En las últimas semanas la cronología de Twitter y las historias en Instagram estuvieron llenas de comentarios sobre Seaspiracy, el nuevo documental de Netflix que (aunque con mucha controversia) ha hecho visibles algunos de los impactos más graves de los humanos en el océano: la contaminación por plástico, la pérdida de biodiversidad y, sobre todo, la sobrepesca. Sin duda, el documental logró que millones de personas entendieran la importancia de la conservación del océano, pero dejó por fuera gran parte del trabajo que llevan haciendo durante años miles de científicos en mundo para protegerlo.
Para ser breves, una de las críticas principales que hace el director y protagonista del documental, Ali Tabrizi, es que es imposible que exista la pesca sostenible y que, por el contrario, las pesquerías están sobreexplotadas para cubrir con la demanda de una población que crece y crece. Están saqueando el océano.
En su argumento, las ONG y gobiernos son parte del juego de las grandes industrias y, hasta su documental, nadie se había dedicado a hacer visibles y denunciar todas estas problemáticas. Tras una hora y media de emociones, llega a una solución “sencilla” (y poco respaldada por la ciencia): para salvar el océano hay que dejar de comer pescado.
Su alternativa no solo es poco viable para las más de 3.300 millones de personas que obtienen del mar sus principales fuentes de proteína, o para millones de familias (casi 820 millones de personas) que viven de la pesca, la acuicultura y otras actividades relacionadas -entre esas muchas familias de pescadores artesanales en Colombia-; sino que también desconoce el trabajo que por décadas han hecho los científicos para mejorar nuestra relación con los océanos, ponerle freno a la pesca insostenible y ayudar a conservar la biodiversidad del océano.
De hecho, siete días antes del lanzamiento del documental, un grupo de 26 científicos de todo el mundo (entre biólogos marinos, expertos en clima y economistas) publicaron en la revista Nature uno de los estudios más completos sobre el estado de los océanos y las áreas más importantes para su conservación. El resultado de más de tres años de trabajo fue el primer mapa global de áreas oceánicas que, si se protegen de la pesca y otras actividades dañinas, ayudarían a resolver la crisis climática, alimentaria y de biodiversidad en el mundo. Como era de esperarse, la zona costera de Colombia aparece entre las áreas priorizadas del estudio.
Junto a Enric Sala, autor principal del artículo y uno de los investigadores más reconocidos de National Geographic (fundador de la iniciativa Pristine Seas, enfocada en encontrar, estudiar y proteger los últimos lugares salvajes del océano) figuraba el nombre de un científico colombiano: Juan Mayorga.
Mayorga estudió ingeniería ambiental, pero siempre supo que lo suyo no era solo la ingeniería. Le encantaba estar bajo el agua y soñaba con trabajar para National Geographic. Su vida académica lo llevó a formar parte del programa de Oceanografía de la Universidad Nacional (sede Medellín) y a irse becado a Estados Unidos, en donde hizo una maestría en el manejo de recursos marinos y conservación en la Universidad de Santa Bárbara. Desde entonces empezó a utilizar sus habilidades cuantitativas, y lo que había aprendido como ingeniero, en el mar. Desde hace cinco años se dedica casi a diario a analizar datos espaciales y satelitales para ayudar a conservar el océano. La investigación “Protegiendo el océano global para la biodiversidad, comida y clima”, publicada en Nature, ha sido uno de sus más recientes esfuerzos.
“Hoy en día nos estamos ahogando en montañas de información, pero no sabemos sacar los conocimientos de esos datos”, asegura el científico colombiano. “Lo que hago es tomar los datos de diferentes fuentes: satelitales, datos de campo, de instrumentos remotos, entre otros; que nos ayudan a analizar información de la actividad pesquera y actividad humana en áreas marinas protegidas”. Su experiencia entre la ciencia de los datos y la conservación marina lo ha llevado a trabajar con Global Fishing Watch, una de las organizaciones más importantes en el rastreo y monitoreo de la pesca a escala global, y a ser parte del equipo de Pristine Seas, de National Geographic. De la mano de estas plataformas apoya a diferentes gobiernos para que conozcan de manera transparente los beneficios y las implicaciones que puede tener la creación de un Área Marina Protegida (AMP).
Hace tres años, el proyecto Pristine Seas recibió unos fondos con los que podía ampliar su margen de trabajo a diez años. La idea, entonces, fue hacer cuatro expediciones anuales (40 en total hasta el 2030) para ayudar a crear nuevas AMP. “Nos preguntamos ¿a dónde vamos a ir? ¿en dónde nos enfocamos? Y resulta que no teníamos respuestas. Teníamos que identificar esos lugares que eran tan importantes en el océano que queríamos ayudar a proteger”, señala Mayorga.
Fue entonces cuando empezaron a recopilar montañas y montañas de datos existentes sobre biodiversidad del océano, pesquerías y sumideros de carbono. Fueron 6.000 capas de datos diferentes sobre la distribución de especies marinas, información sobre los lugares en los que los humanos están ejerciendo un mayor impacto en el mar y datos de las más de 1.400 especies priorizadas para el consumo en las pesquerías. Dividieron el océano en celdas de 50 x 50 kilómetros y evaluaron cada recuadro frente a las amenazas que enfrentaba, la cantidad de especies que tenía, la particularidad e historia evolutiva de esas especies, sus roles en el ecosistema, su riesgo de extinción y qué tan únicas eran en el mundo; también estudiaron qué tanta captura de pesca había en cada recuadro, junto con las tasas de reproducción y crecimiento de las especies, y dónde se encontraban los barcos de pesca de arrastre y los mayores sumideros de carbono del fondo del océano. Con todos esos datos, desarrollaron un modelo que permitía identificar las áreas que debían ser priorizadas para la conservación. Descubrieron que un plan inteligente para la protección de los océanos no solo beneficia a la biodiversidad marina, sino que también puede contribuir a tener una mayor abundancia de comida marina y proveer una solución barata y natural para enfrentar el cambio climático.
Una de las grandes dificultades que ha tenido la creación de áreas marinas protegidas en el mundo es la creencia difundida de que la conservación va en contra de la prosperidad económica. Que conservación y explotación son completamente incompatibles. “Con este estudio nosotros pudimos tumbar esa creencia de que las áreas protegidas son las enemigas de la industria pesquera y poner en evidencia que, por el contrario, en países donde no se tienen los recursos para hacer la ciencia que requiere el manejo y la gestión de pesquerías de manera cuidadosa, las AMP se convierten en una herramienta fundamental. Dejar áreas sin pescar nos va a permitir tener muchos más peces a futuro, y los pescadores se van a beneficiar por fuera de estos espacios protegidos, es casi como una cuenta de ahorros”, explica el investigador.
Los resultados del estudio son concluyentes. Al proteger el 30% del océano -en estas áreas identificadas como prioritarias- se puede salvaguardar más del 80% de los hábitats de especies marinas en peligro de extinción, al mismo tiempo que aumentan las capturas de pesca en el mundo en más de ocho millones de toneladas métricas. Pero los beneficios no son solamente en términos de alimentación y biodiversidad, “sino también en términos de resiliencia al cambio climático», asegura Mayorga. «Un lugar que esté protegido, un ecosistema íntegro, es un ecosistema que está mucho más preparado para enfrentar cualquier tipo de shock ambiental que se nos venga”.
En este sentido, el estudio también es el primero en cuantificar la liberación de dióxido de carbono en el océano provocada por la pesca de arrastre, una práctica de pesca generalizada que anualmente está bombeando cientos de millones de toneladas (entre 600 y 1.500) de dióxido de carbono al océano, un volumen de emisiones similar al de la industria de la aviación. En Colombia, por ejemplo, la pesca de arrastre se usa para la captura de camarón en el Pacífico y, según el estudio, está generando la liberación de 12.252 toneladas métricas de CO2 al océano anualmente. Sin embargo, proteger tan solo el 3,6% del océano del mundo eliminaría el 90% del riesgo actual de perturbación del carbono promovido por esta actividad, por lo que el estudio hace evidente que hay soluciones posibles, necesarias y urgentes. Sobre todo, porque el océano es el principal sumidero de carbono en este momento, y mientras más carbono del fondo marino liberemos, menos capacidad tendrá el océano de absorber otras emisiones relacionadas con las actividades humanas.
¿Cómo está Colombia?
Colombia es uno de los países que se ha sumado a la iniciativa de proteger el 30 % de su tierra y el 30 % de sus océanos para 2030, una cifra ambiciosa, pero necesaria, que es respaldada también por esta nueva investigación. Sin embargo, hasta ahora ha protegido el 12 % de su área oceánica, y tan solo el 3,8 % está altamente protegida. Gran parte de esta protección la tienen el Santuario de Flora y Fauna de Malpelo, Gorgona, las Islas de rosario y la Reserva de la Biósfera de Seaflower, en el Archipiélago de San Andrés y Providencia. Sin embargo, hay muchas áreas cerca de la costa que aún no están protegidas.
El estudio reveló que Colombia hace parte del 10 % de territorios con áreas de protección de mayor importancia para la conservación de la biodiversidad marina a nivel mundial, es decir, está entre los 100 territorios que más pueden aportar a la conservación de la biodiversidad del mundo (Puede ver el mapa de las áreas prioritarias para la conservación en Colombia al final de la nota)
“En el pacífico, toda esa área desde Utría hasta más abajo de Cabo Corrientes es espectacular en términos de biodiversidad”, señala el investigador colombiano. “Es uno de los lugares más biodiversos del planeta en términos terrestres, y yo creo que marinos también, solo que aún no tenemos los datos necesarios. Hace parte del Pacífico Este Tropical, que es un ecosistema único que conecta las Islas Galápagos, Malpelo, Coiba en Panamá y Cocos en Costa Rica; una de esas ecorregiones únicas en el planeta que hay que proteger. No se trata solamente de proteger las islas, sino también de pensar en la conectividad de todas esas aguas y el manejo pesquero en esa zona”, explica. En esa zona también se encuentran los manglares que conservan la mayor cantidad de carbono por unidad de área en el planeta, luego de Indonesia y Filipinas. «A pesar de esta riqueza, la flota de arrastre en esas zonas existe, aunque no en niveles industriales, pero está teniendo un impacto en los ecosistemas. Con este estudio pudimos cuantificar el impacto que está teniendo sobre el carbono de la región», asegura Mayorga.
Con estos mapas, el país y los tomadores de decisiones tienen una buena pista de las áreas marinas más importantes para conservar si queremos alcanzar nuestros compromisos climáticos, proteger nuestra biodiversidad y garantizar que el mar siga brindando alimentos. Este mapa permitirá también a los gobiernos del mundo concentrar sus esfuerzos en proteger los lugares primordiales del océano y dar solución al debate reciente de cómo proteger el 30% de los océanos del mundo para el 2030.
“Yo creo que tenemos que entender algo muy importante, y es que la crisis climática y la crisis de biodiversidad son realmente una sola, y llevamos tratándolas por separado por muchos años. Es imposible solucionar la crisis climática y alcanzar los objetivos del Acuerdo de París sin el papel tan importante que tiene la naturaleza. Esta investigación es una muestra de cómo el océano puede ser una solución para las dos cosas”, concluye Mayorga.
Estos mapas de Colombia, producto del estudio, muestran cuáles son las áreas prioritarias para la conservación en el país. Las zonas en naranja son las más importantes para pasar del porcentaje actual a más del 10% de conservación, las naranjas más claras son las siguientes para alcanzar el 15% de conservación y con las azules claras el país estaría logrando un 30% de conservación.
“Como se ve en los mapas, ese 30% de protección es diferente para conservar la biodiversidad, el carbono o la alimentación. La belleza de esta investigación es que uno puede combinar esos tres objetivos, dependiendo de lo que la sociedad colombiana quiera, y encontrar un mapa que refleje las preferencias o necesidades del país. Con este mapa se pueden tomar decisiones más informadas sobre las zonas que el país puede y debe proteger”, señala el investigador.