La Matanza debe su nombre a que allí se ubicaron los primeros mataderos, donde se faenaba el ganado. Desde los arrabales se veían correr verdaderos ríos de sangre de las reses, acompañado por el olor fétido propio del proceso de descomposición. Así comenzó la contaminación del Riachuelo, curso de agua que hoy separa a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires de la zona Sur del área Metropolitana.
En nuestras casas, es habitual ver en el fondo del tacho de basura que se junta un agua negra, ese líquido que desprenden los residuos es básicamente agua sin oxígeno y se la denomina lixiviado. El nivel de contaminación que tiene ese liquido impide cualquier forma de vida en su interior, ningún pez que se sumerja allí podría respirar, los mismos fluidos tóxicos generan una película en la superficie que bloquea el intercambio de gases.
Aquellos mataderos y curtiembres, luego se convirtieron en enormes frigoríficos, llegando a ser verdaderas factorías de la industria alimenticia. Siempre dándole a sus desechos la misma disposición final: arrojarlos al Riachuelo sin ningún tipo de control. Incluso industrias de otros rubros también empezaron a echar sus efluentes allí.
Así fue como el Riachuelo se convirtió en uno de los ríos más contaminados del mundo, un río de líquido lixiviado comparable con el Ganges en la India o el Nilo en Egipto, con autos enteros sumergidos, animales muertos flotando. El nivel de toxicidad que llevaba la corriente por el Riachuelo deterioró a todos los ecosistemas a su alrededor, produciendo un impacto ambiental muy nocivo, perjudicando notablemente la salud de las personas.
En los noventa, el estado de deterioro ambiental era gravísimo y ya no se podía ocultar, obligando al gobierno nacional, a través de su Secretaría Ambiental -creada en 1991- a prometer un plan de saneamiento del Riachuelo en un corto plazo. El 4 de enero de 1993, la Ing. Maria Julia Alsogaray, la Secretaria de Recursos Naturales y Ambiente Humano, se comprometió públicamente a dejar limpio el Riachuelo en mil días. Según sus propias palabras, el 1ro de Octubre de 1996 quedaría tan limpio que ella misma se iba a tirar a nadar allí.
Pasaron más de 25 años de aquella promesa, pero nada de esto pasó.
La corrupción y la presión industrial se ocuparon de evitar que eso suceda y sedujeron a una funcionaria que quintuplico su patrimonio sin justificación. Diez años después terminó condenada por enriquecimiento ilícito, mientras tanto el Riachuelo seguía empeorando.
A partir de una demanda iniciada en 2004 por los vecinos al Riachuelo -encabezados por Beatriz Silvia Mendoza- la Justicia argentina trata de tomar cartas en el asunto y dictó un fallo favorable por daños y perjuicios ambientales, contra el estado argentino.
Así, en 2006, impulsado por la Corte Suprema, se crea por ley Acumar. La Autoridad de Cuenca Matanza-Riachuelo es una entidad pública, autónoma y autárquica, creada mediante la Ley N° 26.168 para llevar adelante un Plan Integral de Saneamiento Ambiental.
Los auditores del organismo recorren metro a metro la rivera del Riachuelo, su costa sobre la ciudad y la cota sobre el lado de la provincia, y verifican innumerables caños que sin ningún tipo de tratamiento vuelcan desechos industriales al río, proviniendo de fábricas ubicadas incluso a varios cientos de metros dentro de la trama urbana. Instalaciones clandestinas, que nunca debieron hacerse.
Existen normativas para el manejo de efluentes líquidos donde cada privado decanta y trata previamente lo que se vierte al sistema cloacal. Y por esa red cloacal va todo a parar a una planta de tratamiento sanitario donde el efluente es filtrado y examinado en laboratorio antes de volcarlo al río. Una fábrica no puede tirar nada directamente a ningún lado.
Lamentablemente, este trabajo de Acumar se veía enredado en superposiciones de jurisdicciones agobiantes. Las autoridades de nación se comunicaban con las de la provincia y estas -a su vez- articulaban con los municipios y todo terminaba en apercibimientos o multas irrisorias. Tribunales de faltas en donde las empresas apelaban y entre plazos perentorios y prorrogas, las multas prescribían.
En 2013, algunos urbanistas trabajaron con Acumar en sistemas para oxigenar el agua. Mecánicamente, por medio de bombas -similares a las de una pecera pero a gran escala- que rompieran la película en la superficie del agua y favorecieran el intercambio de oxígeno que permite la vida debajo. Además sumarle sistemas biológicos, ir acompañando el curso del agua con un cordón de plantas propias de los bañados, que también favorecen la oxigenación del agua. Solo estaban esperando la decisión política que los acompañara a realizar sus propuestas.
Con la llegada de una gobernadora, un jefe de gobierno y un presidente pertenecientes a un mismo espacio político, todo hacía pensar que finalmente esa burocracia se iba a terminar. Pero el tiempo paso, las decisiones se postergaron, los tiempos se dilataron y llegamos a una actualidad donde ya tenemos nuevamente diferentes partidos políticos en cada jurisdicción y en la cuenca del río Matanza-Riachuelo ha cambiado todo poco y nada.
Actualmente la contaminación y el destrato por la biodiversidad ha llegado a todos los humedales de la Argentina. Mientras se renueva la discusión de una ley nacional de humedales en nuestro Congreso, muchos ríos de nuestro país se van pareciendo al Riachuelo. Su historia no es muy diferente a la de otros casos, como el río Reconquista en el norte del área metropolitana, hoy invadido más que nunca por gente viviendo en sus orillas.
No nos sirven los funcionarios con tapado de piel o mirándose el ombligo en sus propios municipios. Necesitamos que se cumpla la ley de 2006, que Acumar lleve adelante su plan de una vez y para siempre. Nos hemos quedado en las buenas ideas. No necesitamos un candidato superhéroe que nade con la bombonera de fondo. Aquaman es para las películas. Es hora de unir nuestras fuerzas y entre todos devolverle el oxígeno a nuestro futuro.
Artículo escrito por: Eduardo Saldivia