Una investigación realizada con cerca de 600 orcas reveló que el cuidado de las madres aumenta las expectativas de vida de su decendencia.
¿La razón? Para los hijos/hijas tener a la madre cerca mejora sus oportunidades de supervivencia, mientras que para la madre el cuidado parental representa más que lazos afectivos, ya que incrementa las posibilidades que la descendencia alcance la madurez sexual y se reproduzca, asegurando una nueva generación de orcas.
Los beneficios evolutivos de cuidar a sus descendientes pueden ayudar a explicar el por qué las orcas hembras, al igual que los humanos y las hembras de delfines calderón (también conocidas como ballenas piloto), viven varias décadas después de pasar la edad reproductiva.
La idea de que las madres viven varios años más tras la culminación de la etapa reproductiva, con el fin de ayudar a sus descendientes a criar nuevas generaciones data de hace más de 50 años.
Estudios conductuales sobre diversas especies muestran que el tener un mayor número de hembras adultas alrededor aumenta la supervivencia de sus descendientes, incluyendo los nietos de un grupo o manada. Algunos investigadores incluso argumentan que la evolución favorece la menopausia y prolonga la vida tras las conclusión de la etapa reproductiva – pero esta hipótesis continúa siendo controversial.
En vida silvestre, las orcas pueden llegar a vivir alrededor de 90 años, pero la reproducción en las hembras se detiene entre los 30 y 40 años. Ellas, junto con los delfines calderón y las hembras humanas son las únicas especies conocidas que experimentan la menopausia. Al igual que los humanos, las orcas viven en grupos sociales complejos que incluyen sus hijos e hijas. “Ellas nos permiten entender cuáles son las ventajas de tener abuelas”, afirmó el investigador norteamericano y especialista en cetáceos Robert Pitman.
La investigación, realizada desde inicios de la década de 1970, incluyó el monitoreo de una población de orcas del Pacífico norte, fuera de las costas de Washington y Columbia Británica. Los científicos tomaron fotos de las aletas dorsales de cada individuo – que tienen características únicas en cada individuo, como las huellas digitales de los humanos – para poder realizar un seguimiento sobre los nacimientos y muertes de la población. Para 2010, el catálogo de foto identificación ya contaba con 589 individuos. El biólogo Darren Croft, de la Universidad de Exeter en el Reino Unido y sus colegas, analizaron posteriormente la base de datos utilizando algoritmos similares los aplicados por las compañías de seguros para calcular planes de seguros “Premium”, llegando a la conclusión que la probabilidad de supervivencia de cada orca puede ser cualquier edad. Después realizaron cálculos separados para las orcas cuyas madres habían fallecido y otro para las que aun contaban con la presencia de su madre.
Descubrieron que perder a la madre representa una amenaza para la supervivencia de las descendencia, en particular para los machos. La investigación reveló que los machos jóvenes tienen tres veces más probabilidades de morir un año después de la muerte de su madre, que aquellos que aún tienen a su progenitora viva. Incluso se descubrió que machos pasados los 30 años de edad, son todavía más vulnerables tras la muerte de su madre, aumentando la amenaza de muerte en más de ocho veces. Por su parte, las hembras jóvenes probaron sobrevivir bien tras la muerte de la madre, pero las mayores tienen 2.7 más probabilidades de morir tras el fallecimiento de la madre. “Para ellas como para nosotros, es un asunto de familia,” dice Pitman.
Los investigadores aún no saben por qué el tener a las madres cerca beneficia más a los hijos que a las hijas de orcas. Podría ser que las madres asistan y jueguen un rol importante en las actividades de caza para la obtención de alimentos o en conductas defensivas ante posibles agresiones. “Sería maravilloso si supiéramos más acerca del comportamiento social de las orcas, en particular cuáles son los beneficios aportados por las madres a su decencia y grupo social,” concluyó el investigador inglés Michael Cant.
Los resultados de la investigación fueron publicados recientemente en la revista científica Science.