El gliptodonte se extinguió hace más de diez mil años. Vivió durante la era del Pleistoceno, consumía vegetales cercanos al suelo por su configuración corporal y la fusión de sus vértebras cervicales. Su peso y su tamaño era similar al de un auto mediano. Su característico caparazón estaba compuesto por más de mil placas óseas.
Ocasionalmente, los caparazones aparecen enterrados en la tierra. Este caso es diferente. Esta semana, la Policía de la Ciudad recuperó los restos de un ejemplar entre los pupitres y pizarrones de un colegio abandonado en la localidad bonaerense de Ernestina, a pocos kilómetros de Lobos.
La Unidad Fiscal Especializada en Materia Ambiental (UFEMA), a cargo del fiscal Blas Matías Michienzi, recibió la denuncia de un arqueólogo sobre la presencia de un resto fósil en el interior del colegio Enrique Agustín Keen, un complejo donde también funcionó una iglesia y un museo.
Lo supo a raíz de un video que publicaron exploradores urbanos, jóvenes que ingresan a lugares abandonados para firmarlos, que ingresaron al viejo colegio en ruinas. El caparazón se encontraba en un recinto que no contaba con las condiciones para su preservación: los fines de semana era utilizado como un punto de turismo aventura.
La División Operaciones Especiales se hizo presente en el lugar el 29 de noviembre por la tarde, acompañados por un equipo de arqueólogos y paleontólogos.
En el allanamiento encontraron efectivamente un caparazón de gliptodonte, cuyo nombre científico es glytodon reticulatus: a pesar del abandono del lugar, el resto fósil estaba en un buen estado de conservación. Sus medidas eran de 1,5 metros de largo y un metro de alto.
El personal específico estimó que su antigüedad data de hace 10 mil años. Los restos prehistóricos tienen un valor cercano a los tres millones de pesos en el mercado negro de fósiles de la Argentina.
El juez que intervino en el proceso autorizó el secuestro del caparazón y ordenó el envío a la sede de la Dirección General de Patrimonio, Museos y Casco Histórico de la Ciudad.