Un animal que para muchas personas tiene más aire de perro que de gato unió a diferentes personas y organizaciones en el Valle del Cauca. Un felino sin manchas, con un pelaje que varía de colores entre sus individuos siendo el gris, el café y el negro las alternativas, es el motor que impulsa la creación de un corredor biológico. Pero no es ni perro ni gato, es el yaguarundí (Herpailurus yagouaroundi) y su singularidad es lo que se busca proteger.
El sueño de formar el corredor del yaguarundí comienza en Buga en el departamento del Valle del Cauca y para conocer los predios destinados para esta hazaña si desde Cali se avanza, se debe transitar por la vía Panorama, un camino aparentemente recto para quienes no están familiarizados con el trayecto, en el que las plantaciones de caña abundan y ocasionalmente la vista se distrae al ver algunos matarratones, guásimos, chimichangos, samanes y leucaenas.
Esta ruta es bien conocida por Camilo Londoño, director del Jardín Botánico de Cali, un ecólogo que ha dedicado su vida al estudio de las plantas por todo el país en pro de su conservación y quien amablemente acompañó a un equipo del Instituto Humboldt en el trayecto hacia el futuro corredor.
“Antes de que se levantara la Cordillera Occidental todo era un gran humedal y que fue así por 145 millones de años. Además, durante ese tiempo la vegetación nativa que conforman estos bosques se adaptó a vivir inundada. Por eso, podemos hablar de un bosque seco propiamente dicho y un bosque seco inundable”, explicó Londoño.
Un corredor angosto y lleno de vida
El corredor soñado del yaguarundí es el lugar más estrecho entre la Cordillera Central y la Cordillera Occidental, solo 12 kilómetros las separan. Allí, las plantaciones de caña de azúcar dominan el paisaje y pequeños parches de bosques esperan ser conectados y formar ese pasillo verde que proteja la biodiversidad.
Al occidente se ubica la Laguna de Sonso, declarada en 1978 como Reserva Natural y más recientemente, en 2019, como Zona Ramsar que tiene jurisdicción en los municipios de Yotoco, Buga y Guacarí. En el otro extremo del valle, donde queda la Cordillera Central, se encuentra el Parque Natural Regional El Vínculo, el cual es dirigido por el Instituto para la Investigación y la Preservación del Patrimonio Cultural y Natural del Valle del Cauca (INCIVA).
La plantación de los primeros 15.000 árboles se puede considerar como el puntapié inicial de ese sueño llamado corredor del yaguarundí y fue posible gracias al convenio que Instituto Humboldt realizó con Jardín Botánico de Cali en el marco del programa de siembra de 180 millones de árboles “sembrar nos une”, liderado por el Ministerio de Ambiente.
“El sueño del corredor biológico venía gestándose desde el 2000 y este convenio sirvió de impulso para materializarlo. Desde el Jardín Botánico teníamos solo la capacidad de producir 5.000 de las 15.000 plántulas, pero fue ahí donde recibimos el apoyo de Asoyotoco y de Omaira una viverista comunitaria con quienes logramos completar el material vegetal, contando siempre con el asesoramiento técnico desde el Jardín Botánico y el Instituto Humboldt”, agregó Londoño.
Los aliados del corredor del yaguarundí
Detrás de la restauración del bosque seco y del cuidado del yaguarundí hay una sinergia muy bien articulada. Están presentes los viveristas: Benjamín Erazo, Laura Ayala y Arturo Erazo y organizaciones como: Asoyotoco, el grupo empresarial Epoca, el Jardín Botánico de Cali y el Instituto Humboldt. Pero ¿cómo surgió la iniciativa?
“La Fundación Panthera en el 2019 pidió un permiso para instalar unas cámaras trampa en algunos predios azucareros y en la Laguna de Sonso. Así lo hicieron y al poco tiempo nos dieron los resultados. En las fotos aparecían: el venado, la guagua, la nutria, el buitre de ciénaga, aves migratorias y el yaguarundí. Y quedó la duda de: ¿Qué podemos hacer?”, comentó Carlos Giraldo, gerente de producción del grupo empresarial Epoca.
Pronto la respuesta llegó. Efrén Salcedo, un ingeniero forestal que en su memoria lleva las fechas, las cifras y los momentos clave de la historia ambiental del Valle del Cauca desde hace más de 30 años, propuso conectar las cordilleras y así nació la idea de crear el corredor para ese felino de cuerpo, cuello y cola largas, pero de patas cortas.
“El ingenio azucarero y los bosques no son antagónicos. Todos los negocios no pueden ser dividendos económicos al hacer un bosque hay un dividendo espiritual. Para mí es satisfactorio ver la cantidad de vida que llega a un árbol que se sembró. Es eso lo que motiva, por eso la búsqueda de espacios para que el bosque crezca de la mano a la caña. Y confío que más ingenios replicarán estas ideas”, agregó Giraldo.
Salcedo después de pensionarse en 2004 se vinculó en Asoyotoco y desde allí junto con su compañero de aventuras, Robert Peck, un ingeniero forestal estadounidense, se dedicaron a buscar y trabajar en cuánta oportunidad surja para proteger y hacer crecer los enclaves biológicos del departamento. Esa pareja de ingenieros y Laura Ayala, la viverista de quien se dice hace germinar lo que para muchos es imposible, son los cerebros detrás del vivero Santa Ana.
Santa Ana es un vivero singular, está en medio de las cañas de azúcar. Puede producir 8.000 plántulas de 54 especies diferentes entre las que destacan: el chitato, el cedro, la jagua, el coralino, el pisamo, el totofando, el chamburo, el manteco, la vara santa, el zurrumbo, entre otros que guían el camino del yaguarundí.
Todas las plántulas y semillas provienen de tres pequeños bosques que gracias a la gestión de Efrén Salcedo y de los ingenios de caña han crecido.
El bosque de Las Chatas tiene 30 hectáreas y más de 200 años de antigüedad, algunos aseguran que fue visitado por Alexander von Humboldt en su paso por nuestro país. Por otro lado está el bosque La Isabela, tiene 40 hectáreas y no más de 30 años y se destaca por la gran capacidad de regeneración natural que tienen los samanes, mantecos y chamburos. Por último, el tercer bosque, con apenas dos años, el arboreto, que lleva como nombre Los guayabitos – Peck Salcedo, en honor a dos hombres que han dedicado su vida a los bosques, a los humedales y a las madreviejas del valle geográfico del río Cauca y la laguna de Sonso.
Laura Ayala y Benjamín Erazo son viveristas del Santa Ana, conocen bien cada una de las 54 especies pero tienen sus preferidas. El biyuyo (Cordia dentata) dice Benjamín: “esta era el ‘pegastick’ de la época. De esta especie amenazada, solo se puede encontrar semilla en dos partes: en el bosque de Guacas y en la Laguna de Sonso, donde queda un solo arbolito. La semilla es supremamente escasa, hemos andado por todo lado, y no… Además, no es maderable es un arbusto ideal para los cercos, produce mucha semilla, primero florece y tiene dos tipos de flor, una amarilla y otra blanca, y el tarda en cargar su fruto”.
Laura por su parte asegura que: “Al Biyuyo se le quita la pulpa y queda la almendra y se seca al sol tres días y luego ya procedemos a sembrarla. La forma más fácil es a la sombra, el germina soleado después de dos meses”.
También está la familia Rendón, que creció al borde de las quebradas adyacentes a la laguna de Sonso. Se consideran pescadores, amantes del campo y ahora conocen los secretos de los viveros. Su vida cambió en el momento que junto con otras 13 familias tuvieron que desalojar su hogar ante el riesgo de inundación. Establecidos en Buga, comenzaron de nuevo y crearon la Asociación de Productores Agropecuarios del Porvenir, donde desarrollan diferentes proyectos, uno de ellos llamado: Sembrando árboles, para cosechar aves.
El sueño del corredor del yaguarundí inicia con 15.000 árboles que serán sembrados en lotes, corredores y quebradas en esta gran matriz de caña. Sin embargo, se necesitará del apoyo de los otros propietarios de la región. Carlos, Efrén y Camilo están seguros que esa meta se puede lograr y que las primeras siembras motivarán a las personas que poco a poco entenderán que la caña y el bosque son compatibles.