Viaje al Impenetrable: cómo es el trabajo para proteger el segundo pulmón verde de Sudamérica

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El viaje al Parque Nacional El Impenetrable es espinoso, árido, polvoriento. Reseco, casi crocante. Durante la primera parte del tramo, todo parece tener un tinte amarronado: las plantas, las flores, los animales, el cielo. Pero, a medida que avanzan los kilómetros y las horas sobre el camino de tierra, los colores se manifiestan. Como un rito de iniciación, empiezan a aparecer aves; se perciben movimientos entre las ramas; el viento canta, golpea, para. De repente, silencio.

Faltan algunas horas para llegar a destino y dos intuiciones se convierten en certezas. La primera es que el espectáculo chaqueño reside en las formas. Hay cactus que crecen sobre árboles o que cuelgan de sus copas, como lianas; se ven ramas entrelazadas y otras que se fusionan mediante juegos de la naturaleza que acarrean procesos biológicos y adaptativos complejos. Cardones de ocho metros conviven con cofradías de palos borrachos, algarrobos, chañares, quebrachos, timbós.

Estos gigantes, con sus bifurcaciones y rumbos burlones, actúan como una lente a través de la cual mirar el resto del paisaje. Hasta tienta, como lo haría Roberto Arlt, interpretar al imponente yacaré como su subsidiario, “un magnífico tronco, verde oscuro botella, cuya cola larga llegaba al agua y cuya cabeza triangular, apoyada por las quijadas sobre la tierra, parecía estar husmeando las raíces de un paraíso”.

Pero ningún árbol puede tapar la diversidad del bosque. De ahí, la segunda hipótesis: entrar al Impenetrable significa saber que hay algo más, tener la posibilidad de imaginarlo y, tal vez, la suerte de verlo.

Árbol sangre verde

Detrás de la creación del Parque Nacional, concretada en 2014, subyace una historia de película (reflejada por el director Ignacio Robayna en su documental El silencio del Impenetrable), que incluye mafias, asesinatos, personajes excéntricos, negociados, gobiernos, ONGs y litigios. Este reservorio ecológico —finalmente protegido de la tala, la caza y la explotación agropecuaria— ocupa 128 mil hectáreas dentro del inmenso bosque Impenetrable Chaqueño que, a su vez, se ubica dentro de la región del Gran Chaco.

Esta extensa geografía, de la cual nuestro país aloja el 60 %, constituye el segundo sistema boscoso más importante de Sudamérica, después del Amazonas. Pero mientras los bosques húmedos amazónicos están en el imaginario popular, el pulmón chaqueño permanece en la sombra de la mirada pública y política. Desde 1985, se deforestaron 14 millones de hectáreas. Pese a que hay pobladores que hace más de un siglo escuchan el ruido de los árboles al caer, para las topadoras, nada resulta impenetrable.

“En cuanto al cambio climático, el bosque chaqueño es incluso más importante. ¿Por qué? Porque en el Amazonas, la velocidad de ciclado del carbono hace que se fije y se pudra constantemente. En cambio, acá, las maderas son duras porque tienen una concentración de carbono enorme, en relación con troncos de crecimiento rápido. Y guardan otra gran ventaja: es muy difícil que el fuego ingrese en estos bosques. Se necesita un poder de ignición altísimo”, detalla Gerardo Cerón, doctor en Biología. Desde hace años, se desempeña como coordinador del equipo de conservación de la Fundación Rewilding Argentina en El Impenetrable.

La ecorregión granchaqueña no solo alberga comunidades, flora y fauna, sino que conforma una pieza clave para paliar el efecto invernadero. Solo la porción del Parque Nacional almacena 28,2 millones de toneladas métricas de carbono. Y no únicamente en su bosque.

La tierra es Chaco

Alejandro Serrano es doctor en Biología, estuvo a cargo del Inventario de Especies y Restauración de Rewilding en El Impenetrable, y ahora enfoca toda su energía en el proyecto de restauración de pastizales. Aunque el sentido común no los asocia con el ambiente chaqueño, de acuerdo con estudios del Conicet, supieron representar cerca del 50 % de su superficie.

“Los pastizales guardan muchísima materia orgánica y secuestran grandes cuotas de carbono. De hecho, los incendios o quemas de pastizales eliminan solo el 5% de la biomasa que acumulan: el resto está todo bajo tierra. El fuego pasa tan rápido que no quema hacia abajo. Esa es otra gran función de los pastizales, tanto húmedos como secos”, explica Serrano.

Los pastizales albergan una rica fauna que se ve en peligro o que directamente desapareció. Es el caso de los guanacos —de los cuales subsisten unos pocos en poblaciones reducidas y fragmentadas— y el venado de las pampas, ya extinto en el lugar.

“En Bolivia podemos observar una foto de lo que podría pasar dentro de 50 años: cómo se vería el guanaco con los pastizales llenos de arbustos, fragmentados. Este animal, que normalmente migra y recorre muchos kilómetros, allí se ve en un ambiente bloqueado por leñosas”, continúa el especialista.

Los informes concluyen que la diferencia de especies que alberga un pastizal natural y uno implantado es abismal. No basta con recrear el entorno con semillas compradas. Rewilding apuesta a recuperar esta parte clave del ecosistema con especies de pastos nativas, para impulsar la expansión de aves locales, voladoras o terrestres, como los ñandúes; y otros animales, como el aguará guazú.

¿A qué se debe la reducción de los pastizales? El motivo principal es que son los más utilizados para la ganadería, por lo cual terminan sobrepastoreados y agotados. “En el pasado, no había una noción clara de cuánto ganado aguantan. Esa es una discusión de estos días, cuando nos dimos cuenta de que lo arruinamos todo”, aclara Serrano.

Como si fuera poco, el ganado suele llevar semillas de plantas leñosas que comen de los alrededores. Luego esas plantas crecen. “Todo el tiempo hay una disputa entre las leñosas y el pasto, donde siempre pierde el pasto”. Y cuando se activa este mecanismo, no hay marcha atrás. La leñosa se retroalimenta.

El problema no es el bosque —con su multiplicidad de especies, como algarrobos y quebrachos—, sino la acción humana, que genera un paisaje monocorde con plantas que son del lugar, pero avanzan sin control y en detrimento del ecosistema original.

Los expertos entienden que el restablecimiento de los pastizales puede ser relativamente rápido. Y uno de los principales aliados para que esto suceda es el fuego. Las quemas asustan y no sin motivos: facilitadas por el cambio climático o directamente desatadas por la mano humana, causan estragos.

En los ciclos saludables, cuando hay tormentas eléctricas y caen rayos, los incendios aquí son naturales y necesarios en determinadas estaciones, para la renovación del suelo y el cambio de especies. Las llamas controladas y ejecutadas por Parques Nacionales forman parte de una estrategia global para restaurar el balance perdido. Existen otras alternativas en marcha. Una de estas es la trituración mecánica, ventajosa, ya que las leñosas son muy resistentes al fuego y hay poco pasto que ejerza como combustible.

“El agua que tomas, el agua te toma”

Especies típicas del Chaco húmedo, como el aguará guazú o el mono aullador; algunas propias del Chaco seco, como el pecarí quimilero o el tatú carreta; u otras de humedales, bañados, selvas en galería y pastizales. Aunque el Impenetrable Chaqueño es parte del denominado Chaco seco, el Parque Nacional combina diferentes características geomorfológicas y un abanico de flora y fauna, al encontrarse en el interfluvio de los ríos Bermejo (o Teuco) y Bermejito.

En lugares bajos se acumula el agua de las lluvias, dando lugar a distintos tipos de cuerpos de agua, como la laguna El Breal y el pozo de los Yacarés. Por las noches, desde altura, los ojos de estos reptiles se asemejan a cientos de luciérnagas… a las que nadie querría acercarse.

Cien kilómetros del Bermejo marcan el límite norte del Parque Nacional. Para los habitantes de la zona, son fuente de recursos y de desafíos, especialmente en épocas de sequías o desbordes. Serpenteante, cambiante, como describiría Haroldo Conti “el río a veces es duro y amargo, pero otras veces parece hecho a la medida del hombre”. En sus costas no extraña ver huellas de corzuelas, tapires (el mayor herbívoro de la zona y catalogado como “vulnerable a la extinción”) o del Monumento Natural del Chaco: el yaguareté.

Al navegarlo o verlo durante el atardecer, se manifiesta —ahora siguiendo a Saer— “más vasto e inabordable (…) que el universo entero”. Del lado formoseño, el área está desprovista de protección. La caza furtiva, la industria maderera y la ganadera avanzan. Comenta la gente de la zona que les han ofrecido 200 pesos por derribar árboles centenarios.

Hasta el año pasado, gracias a los esfuerzos de investigadores, biólogos y trabajadores de Rewilding habían sido inventariadas 20 especies de hongos, 497 de plantas, 587 de artrópodos, 72 de peces, 36 de anfibios, 51 de reptiles y 58 de mamíferos. Algunas recién se conocen en la provincia de Chaco.

Aunque resta llegar a un listado completo, se estima que en toda la provincia de Chaco hay medio millar de aves: el 50 % de toda la argentina. 345 especies se desplazan por El Impenetrable.

La vida aparece en el cielo y en el subsuelo. Un oso melero de paso lento termina su colación de media tarde, dejando atrás un hormiguero de 9 metros de diámetro. Las hormigas se mueven rapidísimo, cargando hojas colosales. Por año, movilizan toneladas de materia orgánica. Los guardaparques señalan que, cuando los viejos hormigueros colapsan, se forman pozas donde van a tomar agua los animales e incluso incursionan peces de aguas temporales.

Selva de mis venas tierra de jaguar

En la década de 1920, dos hermanos bajaron por el Bermejo, en un sector que hoy integra el Parque Nacional. Desde su balsa, en solo tres días, vieron 27 yaguaretés. En la actualidad, uno solo anda libre por la zona: Qaramta (“difícil de destruir”). Se supone que llegó de Paraguay.

Este retroceso refleja una degradación general. Relatos de pobladores y exploradores se referían a bosques con árboles gigantescos, que fueron cortados para extracción maderera y de taninos, que además contaminan los ríos.

Cerón transmite estas historias desde la estación de campo “El Teuco”, en la costa de la Laguna El Breal, donde apareció la primera nutria de río salvaje en el país después de 30 años. Desde allí, con tecnología y mucho labor humana, Rewilding hace el seguimiento de los distintos planes.

El objetivo de la fundación es recomponer interacciones ecológicas, para que los ecosistemas naturales sean completos y funcionales, principalmente mediante la reintroducción de especies clave.

Su premisa es que la vieja visión de conservación “quedó anticuada”. En el caso del Impenetrable, por ejemplo, faltan los predadores tope y los dispersores de semillas. Limitarse a preservar no colaboraría con la recuperación al ritmo necesario.

Actualmente, los miembros del equipo están trabajando, en conjunto con Parques Nacionales, en el proyecto de pastizales, el de yaguaretés y el de tortugas yabotí. Además, presentaron otros relacionados con el venado de las pampas, el guanaco y la nutria gigante de río.

Desde los Esteros del Iberá, recibieron a la yaguareté Tania, con la premisa de que tuviera crías con Qaramta. Ocurrió. Los dos cachorros están con la madre, que les enseña a cazar en jaulones. Recientemente, la hembra Mbareté también se apareó con el felino. “Estamos esperando el test de embarazo”, bromean los conservacionistas.

Por último, muestran a Isis, que rechaza a Qaramta y a otros de su especie. “Está muy humanizada, ya que creció en cautiverio. Sirve mucho para la educación ambiental de la gente de la zona, que la visita y le pierde el miedo al animal“, relatan.

Carrera de tortugas

La yabotí es la tortuga terrestre más grande de Argentina, con un peso que va de los 6 a los 14 kilos, aproximadamente. Los adultos pueden superar el medio metro de longitud. Caminando por la estancia, aparece una. Precavida ante la presencia humana, come y se retira lentamente.

Su principal alimento son los frutos, como el chañar, el mistol, la algarroba. Son claves para la regeneración de los bosques, al ser dispersoras de semillas. También consumen hojas, carroña, hongos, flores, ciertos cactus. Prácticamente carecen de predadores. Solo el yaguareté puede animarse a atacar a una tortuga chica. Los caparazones son duros, grandes y compactos. En este sentido, su mayor enemigo es y fue el tráfico ilegal.

Contra lo que se supondría, no son perezosas: se desplazan hasta 500 metros por día, aunque en verano se mantienen quietas (con las temperaturas chaqueñas, cualquiera compartiría su actitud). Hay 20 tortugas libres en la zona del Parque, unas 19 en recintos de presuelta y 40 más están por arribar. Tienen transmisores en los caparazones, que emiten señales. Algunas ya se alejaron dos kilómetros.

Débora Abregú es la encargada del seguimiento diario de estos carismáticos animales. Doctoranda en Biología, dejó el laboratorio para volcarse a la acción, convencida por Gerardo en un simposio sobre arañas donde ella era conferencista. Su nueva cotidianidad implica entrar en el bosque chaqueño, machete en mano.

“Suelen poner los huevos durante las lluvias. Colocan hasta cuatro tandas y cada tanda está conformada por 4 o 5 huevos, aunque puede llegar a diez. Cuando ocurre en temporadas de temperaturas bajas, como ahora, o en mayo, el desarrollo del embrión se mantiene en latencia, en pausa, hasta que empieza el calor. Pueden pasar tres meses, cuatro o siete”, expone Débora.

Noche chaqueña luna plateada

Los visitantes del Impenetrable pueden —entre otras opciones de camping o glamping— dormir en las carpas públicas y gratuitas de “La Fidelidad”, dentro del Parque Nacional. Emplazadas a la vera del río Bermejo, regalan una imagen nada despreciable para cerrar un día de caminata, kayak o senderismo. Los lugareños ofrecen excursiones, artesanías y gastronomía en sus hogares. Luego de unos días, las distancias parecen más cortas, surge cierta ilusión de comprender. Y sin embargo…

La naturaleza no descansa. Al oscurecer, cuando está despejado, se pueden experimentar espectáculos maravillosos. El más esperado es el avistamiento de estrellas. Sin edificios cercanos, luces artificiales, ni smog, hasta la persona más inexperta puede conjeturar constelaciones, unir puntos y esbozar siluetas. Si el suelo grita vastedad, el cielo envuelve de humildad a quien mira.

En momentos de plenilunio, los astros pierden protagonismo. La luna, como alquimista, transforma en plata el paisaje.

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