El arrastre es un arte mayor de pesca, documentado por primera vez en 1.376 en el río Támesis, en Londres, a través de la queja que unos pescadores artesanos presentaron al Parlamento de Inglaterra por el daño que causaban al ecosistema este tipo de ingenios que empezaban a proliferar, y que posteriormente, en las postrimerías del medievo, se extendieron bajo apariencias y formas variopintas a lo largo del Mediterráneo y de la costa Atlántica.
Eran sin embargo embarcaciones de vela tradicional, que se convirtieron ya llegado el siglo XX en navíos propulsados a motor, con una tecnología que ha ido evolucionando hasta la casi perfección de nuestros días, en donde ya no es la intuición del marinero sino aquellas sondas más precisas las que detectan sin esfuerzo a los grandes bancos de pescado.
Esta trampa fatal para las presas, formada por una enorme red que oscila entre los 100 y los 200 metros de anchura, con una superficie total de embudo que puede superar los 23.000 metros cuadrados, y que va lastrada por abajo y suspendida por arriba mediante flotadores para mantener su apertura y máxima expansión, draga las profundidades de hasta más de 2.000 metros y arrasa, como así indica su nombre, con todo lo que encuentra.
Su impacto en los hábitats marinos y en multitud de especies asociadas es indiscutible. Nada puede escapar a un mecanismo que llega a pesar más de 5 toneladas y que en su recorrido apresa, y a menudo aplasta, entre un 20 y un 90% de organismos no deseados. Entre ellos, juveniles de un amplio abanico taxonómico, tallas mínimas no permitidas en base a la normativa que, para no acarrear ningún tipo de sanción consigo al ser desembarcadas, son devueltas automáticamente y ya sin vida al agua turbulenta.
Las cifras del arrastre
En el mundo la pesca de arrastre cuenta con una flota que, pese a reducirse particularmente en los últimos decenios, recoge las mayores subvenciones públicas de su sector. Los altos costes derivados de la actividad y el deterioro progresivo de las pesquerías a nivel global, cifrado en más de un 90% por consenso en la comunidad científica internacional, la han venido convirtiendo en parte en una práctica deficitaria. Sin embargo, y gracias sobre todo a este apoyo administrativo y al consentimiento, pactado previamente, frente a actuaciones ilegales o lesivas, unos pocos armadores acaparan todavía suculentas fortunas y reparten entre ellos mismos, textualmente, una parte muy mayoritaria del pastel.
Se calcula que cada año son dragados por los arrastreros 4,9 millones de kilómetros cuadrados de fondo marino, lo que equivale a un 1,3% de la superficie oceánica total. Dichos buques extraen un 40% del conjunto del pescado capturado, que en un 88% es destinado al consumo humano, ya sea fresco o congelado, y en el 12% restante transformado y procesado como harina de pescado, un alimento altamente proteico consumido mayormente por los animales en las granjas industriales o en las piscifactorías.
Los fondos de la Unión Europea son los más castigados por las artes de arrastre, con un impacto 5 veces mayor al de la media mundial. Y aunque parezca sorprendente, los arrastreros actúan en un 86% de la superficie designada como Red Natura 2000 Marina, una figura de protección parcial surgida de la Directiva Hábitats (Directiva 92/43/CEE del Consejo, de 21 de mayo de 1992). Son datos extraídos del informe que la organización norteamericana Oceana publicó en 2020, y en los que también constata por ejemplo, como en un 97% de los casos, es decir, en 71 de las 73 Zonas Marinas Protegidas que acoge el Reino Unido, el arrastre es una práctica común.
La flota pesquera española, por su parte, se sitúa entre las 10 más importantes del mundo, y actualmente cuenta con 922 barcos arrastreros, por los 579 de cerco, los 371 de palangre y los 7.073 de artes menores.
La contribución al calentamiento global
Pero a todo esto, y más allá del deterioro de especies objeto (bacalao, merluza, calamar, langostino, pulpo…) de animales descartados (sollas, merlanes, lenguados, brótolas, gambas pequeñas, congrios…) y de hábitats estructurados a través de siglos y que sirven de refugio a una gran diversidad de fauna (corales, rodolitos o praderas de fanerógamas marinas) la pesca de arrastre representa también una gran fuente de retroalimentación para el calentamiento global.
No se había puesto cifra a este concepto hasta que a principios de 2021 un estudio publicado en la revista Nature (“Protecting the global ocean for biodiversity, food and climate”) alertó a la comunidad mundial. Porque sí, dicha arte remueve el sedimento y libera entre 600 y 1.500 millones de toneladas de carbono cada año, unas cifras parecidas o incluso superiores a los 918 millones de CO2 emitidos por la aviación global.
El carbono orgánico, almacenado en la arena, es bombeado por acción de las dragas hacia la superficie del fondo. En entrar de nuevo en contacto con el agua forma ácido carbónico (CH2O3), que contribuye al aumento de acidez y dificulta funciones tan vitales y básicas para algunos organismos como lo es la formación de conchas fabricadas a partir de la combinación del calcio con los carbonatos (CaCO3).
Este carbono remineralizado se dirige poco a poco y de nuevo hacia zonas más someras donde salta, en medio de un intercambio constante y frenético con la atmósfera, al aire libre, ya en su forma conocida de dióxido de carbono (CO2), el principal gas, con el metano, responsable del efecto invernadero y del aumento de temperaturas.
Se calcula que estos efectos se reducen hasta un 40% después de los primeros años de acción continuada de los arrastreros, pero que pueden prolongarse así cerca de 4 siglos. Hay que tener en cuenta, además, que esta gigatonelada generada anualmente por la actividad pesquera más dañina, no representan ni siquiera un 0,02% del total del carbono almacenado en los sedimentos oceánicos.
Este hecho advierte del desastre que podría derivarse de una acción mecánica más agresiva de los artilugios pesqueros, que cavara a una profundidad de más de un metro en el lecho marino y removiera por lo tanto una cantidad muy superior de este elemento clave almacenado. Y también por otro lado calcular la huella de carbono de un navío destinado al arrastre. Se estima que por cada caballo de potencia de un motor se consume un litro de gasóleo, y que cada kilo de pescado capturado equivale a la quema de 40 litros de combustible. Aunque algunas regulaciones limitan la potencia a los 500 caballos, siguen existiendo embarcaciones que, para tener mayor capacidad de extracción, depasan esta cifra y se sitúan en los 1.000 o 1.500.
Los 10 países que más emisiones provocaron, con datos de 2019, a causa de la pesca de arrastre, fueron China (769,3 millones de toneladas), Rusia (84,7), Italia (66,8), Reino Unido (47,7), Dinamarca (39,7), Francia (31,1), Holanda (30,2), Noruega (26,1), Croacia (23,2) y España (22,8).
Para poder remitir en un 90% los efectos nocivos de esta actividad, se calcula que habría que proteger un área equivalente al 3,6% del total de la masa oceánica mundial, y en particular, aquellas zonas afectadas dentro de la plataforma continental, gestionadas por los diferentes estados. Unas áreas donde la diversidad biológica es mayor y la actividad pesquera, consecuentemente, más pujante.