Tres curiosidades sobre las ‘arañas de mar’

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Recientemente, se ha descubierto que un grupo de artrópodos, los picnogónidos también llamados pantópodos, —en griego, ‘todo patas’—, tiene unas capacidades regenerativas únicas. No solo son capaces de reconstruir una pata amputada, sino también de regenerar órganos internos extirpados.

Pero aún hay otras muchas curiosidades en torno a estos extraños organismos, de los que se conocen en torno a unas 1000 especies, 65 de estas pueden encontrarse en España.

No es una verdadera araña

A pesar del nombre vulgar, ‘arañas de mar’, por el que se conoce a los picnogónidos, en realidad no son auténticas arañas (grupo Araneae). Tradicionalmente, se les clasificado dentro del grupo de los arácnidos, un grupo más amplio, que incluye a la araña y a parientes cercanos, como el escorpión, el opilión, el ácaro, la garrapata o el solífugo. Pero tampoco es una clasificación correcta.

Hasta hace poco, la clasificación más aceptada para los picnogónidos los ubicaba aún más atrás en el árbol evolutivo de los artrópodos, en la categoría de los quelicerados. Se reconocen tres grupos de quelicerados: los picnogónidos, los ya mencionados arácnidos y los xifosuros, comúnmente conocidos como cacerolas de las Molucas.

Esta clasificación ha estado fuera de discusión durante mucho tiempo; sin embargo, las clasificaciones más modernas, basadas más en las relaciones genéticas que en la anatomía comparada, plantean una nueva hipótesis que aleja aún más a las ‘arañas de mar’ del resto de sus parientes.

Una nueva clasificación de los artrópodos, propuesta por el entomólogo Jerome C. Regier y sus colaboradores, y publicada en 2010 en la prestigiosa revista Nature, muestra una primera división basal en el grupo de los quelicerados, donde los picnogónidos se separarían inicialmente del resto, que recibiría el nombre de euquelicerados —literalmente, ‘verdaderos quelicerados’—. Así, arácnidos y xifosuros, miembros de este nuevo clado, se separarían más tarde.

Este equipo de expertos de distintas instituciones científicas estadounidenses pudo haber mantenido el nombre del grupo ‘quelicerados’ para los arácnidos y xifosuros, y dejar a los picnogónidos fuera; sin embargo, decidió mantener el término ‘quelicerados’ para agruparlos a todos ellos y dar un nuevo nombre al clado formado por arácnidos y xifosuros, porque ‘quelicerado’ significa literalmente ‘que tiene quelíceros’ el primer par de apéndices bucales, un rasgo que comparten todos estos animales, ya sea con forma de colmillo o de pinza.

Desde pocos milímetros hasta casi un metro

En las costas españolas encontramos hasta 65 especies distintas de picnogónidos, con una amplia variabilidad de tamaños. La más pequeña es Anoplodatylus nanus; su cuerpo apenas mide 0,5 mm, y sus patas tienen una longitud máxima de 1,5 mm. En el otro extremo encontramos dos especies bastante grandes: Colossendeis clavata, con un cuerpo que puede alcanzar los casi 2,5 cm de longitud, una probóscide igual de larga, que le da una longitud total de 5 cm —la probóscide es la trompa con la que succionan el alimento—, y sus patas entre 15 y 20 cm; un picnogónido cien veces más grande que A. nanus.

Pero aún hay una especie mayor, que pertenece al mismo género, Colossendeis colossea. El torso alcanza los 3,5 cm, que sumado a su probóscide de más de 5 cm, supera con facilidad los 8 cm de longitud. Aunque lo más impresionante son sus patas: extendidas, pueden alcanzar los 75 cm de envergadura, un rasgo que hace honor a su nombre.

Esta es, de hecho, la especie conocida de picnogónido más grande del mundo. Se encuentra en el océano Ártico y en las zonas más norteñas de los océanos Pacífico y Atlántico. Llega a las costas de la Península Ibérica, desde el Golfo de Vizcaya, donde se han encontrado siete ejemplares, entre 1909 y 2034 metros de profundidad, hasta Gibraltar, lugar donde se hallaron otros siete ejemplares, entre 1747 y 1906 metros.

En 2015, un ejemplar de C. colossea fue grabado en vida por un equipo de la Ocean Network de Canadá, en la plataforma continental de Cascadia, en el Pacífico, a 2600 metros de profundidad, y se estima que puede habitar entre los 420 y los 5200 metros.

Auténticos fósiles vivientes

En general, los quelicerados son organismos con representantes realmente antiguos. Los conocidos como escorpiones de mar o euriptéridos, enormes criaturas marinas más emparentadas con las cacerolas de las molucas que con los escorpiones modernos, tienen fósiles datados desde finales del Ordovícico, en torno a 470 millones de años atrás, hasta la Gran Mortandad de finales del Pérmico, que supuso su extinción hace unos 250 millones de años. Los propios xifosuros tienen su origen más o menos en el mismo momento, y aún existen hoy en día. No hay motivos para pensar que los picnogónidos sean más modernos.

Ni mucho menos.

Los restos fósiles de picnogónido más antiguos que se conocen se encuentran en la formación Coalbrookdale, y pertenece al silúrico, datada radiométricamente en torno a hace 430 millones de años. Sin embargo, si combinamos el conocimiento proporcionado por el registro fósil con la información obtenida a partir de los estudios evolutivos moleculares, las cuentas arrojan una conclusión directa: el origen de los picnogónidos debe ser, necesariamente, anterior.

Aunque aún no se hayan encontrado fósiles de estos animales, si durante el Ordovícico ya había xifosuros, y los picnogónidos se diversificaron del resto de los quelicerados antes, es lógico pensar que estas ‘arañas de mar’ tengan su origen mucho antes de lo que muestra el registro fósil.

Conociendo la distancia evolutiva que separa a los picnogónidos del resto de quelicerados, e infiriendo a partir de otros grupos bien estudiados cuál es la tasa de evolución molecular sucedida en tiempos antiguos, un equipo de investigación encabezado por el investigador español Jesús Lozano Fernández, afincado en Reino Unido y profesor en la Universidad de Bristol, llegó a la conclusión de que los picnogónidos debieron diversificarse a principios del Cámbrico, hace unos 535 millones de años, durante la gran radiación evolutiva.

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