Los imparables avances tecnológicos que esta era digital trae consigo obligan a los usuarios a estar constantemente actualizados. Cada año se producen nuevos modelos de computadoras, celulares, televisores, entre otros, cuya vida útil se acorta más y más para continuar consumiendo. Las consecuencias de esto van directamente al medioambiente: los residuos electrónicos.
Las personas cada vez se deshacen más rápido de los dispositivos electrónicos, promoviendo la contaminación. Según la Plataforma StEP (Solving the E-Waste Problem), de las Naciones Unidas, la cantidad de estos residuos electrónicos generados en 2019 a lo largo de todo el mundo fue de aproximadamente 53,6 millones de toneladas. Esto equivale a 350 transatlánticos del tamaño del Titanic.
Hace algunos años se alcanzó el récord de más de 7,3 kg de desechos electrónicos por cada una de las 7.800 millones de personas que viven en la tierra. Estas cifras “los convierten en el flujo de desechos domésticos de más rápido crecimiento en el mundo. Esta impulsado principalmente por tasas de consumo más altas de equipos eléctricos y electrónicos, ciclos de vida cortos y pocas opciones de reparación”.
Esto afecta directamente a la salud de los humanos. ¿Cómo? Los elementos químicos y metales que componen cada dispositivo son altamente tóxicos: tienen mercurio, cadmio y plomo. Cuando se desechan incorrectamente y se disponen sin cuidado los químicos inevitablemente se filtran al suelo, llegando a las napas subterráneas y poniendo en riesgo a personas, cultivos y a la vida silvestre por igual.
Según ese mismo informe del Global E waste Monitor, solo el 17,4 % de los desechos electrónicos del mundo se documentó, recolectó y recicló adecuadamente en 2019, dejando a más del 82 %, básicamente, sin contabilizar. Dentro de ese 82 %, podía haber hasta 55 toneladas de mercurio que terminaban liberadas al ambiente sin control.
Separar y reciclar los residuos electrónicos, es el camino
Esto no significa que está todo perdido; la solución gira en torno a políticas estatales que promuevan el reciclaje de residuos electrónicos. Todo comienza con una recolección consciente y adecuada. Actualmente solo 78 países han adoptado algún tipo de ordenamiento en esa dirección.
En primer lugar, se deben separar las partes reutilizables y reciclables de aquellos componentes que no se pueden reciclar. Este primer paso ya tiene un gran impacto en la sociedad porque genera toda una industria nueva que favorece la contratación de mano de obra calificada.
Posteriormente, estos materiales separados se envían a plantas de reciclaje especializadas para su adecuado procesamiento, mientras que los materiales que no pudieron ser reciclados se eliminan de forma segura en centros especiales de disposición final.
¿Qué sucede en Argentina? Aún no se cuenta con un marco legislativo claro que propicie la gestión adecuada de estos residuos. Aún así, hay una gran presión social por empezar a poner cartas en el asunto, lo cual logró que varias marcas ya comiencen a ofrecer un nuevo horizonte de reparación de sus aparatos, o hasta la aceptación de esa vieja tecnología como parte de pago de productos más nuevos, como estrategia de fidelización de “clientes verdes” o “ecofriendly”.
Todo comienza por la llamada obsolescencia programada. Esto es, la programación del fin de la vida útil de un producto, de modo que, tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante durante su diseño, éste se torna obsoleto, por lo que debe ser descartado y reemplazado.
¿Cómo se termina? Reduciendo, reparando y reciclando. Es importante limitar la frecuencia con la que se compran nuevas tecnologías o incluso considerar la idea de conseguir dispositivos usados.
En vez de reemplazar lo que se rompe, mejor es repararlo, prolongando su vida útil. Así llega el tercer paso: reciclar. Cuando el aparato ya no tiene arreglo, se debe descartar en un punto verde, y para quienes no saben dónde quedan, cada municipio tiene en sus sitios webs las ubicaciones de los mismos.