A unos 17 kilómetros al oeste de esa ciudad, en 1994 fue creada la Reserva Natural Cascadas de Nant y Fall, cuya particularidad es que en unos 400 metros expone los cuatro saltos más importantes de ese arroyo.
El curso de agua baja, a diferentes velocidades, por una zona de bosque cerrado de altos cipreses y coihues; especies de menor tamaño, como lauras y maitenes, y un tupido y enmarañado sotobosque.
En un recorrido pedestre autoguiado y corto, aunque con mucho para observar y disfrutar, se pueden ver las cascadas ‘La Petisa’, casi tan ancha como alta; ‘Las Mellizas’, compuesta por dos saltos escalonados, y ‘La Larga’, de 67 metros de altura, también conocida como el ‘Salto Grande’.
En la zona más alta, con el cielo despejado se puede apreciar el cerro Trono de las Nubes, frente de la reserva aunque distante, y buena parte del valle 16 de Octubre.
Esta reserva es de fácil acceso desde el casco urbano de Trevelin, con sólo recorrer tres kilómetros hacia el sur por la ruta nacional 259 y luego desviar a la izquierda, otros 14, por un camino de ripio.
Las cascadas, formadas por el arroyo que es desagüe del lago Rosario, se encuentran a sólo 540 metros sobre el nivel del mar, pero parecieran estar todos en los últimos kilómetros, ya que el camino es en constante subida en ese tramo.
En la entrada, la reserva tiene un estacionamiento, un pequeño balneario sobre el arroyo bordeado de árboles, con espacio para picnics y fogones, y un puente sobre el cauce que lleva a la casilla de guardafaunas, que semioculta por la vegetación parece una cabaña de cuentos infantiles.
Allí comienza el sendero autoguiado, que siempre se realiza en compañía del rumor de las cascadas y del agua que corre veloz entre rocas, troncos caídos y otros obstáculos naturales, y el canto de numerosos pájaros, además del esporádico silbido del viento entre las hojas, ciertos días.
El camino pasa primero junto a La Petisa lateralmente, por lo que sólo se la ve entre el follaje, y tras una curva llega a un mirador que permite observarla de frente.
Este salto es bajo y no de los más espectaculares, aunque desde su base el arroyo inicia un descenso abrupto y hace una cerrada curva casi en herradura en la que las copas de los árboles están por debajo del camino.
Allí, aunque no hay cascadas, el turista se encuentra con una de las mejores vistas del entorno del arroyo, especialmente en las tardes, por los tonos del sol en declive entre las ramas.
Luego el sendero se despega del borde del arroyo y atraviesa un laberíntico matorral de arbustos y plantas de baja altura, en especial las espinosas rosas mosqueta, que en la temprana primavera tiñen todo de rojo con sus pequeños e incontables frutos.
El segundo mirador es el de las cascadas Las Mellizas, que están una tras otra en escalera, en una zona donde la quebrada comienza a abrirse y ya sin la galería de árboles que lo encierra en la primera parte, su interior está más iluminado.
La última cascada es La Larga, que cae en un sector donde la quebrada se vuelve cañón y dejar ver sus paredes de un fuerte amarillo ocre de estratos sedimentarios.
Algunos chorros de agua de diminutos arroyuelos filtran en diversos puntos y se deshacen en el aire del precipicio frente al mirador, bajo el bosque que a la distancia forma una verde plataforma sobre el barranco.
El velo de 67 metros fluye con fuerza, se despega de las paredes y cae con fuerza en un profundo ojo de agua, para continuar su curso para desembocar en el río Corinto y luego en el Futaleufú.
El cañón de paredes peladas y fondo cubierto de árboles se cubre allí de la bruma que genera este salto, que por su espuma se lo ve siempre blanco entre las piedras y la vegetación.
El circuito puede llevar menos de dos horas, con tiempo para la observación de la flora y la fauna -especialmente pequeñas aves-, mediante una caminata de baja dificultad.
Aunque el sendero es interpretativo, sólo cuenta con flechas indicadoras de la dirección y carteles con los nombres de las cascadas y su capacidad en cada mirador -en castellano e inglés: ocho personas para La Petisa y cinco para Las Mellizas y La Larga.
El mejor horario es el último antes del cierre -en verano a las 20- cuando el sol del atardecer brinda un regocijante juego de luces y sombras, tanto al dar de lleno contra los paredones como si se refleja en el agua o filtra en haces entre las hojas.
Télam