Así rescatan y ayudan a los animales afectados por los incendios de la Amazonia

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Casi a diario durante los últimos 35 días, el biólogo Raúl Ernesto Rojas y un grupo de voluntarios han salido en busca de animales en los márgenes de las llamas que arden en Santa Cruz, Bolivia. La mayoría de lo que encontraban eran cadáveres chamuscados o huesos. Para cualquier superviviente oculto, dejan maíz y agua potable en hojas de palmeras.

Los animales muertos no son una sorpresa. Nada en la Amazonia está adaptado para soportar los incendios que arden en varias partes de Bolivia, Brasil, Perú y Paraguay, la mayoría provocados para despejar bosque para la agricultura. Según el gobierno municipal, hasta la fecha han ardido 2,4 millones de hectáreas de bosque en la región de Chiquitanía, en torno a Santa Cruz. Se desconoce cuánta superficie de la Amazonia brasileña ha ardido este año, pero el Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil (INPE) afirma que los incendios no tienen precedentes.

Quizá nunca lleguemos a conocer la factura que pasan las llamas a las especies silvestres de la Amazonia. Con todo, los relatos de los testigos ilustran las consecuencias que sufren los animales y los grandes retos a los que se enfrentan las personas que quieren ayudar.

«Encontramos muchos esqueletos», cuenta Rojas, que trabaja para el gobierno de Santa Cruz. Los animales «intentan huir del fuego, pero las llamas los alcanzan y se queman. Es una escena de devastación y muerte. De cenizas».

Cuenta que hasta aparecen monos muertos. Si unos animales tan rápidos y ágiles son incapaces de huir de las llamas, «es una muy mala señal» para criaturas que se desplazan más lentamente. «He tenido contacto con desastres como este durante 15 años, pero este no tiene precedentes».

La ciudad de Santa Cruz encargó a Rojas y a otros cinco funcionarios del gobierno que trabajaran en el Hotel Biotermal Aguas Calientes, que se ha convertido en un centro temporal de rescate y rehabilitación de animales. Cinco voluntarios de la Universidad de Santa Cruz y un parque local de fauna silvestre se han sumado a la iniciativa. El Centro de Rescate para Víctimas de Incendios Biotermal, nombre provisional del hotel, abrió el 21 de agosto en Aguas Calientes, una localidad de unos 900 habitantes a las afueras de Santa Cruz. Es uno de los 12 centros bolivianos que rescatan y rehabilitan a animales salvajes y el único dedicado a las víctimas de los incendios.

Hasta la fecha, el personal ha tratado a 70 animales, entre ellos tortugas de vientre rojo americanas, cotorras, tucanes y un tejón. Hace dos semanas, rescataron un oso hormiguero gigante con las patas cubiertas de quemaduras de tercer grado. «Las cuatro patas estaban completamente quemadas», cuenta Flora Cecilia Dorado, veterinaria del gobierno de Santa Cruz que ha dirigido las iniciativas de rehabilitación. Dorado explica que el oso hormiguero, al que el personal ha llamado Valentina, ha sido el rescate más estresante hasta la fecha. Poco después de llegar, entró en coma durante más de 18 horas. «Nos asustó a todos», afirma Dorado. «A Valentina le espera un largo camino».

La historia del oso hormiguero es inusual: la mayoría de los animales que entran en contacto directo con el fuego mueren. Por eso el centro de rescate aún no ha llegado a los 100 animales; los cadáveres superan en número a los supervivientes. La mayoría de los animales que huyen de las llamas e ingresan en el centro sufren inanición y deshidratación grave.

Los habitantes de Aguas Calientes y las comunidades circundantes también están ayudando. «Las comunidades cercanas sobreviven gracias a la caza», afirma José Sierra, dueño del hotel (ahora cerrado a los huéspedes) junto a su mujer, Claudia Mostajo Hollweg. «Al mismo tiempo, mucha gente ha traído animales [heridos]». Por ejemplo, cuatro jóvenes pecaríes huérfanos. Un aldeano los encontró correteando alrededor de su madre, que había muerto, y los llevó al centro.

Dorado cuenta que cuidar de los animales resulta agotador y doloroso. Necesitan atención las 24 horas, por lo que apenas duerme tres horas cada noche. Cinco animales, entre ellos un tucán y una capibara, han fallecido tras su rescate. Otros —como loros, tortugas y un tejón— se han recuperado por completo.

Dorado cuenta que ella y el resto de los cuidadores minimizan el contacto con los animales porque quieren liberar a tantos como sea posible. La semana pasada, liberaron a un halcón. Antes de eso, liberaron a un armadillo adulto. Envían a los animales que no pueden liberar, como una cría de armadillo, al zoológico de Santa Cruz para que reciban cuidados a largo plazo.

Retos en aumento
Pese al apoyo comunitario y la dedicación del personal temporal, el centro atraviesa dificultades. El gobierno de Santa Cruz puede retirar a funcionarios como Rojas y Dorado en cualquier momento y carecen del equipo necesario para diagnosticar lesiones internas. Una yegua llamada Milagros que quedó atrapada en un campo vallado a medida que las llamas se acercaban sufrió quemaduras de cuarto grado por todo el cuerpo. José Sierra afirma que el personal sospechaba que había sufrido daños graves en los pulmones y el hígado debido a la inhalación del humo, pero no pudieron hacer una valoración. Milagros murió.

Al equipo le preocupa no contar con el instrumental ni los recursos necesarios para cuidar a los animales a largo plazo. «Ahora mismo, es una tragedia», afirma Dorado. «Pero la parte más importante es qué ocurrirá después de esto».

Rojas cuenta que, como es época de elecciones en Bolivia, las autoridades locales están encantadas de aparecer en las liberaciones de animales rescatados y atraer cobertura mediática. Pero le preocupa que dicho nivel de atención no dure y no se traduzca en la permanencia del centro ni en la obtención de más recursos.

«Debe decirse alto y claro, una y otra vez», afirma Rojas. Cuando lleguen las lluvias y los incendios se extingan, «todos se olvidarán. Tras las elecciones, todos se olvidarán de los animales. Necesitarán atención durante muchos meses más. Deben apoyar esta iniciativa».

En Brasil, las opciones son limitadas
Según João Gonçalves, director de comunicaciones de World Animal Protection en Brasil —una organización internacional defensora del bienestar de los animales— la situación de los animales de Brasil es similar a la de Bolivia. Muchos animales no logran escapar y las muertes son generalizadas. Normalmente, los que huyen de las llamas y el humo se quedan huérfanos o presentan quemaduras.

Gonçalves explica que no existe ninguna iniciativa nacional unificada para ayudar a los animales afectados por los incendios. Los rescates se llevan a cabo a nivel local y son opcionales, y su amplitud varía mucho según la zona. En la mayor parte del país, depende de los bomberos que se topan con animales supervivientes decidir si rescatarlos y llevarlos a un centro de rehabilitación local, si es que hay uno cerca.

Gonçalves destaca dos regiones a 483 kilómetros de distancia, Río Branco y Porto Velho, donde se producen incendios. Cuenta que Río Branco tiene un centro para animales dirigido por el gobierno, pero Porto Velho no. Allí, «si un bombero quiere rescatar un animal, no hay ningún lugar al que llevar al animal para que lo traten», afirma. Solo hay otros dos centros para animales similares en la Amazonia brasileña y ninguno está cerca de áreas afectadas por los incendios.

Normalmente, los bomberos no reciben formación sobre rescate de animales y carecen de suministros de primeros auxilios y de herramientas, como ganchos para recoger serpientes o cajas de transporte. World Animal Protection proporciona formación y recursos colaborando con los cuerpos de bomberos de Río Branco y espera ampliar dichas iniciativas.

Entre los animales del centro de Río Branco hay dos crías de perezoso huérfanas encontradas por bomberos. Por necesidad, los rescatadores se centran en mitigar el sufrimiento de animales individuales, pero los incendios son tan generalizados que todas las poblaciones de animales podrían verse afectadas.

Panthera, una organización internacional de conservación de felinos silvestres, estima que los incendios ya han atrapado o matado a 500 jaguares en Brasil y Bolivia. Esteban Payán, director regional de la organización en Sudamérica, advierte que son 500 ejemplares de una población menguante amenazada por la pérdida y la fragmentación de hábitat y la caza.

«Lo peligroso es la velocidad de la devastación», afirma. «Ni siquiera los cazadores pueden matar cientos de jaguares en dos semanas».

 

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