatay, que transforma antiguas tierras de cultivo de coca en plantaciones de cacao. Estas iniciativas no solo sustituyen actividades ilícitas por cadenas de valor sostenibles, sino que también reconstruyen el tejido social de comunidades afectadas por el conflicto.
Asimismo, el turismo de naturaleza, como el corredor de avistamiento de aves Bird-Mi Turismo, reúne a comunidades multiétnicas en la conservación y promoción de su entorno. Este enfoque integrador pretende demostrar que es posible encontrar la paz en la armonía entre la naturaleza, la cultura y el desarrollo sostenible.
En las manos de mujeres como Magnolia y proyectos como Pacífico Biocultural, el futuro del Pacífico colombiano podría mejorar considerablemente. Esto es gracias a sus acciones que no solo restauran manglares y medios de vida, sino que también buscan dejar un mensaje poderoso: cuidar la naturaleza es cuidar la vida misma.
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