Rogelio Soraire abre los ojos con la primera luz del amanecer. Nadie más acostumbrado que él a percibir el resplandor inicial del nuevo día. Nacido en el paraje Dorrego, a una veintena de kilómetros de la puerta de entrada al Parque Nacional El Impenetrable, conoce todos los secretos del Chaco argentino más profundo: los sonidos, los paisajes, las variantes climáticas, las plantas, los animales, los peligros. No tiene títulos universitarios, pero sin sus saberes es muy probable que el funcionamiento de la Estación de Campo El Teuco, perteneciente a la Fundación Rewilding Argentina (FRA), hubiese resultado menos exitoso.
Levantarse al alba es un hábito adquirido para quienes habitan este amplio espacio a orillas de la laguna El Breal, en la intimidad del área protegida. Siete personas comparten el día a día de un sitio destinado al estudio exhaustivo de la prodigiosa naturaleza desplegada en estas 130 000 hectáreas del Gran Chaco argentino. Son cuatro biólogos, un técnico de campo y los dos encargados de la limpieza: un equipo que trabaja combinando la investigación y la aventura, la vocación y la capacidad de resistencia a la lejanía y a un entorno que puede resultar muy hostil.
La Fundación Rewilding, que por entonces se denominaba Conservation Land Trust, fue una de las entidades que en 2012 aportó dinero para que la finca La Fidelidad —cuyo último dueño, Manuel Roseo, había sido asesinado un año antes— pasara a manos del Estado argentino para convertirse en parque nacional, y desde entonces está presente en el lugar. Pedro Núñez, coordinador general de la actual Estación de Campo, fue uno de los primeros en ingresar al predio en diciembre de aquel año: “Entramos para cuidar el área junto a la gente de Parques Nacionales y de la provincia del Chaco. Fueron seis meses de mucho trabajo que nos sirvieron para conocer realmente lo que había”.
Una medida cautelar del juzgado, a partir de una demanda de los herederos, obligó a abandonar la zona hasta que se definiera la situación legal y prolongó la espera durante cinco años. Hasta que en marzo de 2017, por fin, El Impenetrable abrió sus puertas y comenzó realmente la historia. “Fue entonces que empezó a gestarse la idea de montar la estación”, rememora Gerardo Cerón, el biólogo que dirige las tareas científicas: “Se llegó a un acuerdo con Parque Nacionales para que colaboremos elaborando las líneas de biodiversidad, aunque hoy también estamos estudiando muchas otras características de la flora y la fauna: abundancia relativa, reproducción, épocas de mayor visibilidad…”.
Un equipo mínimo arrancó con las tareas en junio de 2018, y durante un año y medio la precariedad gobernó las actividades. “Dormíamos en carpas, encendíamos fuego para cocinar y solo teníamos un comunicador satelital para emergencias”, relata Cerón.
La ubicación junto a El Breal había quedado decidida durante las visitas iniciales. “El Chaco atravesaba la peor sequía de los últimos 50 años”, rememora Núñez, “y El Breal era de las pocas lagunas que tenía agua. Todos los animales estaban ahí, también los cazadores, y el río Bermejo pasaba cerca, a 1,5 kilómetros [actualmente modificó su curso y se alejó alrededor de 2 000 metros]. Nos pareció que montar el campamento sobre el propio río podía conllevar mayores peligros”.
Un parque de biodiversidad abrumadora
El tiempo iba a transcurrir veloz, incluso en la aparente calma de El Impenetrable. Poco más de un año más tarde, unas pasarelas de madera elevadas sobre la tierra del parque —para no entorpecer el paso de la fauna por debajo ni perjudicar el suelo— ya dibujaban caminos a través de los 500 metros cuadrados que ocupa la Estación. Las filas de tablas comunican las diferentes dependencias del lugar: la sala principal, la cocina, el laboratorio, las diferentes carpas-habitaciones. Hoy, una serie de paneles solares brinda electricidad de manera continua, la línea de internet funciona con razonable eficacia, una bomba solar permite extraer agua potable de la laguna, “y hasta conseguimos un termotanque a leña para tener agua caliente”, agrega con alegría Nicolás Muñoz, técnico de campo. La época de la precariedad quedó en el recuerdo.
Las cifras de Gerardo Cerón se acumulan sobre la mesa de trabajo: 339 especies de artrópodos; 353 de plantas; 332 de aves; 57 de mamíferos; 48 de reptiles; 36 de anfibios; 70 de peces y 20 de hongos. El número de especies presentes en el parque inventariadas hasta la fecha crece de manera permanente, aunque todos coinciden en que todavía hay mucho por desentrañar. “Es un parque complejo, con una biodiversidad abrumadora que no deja de sorprendernos”, dice este doctor en Biología que cambió su hábitat patagónico natal por el agobiante calor chaqueño. La explicación de tanta riqueza, explica, está en la gran diversidad de ambientes: “Tenemos dos riegos [el río Bermejo, también llamado Teuco en este sector; y el Bermejito, que era el cauce original del Bermejo] que generan una situación de humedad bastante independiente del sistema de precipitaciones, que es bastante bajo”.
La humedad, sin embargo, no es pareja en toda el área. El gradiente se va modificando desde la zona del río y la laguna hacia el centro del parque, lo cual crea ambientes de distintas características y explica la variedad de especies. “Aquí se encuentra prácticamente toda la fauna emblemática del Chaco húmedo, como el aguará guazú o el mono aullador; pero también los mayores representantes del Chaco seco, como el tatú carreta (Priodontes maximus) y el pecarí quimilero (Catagonus wagneri). Es impresionante tener toda esa gama reunida en un solo lugar”, enfatiza Cerón.
Alejandro Serrano también es biólogo, y es el encargado de anotar en su cuaderno los ártropodos y las plantas, una tarea que juzga resignadamente como ‘eterna’. “Creo que es imposible descubrir toda la variedad de invertebrados que existen en el parque. Hay muchas que a simple vista se parecen entre sí y solo se diferencian en cuestiones mínimas que encuentran los entomólogos después de estudiarlos a fondo”, subraya, y algo semejante le ocurre con el mundo vegetal: “Se calcula que hay unas 3000 especies en la provincia, y aunque muchas del Chaco húmedo seguramente no estarán aquí, dudo que lleve contabilizadas más del diez por ciento. Además, hay que tener en cuenta las efímeras, que florecen después de una lluvia fuerte y vuelven a desaparecer unos días después”.
¿Una nueva especie de rana?
La presencia permanente ofrece la posibilidad de rastrear el monte en todas las épocas del año, lo que abre un abanico de investigación imposible de obtener de otro modo. “Las campañas ‘normales’ se organizan en función del tiempo o calculando la época en que se supone pueden conseguirse más datos”, comenta Cerón, “pero inevitablemente se pierde información”. Vivir dentro del área protegida, en cambio, transforma la perspectiva. El trabajo se convierte en una rueda que gira de manera constante y el bosque va mostrando sus secretos: lo que sucede cuando la laguna aumenta su caudal o cuando acecha la sequía, qué aves se dejan ver o se esconden en días de viento fuerte, las variaciones del paisaje en las distintas estaciones.
“Todo el tiempo estás recolectando información, aunque uno no vaya específicamente a buscarla”, señala quien dirige las operaciones en El Teuco: “Una caminata para ir a cambiar la memoria o limpiar una de las 30 cámaras trampa que tenemos instaladas puede reportar un nuevo registro de una planta o de un insecto; percibir un canto desconocido durante la noche permite descubrir, por ejemplo, que el lechuzón mocho grande (Pulsatrix perspicillata) habita la laguna cuando se pensaba que no era así”. El hallazgo de una rana que solo se deja ver en condiciones muy especiales es otro ejemplo al respecto: “Estamos pendientes de hacerle el análisis de ADN cuando acabe la cuarentena porque es posible que se trate de una nueva especie. Le hemos enviado ejemplares a una experta en ese género y nos dijo que es probable”, se entusiasma Cerón.
Con tanta información a mano, el equipo de la estación está en condiciones de hacer un diagnóstico muy preciso de la salud del parque. “El estado de conservación no es óptimo, pero sí bueno, mejor que en otros parques”, subraya Cerón. La extracción forestal y la proliferación del ganado vacuno durante los tiempos en los que fue finca privada son las causas de que algunos sectores se vean degradados.
Desde hace un año, la llegada a El Impenetrable de un macho adulto de yaguareté o jaguar (Panthera onca) agregó una actividad inesperada a los miembros de la estación. Qaramta, como fue bautizado, se convirtió en la obsesión diaria de Nicolás Muñoz, el técnico de campo: “Me encargo de monitorear sus movimientos, de analizar los datos que recibimos de su collar GPS, de ir a ver los clusters, esos sitios que en la pantalla aparecen como una colección de puntos e indican que ahí cazó una pieza o simplemente se tiró a dormir. También tengo a mi cargo el cuidado de Tania”, relata.
Qaramta, por cierto, ya no es el único portador de un collar GPS en el parque. En marzo de este año, el equipo de El Teuco capturó cuatro tapires (Tapirus terrestris), que ahora ofrecen información satelital diaria sobre sus comportamientos. “Es una experiencia que se realiza por primera vez en Argentina y nos llena de orgullo, porque nos permite estudiar los desplazamientos de estos animales, y ver cómo les afecta la sequía”, subraya Gerardo Cerón sin ocultar su satisfacción.
Tania, la hembra de jaguar traída especialmente por la Fundación Rewilding desde su lugar de residencia en los esteros del Iberá, a unos 500 kilómetros de distancia, vive en un corral a escasa distancia de la estación. El recinto debió ser construido a toda velocidad en septiembre del año pasado, con la idea de retener a Qaramta en el entorno del parque. Su primer húesped fue Tobuna, la madre de Tania, pero unos meses más tarde se decidió el reemplazo para pensar en la posibilidad del apareamiento y la reproducción, un acontecimiento cuya fecha está cada vez más próxima.
“Estamos trabajando para terminar el nuevo corral. Calculo que para final de septiembre estará listo”, se entusiasma Rogelio Soraire. El equipo de biólogos de la FRA, junto a las autoridades de Parques Nacionales y las demás instituciones que integran el Comité Nacional para el Manejo del Monumento Natural Yaguareté, consideraron que la unión de macho y hembra necesitaba un recinto con características distintas al que sirve de vivienda de Tania. Básicamente, para permitir que Qaramta ingrese a él pero después vuelva a salir para continuar su vida en libertad. La expectativa por saber si el apareamiento se dará sin contratiempos y si Tania volverá preñada a su morada en Iberá aumenta con cada poste de madera que Rogelio y sus ayudantes clavan en el suelo de El Impenetrable.
Las enseñanzas de la gente de la zona
Cosechador de algodón en su juventud, apicultor a partir del año 2003 (vendiendo miel fue como conoció a Pedro Núñez y comenzó a trabajar con la Fundación), y perteneciente a una familia que tiene el monte como hogar desde hace varias generaciones, la tarea de Rogelio Soraire en la estación de campo siempre fue amplia, incluyendo la enseñanza a los biólogos. “Eso fue en los primeros tiempos. Ahora ya pueden andar tranquilos, saben por dónde volver, cuánta agua tienen que llevar o qué lugares son los peligrosos”, cuenta el hombre que relata con pena que en 1999 taló todos los algarrobos blancos de sus tierras para pagar con ellos el título de propiedad de las mismas: “Fue una propuesta del gobernador de ese tiempo y nosotros pensamos que era buena. Ahora nos dimos cuenta que no, pero ya es tarde. Mi idea es restaurar el bosque, ojalá pueda hacerlo”.
Gerardo Cerón confirma cada palabra que expresa el jefe de logística de El Teuco. “Los chaqueños que trabajan con nosotros me enseñaron a sobrevivir los primeros meses. Soy del sur, de un pueblo cerca de Bariloche, y tuve que aprender todo: los cuidados, la administración del agua o cómo orientarme en el monte”. La orientación, más allá de lo que señalan los GPS, es vital y para los nativos de la zona tiene un único secreto: “No hay que salir a caminar los días que está muy nublado, porque nosotros nos guiamos por el sol”, resume Rogelio, con esa sabiduría ancestral que se transmite de padres a hijos. “El intercambio que se da con la gente de la zona es constante y muy productivo. Ellos tienen mucha experiencia y al mismo tiempo están siempre ávidos por aprender”, concluye Cerón.
Las salidas al campo constituyen el eje central de la actividad cotidiana. Casi siempre son largas caminatas —“Alguna vez hicimos 40 kilómetros en un día”, precisa Nicolás Muñoz— con el objetivo de colocar o revisar cámaras trampa, mantener caminos internos, reconocer huellas, investigar el comportamiento de Qaramta y, en cada recorrido, continuar con el inventario de especies.
Muñoz asegura que luego de casi tres años de exploración sostenida “se puede acceder de alguna forma a cualquier punto del parque. Todos tienen alguna senda, la cuestión es encontrarlas. Por ejemplo este año, debido a la sequía, descubrimos muchísimos pastizales nuevos”.
Recuperar los pastizales es el reto
Alejandro Serrano es el encargado de estudiar y valorar el estado de esos biomas fundamentales para mantener el equilibrio ambiental en el área. “Actualmente estoy definiendo qué pastizales son los más vulnerables”, explica este doctor en Ciencias Biológicas que afronta el desafío de recuperar los “caños”, tal como denominan en el Chaco a los antiguos cauces del río que fueron cubiertos por las hierbas. “Durante décadas, el ganado vacuno se adueñó de estos lugares comiéndose el pasto pero no los arbustos; entonces las especies leñosas fueron dispersando sus semillas y ‘cerrando’ el pastizal”, comenta Gerardo Cerón.
Más pesadas y numerosas, las vacas fueron desplazando a las especies autóctonas, como el guanaco (Lama guanicoe) y el venado de las pampas (Ozotoceros bezoarticus) en los puntos más secos y al ciervo de los pantanos (Blastocerus dichotomus) en los más húmedos. Este último incluso llegó a extinguirse en la región (reintroducirlo será una de las siguientes tareas que emprenderá FRA). El resultado es un desbalance severo en la ecología de los pastizales. “Las plantas arbustivas tienen mucha capacidad de rebrote, y una vez que invadieron los pastos es mucho más difícil eliminarlas. Será necesario definir actividades de rutina junto a Parques Nacionales para ir agotándolas selectivamente y favorecer a las herbáceas nativas. A diferencia de los bosques, los pastizales necesitan un mantenimiento activo a perpetuidad”, concluye Serrano.
La colaboración permanente con el equipo de guardaparques de El Impenetrable es otro aspecto importante en las actividades diarias de quienes viven en la estación. “Estamos todo el tiempo en contacto y a través de un grupo de Whatsapp nos comunicamos qué vamos a hacer cada día”, dice Cerón. Ambos equipos suelen compartir campañas —“Hace poco hicimos juntos una bajada por el río colocando cámaras y en breve haremos otra”, comenta el director de El Teuco—, trabajan a la par en un programa de control de burros (un animal muy nocivo para los ambientes del parque) y se informan al instante sobre dos aspectos cruciales: los focos de incendio y la presencia de cazadores.
“Al principio, en 2012, los cazadores nos disparaban desde la orilla formoseña. No creo que para matarnos, pero sí para asustarnos o para divertirse”, recuerda Pedro Núñez. Oír disparos siguió siendo un hecho relativamente habitual cuando la estación de campo fue tomando forma: “En alguna ocasión llegaron con una lancha hasta muy cerca nuestro, avisamos a los guardaparques y llegaron enseguida: les incautaron la lancha, redes de pesca, armas, cañas y hasta una ballesta. Ahora por suerte se escucha menos movimiento, y con la pandemia disminuyó todavía más”, remarca Gerardo Cerón.
Núñez vive en Corrientes, a unos 350 kilómetros de El Impenetrable, pero su comunicación con la estación es muy fluida. Se ocupa del abastecimiento, tanto de comida como de los elementos necesarios para la vida cotidiana, y de acompañar a los ocasionales visitantes: estudiantes, investigadores o periodistas. También fue, desde el principio en el lejano 2012 y hasta la fecha, el encargado de tejer lazos con los pobladores locales y promover proyectos que en el futuro mejoren su nivel de vida. Esto abarca desde prácticas relacionadas con el turismo que se espera en el futuro atraiga visitantes para conocer el parque, hasta un mecenazgo para que los vecinos monten gallineros y huertas para garantizarse provisiones sin necesidad de atravesar los 60 kilómetros del polvoriento camino de tierra que lleva hasta Miraflores, la localidad más cercana.
La noche es el momento del encuentro. Los habitantes de la Estación de Campo El Teuco que están presentes (el régimen “normal” es de tres semanas de trabajo por una de salida, aunque en muchos casos suele ser de seis por dos) se reúnen en el comedor, comentan lo ocurrido en la jornada, planifican las tareas del día siguiente. Huele a pan casero hecho en el horno de campo, y aunque el menú de la cena varía según quién haya estado encargado de la cocina, todos coinciden en que “siempre está bien”.
Después llega la hora del relax, de conectarse con los afectos vía internet, de volver a mirar en la computadora las andanzas de Qaramta o los tapires, o de acercarse a orillas de la laguna a deleitarse con los sonidos del bosque y el cielo estrellado. Mañana hay mucho para hacer.