El tapón unido a la botella y otros ejemplos de ecodiseño que están cambiando nuestra forma de consumir

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Hubo un tiempo en el que el aumento de las emisiones de CO2 no se consideraba un gran desafío para el planeta. Eso cambió en los años 70, cuando se acuñaron los términos “calentamiento global” y “efecto invernadero”. Desde ese momento, y durante casi tres décadas, se vincularon exclusivamente dichas emisiones con la actividad de las plantas productivas en medio de una industrialización galopante.

Sin embargo, cuando el siglo XX agotaba sus últimos días, la comunidad científica y los legisladores se dieron cuenta de que no bastaba con controlar el CO2 generado por los procesos de fabricación: para descarbonizar el planeta era muy necesario reducir también los gases emitidos por cualquier producto durante todo su ciclo de vida, desde la extracción de las materias primas hasta la manufactura, el envasado, la distribución, el uso y, finalmente, la gestión de los residuos generados tras el final de su vida útil.

Y fue ahí donde surgió y cobró fuerza el concepto de diseño ecológico. “El ecodiseño es una metodología que integra el medio ambiente como un aspecto más a la hora de tomar decisiones en el proceso de diseño”, explica Jose María Fernández Alcalá, director de Economía Circular en el Ihobe (la Sociedad Pública de Gestión Ambiental del Gobierno Vasco). “Lo que hacemos es intentar predecir cuál va a ser el impacto ambiental de un producto antes de estar fabricado y, en base a ese análisis, tomar medidas desde la fase de diseño para reducirlo”, detalla.

Efectivamente, esta manera de trabajar supone un gran avance ante el reto de la descarbonización. Según el reglamento aprobado el pasado mes de marzo por la Comisión Europea para lograr que los productos sostenibles sean la norma, el 80% del impacto medioambiental que tiene un producto en todo su ciclo de vida queda definido por su diseño.

Esa cifra, combinada con otra que pone sobre la mesa Fernández Alcalá, nos da una idea de la enorme trascendencia que tiene diseñar adecuadamente los bienes de consumo. “Aproximadamente, el 50% de las emisiones de gases de efecto invernadero están directamente relacionadas con la fabricación y el consumo de productos”, expone. La ecuación es sencilla: si la mitad de las emisiones totales del planeta está determinada en un 80% por cómo se diseñan los productos, la conclusión es que “el ecodiseño puede ayudar a reducir casi en un 40% los gases de efecto invernadero” que lanzamos a la atmósfera.

Las ventajas son evidentes desde hace décadas tanto para el medio ambiente como para las empresas que apuestan por esta manera de concebir los productos. Desde que las compañías se hacen responsables del impacto medioambiental de sus productos durante todo el ciclo de vida, les sale más a cuenta invertir en diseño ecológico para reducirlo que asumir el coste de su compensación.

“El ecodiseño, como término, debería desaparecer, porque deberíamos asumir que un producto bien diseñado es aquel que integre el medio ambiente como ya integra la ergonomía, la calidad, la fabricabilidad…”, apunta el director de Economía Circular del Ihobe.

¿Pero en qué se diferencia un producto bien concebido desde el punto de vista del ecodiseño de uno mal concebido? ¿Cómo se consigue reducir su huella de carbono? “Incorporando desde esta primera fase todos aquellos criterios que permitan minimizar el consumo de materias primas en su producción, optimizar el transporte, alargar su vida útil o incluso mejorar la reciclabilidad de sus componentes tras la fase de uso”, responde María Soledad Bermúdez, gerente de Asistencia Técnica y Desarrollo de Polietileno en Repsol, una de las compañías que están apostando por el diseño ecológico. “Todos nuestros proyectos de desarrollo de nuevos productos incorporan desde su origen criterios de ecodiseño que contribuyen a la reducción de su impacto en el medio ambiente”, confirma Bermúdez.

Pero son los ejemplos concretos de su aplicación los que permiten entender bien cómo esta metodología, relativamente joven, está cambiando nuestra manera de fabricar, comprar y consumir. Estos son algunos de ellos:

HECHOS DE UN SOLO MATERIAL

Que un producto esté fabricado con un solo material hace mucho menos engorroso su reciclaje, ya que evita tener que dedicar esfuerzos a separar componentes que requieren un tratamiento diferente llegado ese punto. “Investigamos nuevas soluciones sostenibles alternativas para el embalaje, como el diseño de envases monomaterial, es decir, con varias capas fabricadas con un único tipo de material, que sustituyan a los actuales envases que llevan capas de diferentes materiales” explica Bermúdez.

DE MENOR DIMENSIÓN O PESO

La regla es sencilla: cuanto menor sea el tamaño de un producto, menor será también la cantidad de materias primas que se han utilizado en su fabricación y, por tanto, las emisiones de CO2 emitidas en esa fase de creación del producto. Del mismo modo, tanto su tamaño como su peso influyen decisivamente en las emisiones provocadas durante el transporte, porque si el producto es pequeño se podrán trasladar más unidades a la vez, y si es ligero serán necesarios menos combustible o electricidad para trasladarlos.

MONTABLES Y DESMONTABLES

Este punto está íntimamente relacionado con los dos anteriores. Los productos que se venden desmontados y solo se montan cuando los recibe el consumidor final, como los muebles de Ikea, o comercios similares que ayudan a reducir la huella de carbono de su transporte, ya que sus diferentes piezas viajan ordenadas dentro de cajas compactas que ocupan menos espacio.

Igualmente, los productos desmontables, como muchos de los parques infantiles que se instalan actualmente en las ciudades, son más fáciles de reciclar por partes cuando acaba su vida útil.

HECHOS CON MATERIAL BIODEGRADABLE, O DE ORIGEN BIO O RECICLADO O RECICLABLE

Potenciar la economía circular en la elección de los materiales con los que se fabrica un producto ayuda a reducir las emisiones de CO2 durante todo su ciclo de vida. Los materiales reciclados son capaces de sustituir a las materias primas vírgenes, generando una menor huella de carbono. Los materiales de origen bio, ya sean vírgenes o provenientes de residuos, proceden de fuentes renovables, por lo que también ofrecen ventajas en términos de sostenibilidad. Por otra parte, el uso de materiales biodegradables tiene la ventaja de que no deja residuos, ya que los productos se descomponen después de cumplir su propósito.

Como explica María Soledad Bermúdez, en Repsol han desarrollado un “envase de pañales infantiles fabricado con polietileno biobasado, es decir, fabricado a partir de materias primas renovables como, por ejemplo, aceites vegetales nuevos y usados, residuos de biomasa… en el que la reducción de la huella de carbono frente a un envase tradicional supera el 80%”.

Pero también hay ejemplos de envases en los que un pequeño cambio de diseño facilita mucho el reciclaje. Es el caso de los nuevos tapones unidos a las botellas de plástico para bebidas, que serán obligatorios en la UE a partir de julio de 2024 y que ayudan a que ambas partes del envase lleguen juntas hasta el reciclado.

SERVIFICACIÓN

En todo caso, el ecodiseño no solo está cambiando la concepción de los productos, sino también el modelo de negocio en torno al que gira su comercialización. “Frente a la obsolescencia programada, se empieza a imponer el cómo aumentar la durabilidad de los productos, para lo cual aparece el concepto de servificación”, argumenta Fernández Alcalá. “Cuando el cliente pasa de comprarme productos a pagarme por unidades de uso, me va a interesar aumentar el uso intensivo del producto y su longevidad para mejorar su rentabilidad”, añade. El mejor ejemplo de ello son los servicios de carsharing, cuyos clientes no compran coches, sino que pagan por usar un vehículo de la flota durante un tiempo determinado.

En un caso o en otro, resulta crucial que los consumidores sean conscientes del impacto que tienen sus decisiones de consumo. “Hay que formar, capacitar y empoderar al consumidor para que entienda las implicaciones de sus procesos de compra y que pueda priorizar”, explica Fernández Alcalá, que considera crucial para ello la implantación del eco etiquetado. Porque el ecodiseño, en definitiva, es una cadena de decisiones que nos conecta a todos y de la que todos salimos beneficiados.

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