La ballena gris, avistada el 1 de marzo frente a Cabo Cod, utilizó el Paso del Noroeste, libre de hielo, para acceder a aguas desconocidas para la especie durante más de doscientos años.
El asombro de los investigadores está bien fundado; aunque las ballenas grises abundaron en el Atlántico, están extinguidas desde finales del siglo XVIII, en gran parte a causa de la caza de ballenas. En la costa del Pacífico, las ballenas se recuperaron gracias a la protección legal, y Estados Unidos las retiró de la lista de especies en peligro en 1994.
Aunque en los últimos 15 años los científicos han informado de un puñado de avistamientos de ballena gris fuera del Pacífico, la mayoría tuvieron lugar en el Mediterráneo y frente a las costas del sur de África.
El único avistamiento en el Atlántico se produjo en diciembre de 2023, cuando unos pescadores informaron de la presencia de una ballena gris frente a Miami. La comparación de fotografías de aquella ballena con la nueva confirmó que son el mismo animal, que parece sano y bien alimentado.
Casi de inmediato empezaron a surgir preguntas. ¿Cómo llegó la ballena (cuyo sexo aún se desconoce) hasta allí, tan lejos de su ruta migratoria natural entre Baja California y Alaska? Y quizá lo más importante: ¿Podría este avistamiento anunciar el eventual regreso de las ballenas grises al Atlántico tras siglos de ausencia?
Polos opuestos
La respuesta a la primera pregunta es relativamente fácil: el deshielo del Ártico permitió a la ballena gris navegar por el Paso del Noroeste, que conecta el Atlántico con el Pacífico a través de Canadá.
“Ya suben hasta el Ártico para alimentarse, así que están bastante cerca de estas nuevas zonas libres de hielo que les permitirían pasar”, afirma Joshua Stewart, profesor adjunto del Instituto de Mamíferos Marinos de la Universidad Estatal de Oregón que no participó en el nuevo descubrimiento.
Pero este nuevo paisaje sin hielo no es en última instancia una bendición para las ballenas, cuyas presas, en su mayoría pequeños crustáceos, están muriendo debido a una serie de efectos de las aguas más cálidas.
Desde 2019, esta desaparición de presas ha matado entre el 25 y el 50 por ciento de las ballenas grises que viven en el Pacífico oriental, según la Asociación Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos. Muchas de las que sobrevivieron están demacradas, y Stewart sugiere que “esta única ballena gris simplemente comenzó a buscar comida en la otra dirección.”
Para complicar las cosas, una vez que termina el verano ártico y las ballenas grises (que pueden llegar a pesar hasta 40 toneladas) intentan volver a casa, se encuentran con que el paso está helado y no tienen adónde ir. Eso es lo que probablemente ocurrió en el otoño de 2023, obligando a esta ballena gris, ahora famosa, a dirigirse al sur, a la zona de Florida.
“No veo esto como algo positivo”, dice Regina Guazzo, investigadora del Proyecto de Reconocimiento Acústico de Ballenas en el Centro Naval de Guerra de la Información del Pacífico en San Diego.
“El deshielo afectará a la cadena alimentaria del Ártico de la que dependen las ballenas, y el agua dulce adicional podría desordenar los patrones de circulación oceánica mundial. Esto podría tener enormes repercusiones en el clima, la temperatura y el suministro de alimentos.”
Una larga vuelta a casa
En cuanto a si las ballenas están recolonizando el Atlántico, “es casi seguro que va a ocurrir”, dice Stewart. “Pero va a requerir mucho ensayo y error por parte de las ballenas“.
Las ballenas no sólo tienen que encontrar nuevas fuentes de alimento, sino que deben establecer una zona de cría y tener una población lo suficientemente grande como para reproducirse, dice.
“Así que estamos hablando de cosas que ocurren en escalas de tiempo evolutivas, cientos o incluso miles de años”.
Para ilustrar el problema, Stewart señala otro grupo, las ballenas grises del Pacífico occidental, que antaño migraban a lo largo de Rusia, Corea, Japón y China, pero que se consideraron extintas en la década de 1970. El descubrimiento en los años 90 de una pequeña población de ballenas frente a la isla rusa de Sajalín suscitó esperanzas de recuperación, pero en los 35 años transcurridos apenas se han producido cambios y los animales siguen siendo menos de un centenar.
“No es algo que vayamos a presenciar con nuestros ojos en tiempo real”, dice Stewart, “pero es genial ver lo que puede ser el comienzo de ello“.
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