Namibia está acostumbrada a pasar sed y a ver sus campos sedientos pero hace tres décadas que el noroeste de este país eminentemente desértico no sufría una sequía tan severa como la actual. En dos años no ha caído una gota y lo peor es que las lluvias no llegarán hasta dentro de seis meses porque ahora, en el invierno austral, es casi imposible encontrar una nube en los azules cielos namibios. Un tercio de la población, unas 780.000 personas (algo así como el censo de Valencia), sufre la falta de lluvia y tiene problemas para poder encontrar alimentos. La agencia para la infancia de Naciones Unidas (Unicef) acaba de dar la voz de alerta y advierte de que más de 100.000 menores de cinco años están en riesgo de malnutrición si no llueve en breve.
La dura sequía les está obligando a vender el gran tesoro que son las vacas y las ovejas que resisten y no se han muerto por la falta de agua. Unicef avisa de que hombres solos o familias enteras se están yendo a los pequeños núcleos urbanos del país para encontrar un trabajo o vender la leña abandonada con la que poder mantenerse. Además, Unicef alerta de que la población no tiene más remedio que ajustar su alimentación a lo poco que hay y ya solo pueden comer una vez al día. No hay leche y las dos últimas cosechas han sido escasas, por lo que los que tienen suerte dependen exclusivamente de la ayuda humanitaria.
El pasado 17 de mayo, el presidente namibio, Hifikepunye Pohamba, ya declaró el estado de emergencia e impulsó un comité para distribuir alimentos básicos y agua entre la población necesitada. En total, una inversión anunciada de 15 millones de euros, aunque como el propio Gobierno reconoce las dificultades para hacer llegar la ayuda por las precarias infraestructuras pero asegura que la está repartiendo, aunque “es evidente” que habrá una falta de fondos ya que cada vez hay más afectados, admite. Por ello, insiste en hacer una llamada de socorro a la comunidad internacional para que responda con urgencia.
Las mujeres y los niños son realmente los más afectados por la sequía, reconoce Unicef en Namibia, que explica que el trabajo de Naciones Unidas es el de coordinarse con el Gobierno y la Cruz Roja local para asegurar que las comunidades “tengan acceso a los servicios de agua, saneamiento e higiene”. Según sus datos, el 29% de los niños de menos de cinco años están desnutridos, una cifra que podría aumentar con la sequía. La detección precoz y la actuación rápida de llevar alimentos a esas áreas es clave para salvar vidas, advierte la representante.
El turismo es una fuente principal de ingresos para Namibia. Las autoridades temen que la sequía acabe mermando también a la abundante fauna salvaje y por lo tanto los turistas ávidos de participar en safaris fotográficos se replanteen otros destinos.
El País