Caribe desconocido: destinos exclusivos para escapar de las multitudes

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Infinitas islas se dispersan en el Caribe. Más allá de las más grandes y conocidas que acaparan el interés de los turistas, hay todo un abanico de pequeños paraísos, cada uno con su propia cultura isleña, muy diferentes unos de otros, pero con denominadores comunes que los convierten en imanes seductores: promesas de sol, de arena blanca y aguas azules, música caribeña, gastronomía criolla llena de sabor y una contagiosa visión despreocupada de la vida.

El Caribe es un destino maravilloso para realizar excursiones por todo tipo de paisajes, con vistas espectaculares y momentos de intimidad con la naturaleza. Muchas de estas islas están presididas por picos volcánicos envueltos por la niebla con temperaturas frescas y una vegetación exuberante, mientras que las zonas costeras invitan a rodear bahías recónditas, cruzar acantilados y darse refrescantes baños en sus playas más tranquilas.

La arquitectura del Caribe es producto de una mezcla de influencias adaptadas a circunstancias complicadas y se conservan molinos de viento, túneles bajo antiguos fuertes o construcciones coloniales que nos hablan de su historia. Otra de las señas de identidad del Caribe es la música.

Anguila: el paraíso diminuto tiene 33 playas

Esta isla diminuta tiene nada menos que 33 interminables playas, todas con aguas turquesas, arenas doradas y turistas cóctel tropical en mano mientras las olas les acarician los pies. Relax absoluto garantizado en cualquiera de sus playas, disfrutando de refrescantes chapuzones, sabrosos almuerzos tipo barbacoa y cálidos ritmos isleños.

En sus poco más de 100 kilómetros cuadrados se podremos elegir donde tumbarse: en la parte sur, con vistas a las onduladas monta­ñas de San Martín, o la norte, con vistas al mar. Un equilibrio perfecto entre deleite y privacidad convierte a An­guila en el patio de recreo de muchos ricos y famo­sos. Si nos animamos a dejar la arena, podremos bucear con tor­tugas marinas y peces de colores, hacer submarinis­mo entre pecios o llegar a calas recónditas en ka­yak.

Probablemente la cala más bonita y pequeña de la isla es Little Bay, una diminuta medialuna de arena rodeada por acantilados de piedra caliza, fascinantes cuevas marinas y el precioso azul del Caribe. Eso sí, no es accesible por tierra: para llegar hay que alquilar un kayak y material de buceo en Crocus Bay, y remar unos 15 minutos hacia el este por un impresionante tramo costero bordeado de acantila­dos.

Y si Anguila nos parece demasiado grande, se puede pasar un día en uno de sus diminutos islotes buceando y comien­do langosta, pescado y costillas a la parrilla. Por ejemplo, en Sandy Island, que es poco más que un banco de arena rodeado de aguas cris­talinas y arrecifes llenos de vida. Es la imagen de la isla desierta por ex­celencia, salvo por el restaurante que sirve sabrosa comida caribeña y ponche de ron.

Antigua y Barbuda, tranquilidad en las islas de Sotavento

Antigua es puro Caribe, pasado por acento inglés: casas e iglesias color pastel, tranquilidad, con dosis de ron y lugares llenos de encanto. Su sinuosa costa es una sucesión de pequeñas calas bañadas por aguas azules, y sus bahías recogidas han servido de refugio des­de al almirante Nelson hasta a piratas y navegantes. Quienes consigan levantarse de la tumbona descubrirán un inconfundible aire inglés en su ca­pital, Saint John, o en los his­tóricos fuertes y demás vestigios de su pasado colonial.

El aire más caribeño se puede disfrutar en las noches del domingo en las fiestas-barbacoa en Shirley Heights, que comienzan con la puesta de sol y grandes vistas de English Harbour, y terminan con reggae en directo.

Barbuda, la isla hermana de Antigua, 50 kilómetros al norte, es mucho más agreste. Además de su historia de propiedad comunal de tierras y cuidado responsable de su belleza natural, también conserva su esen­cia cultural única, muy diferente de la de Antigua. Su población, unas 1.300 per­sonas, sigue recuperándose del huracán Irma, que en 2017 requi­rió la evacuación de sus habitantes y arrasó gran par­te de esta frágil isla con muy baja altitud.

Sus extraor­dinarias playas no se vie­ron afectadas, así que quie­nes deseen relajarse en arenas blancas, bucear en arrecifes vírge­nes y observar los famosos rabihorcados deberían visitarla sin dudar.

Las islas ABC: Aruba, Bonaire y Curazao

Aruba, Bonaire y Curazao son un trío de islitas ubicadas en el extremo meridional del Caribe. Llamadas coloquialmente “las is­las ABC”, podrían describirse como una mezcla un tanto explosiva de cultura y naturaleza. Hay desiertos salpicados de cactus a pocos kilómetros de pueblos decorados con grafitis, y arrecifes llenos de vida muy próxi­mos a los restaurantes vanguardistas y los mo­numentos históricos del litoral. Y, aunque comparten rasgos culturales, son tres experiencias distintas.

Aruba, la más pequeña de las tres, es también la más visitada, sobre todo por los norteamericanos en busca de escapadas tropicales. Está a solo 25 kilómetros de la costa de Venezuela y su población es una mezcla cultural de los Países Bajos, África, Sudamérica y Norteamérica. La isla se define con franjas de are­na nacarada, paisajes costeros muy diversos y una buena infraestructura turística.

La modesta Bonaire llama la atención de sus visitantes por su acoge­dora atmósfera en tierra firme y sus espec­taculares paisajes acuáticos. Aquí están los arrecifes más sanos del Ca­ribe y se considera uno de los mejores lugares del mun­do para practicar buceo y submarinismo. Políticamente, es algo distinta de sus vecinas, ya que sigue siendo un municipio especial de los Países Bajos en vez de un país independiente. Las tradiciones de Bonaire están muy vivas en Rincón, la localidad más antigua y centro cultural de la isla.

Curazao mantiene con éxito el equilibrio entre destino urbano y orien­tado a la naturaleza. Su capital, Willemstad, mezcla pasado y presente con sitios patrimonio mundial de la Unes­co, restaurantes modernos y una animada vida nocturna. Fuera de los límites urbanos, la isla es una sucesión de playas bordea­das por acantilados, arrecifes coloridos y par­ques nacionales maravillosamente salvajes.

Barbados, días de playa y ron

Barbados es famosa en todo el mundo por sus playas, y desde luego da la talla con su fina are­na blanca en el sureste, sus bahías doradas con aguas como espejos en el oeste y la agreste na­turaleza de la cos­ta atlántica. Por su parte, el interior ofrece jardines llenos de flores, cuevas espectaculares y bodegas de ron de colores en los pueblitos.

Algo que no se ve desde el avión, pero que queda claro al aterrizar, es el ambiente que hace de Barbados mucho más que un destino playero. Con sus casi 400 años de historia, es la isla legendaria donde la caña de azúcar se transfor­mó en ron por primera vez, don­de los caballeros se hicieron piratas y cuya mezcla cul­tural ha dado una versión muy caribeña de la clási­ca idiosincrasia británica.

Todo esto lleva hasta los barbadenses, pacientes, amables y tran­quilos que se desviven para que los viaje­ros disfruten de su territorio tanto como ellos.

Islas Vírgenes Británicas y los piratas del Caribe

Las paradisíacas Islas Vírgenes Británicas son la meca mundial de la navegación a vela, y también sinónimo para muchos de lujo y glamur. Son cuatro islas principales y unos 50 islotes y cayos donde los vestigios graníti­cos de la actividad volcánica pre­histórica contrastan con algunos picos poblados de palmas platea­das y tamarindos. Pese a su prestigio, Tórtola, Virgen Gorda, Jost Van Dyke y la solitaria y periférica Anegada podrían califi­carse de modestas.

Más allá de los resorts, los viajeros in­dependientes aún pueden encontrar playas poco frecuen­tadas, a menudo junto a arrecifes de coral rebosantes de vida. Elogiadas como meta de submarinismo y buceo con tubo, también son excelentes para actividades en tierra firme como el excursionismo, la escalada en bloque y la búsqueda de objetos de valor en la playa (¡que también es un deporte!).

La imponente Tórtola es la isla de los surfis­tas, cuyo único objetivo es pasar largas jor­nadas en rompientes recónditos. La lujosa Virgen Gorda es un imán para fotógrafos y gas­trónomos. En la diminuta Jost Van Dyke, llamada “la isla de los descalzos”, no faltan chiringuitos ni historias de piratas. Y, lejos del res­to, las alargadas playas de arena con hamacas colgadas de uveros de Anegada aguar­dan a aventureros deseosos de explorar uno de los mayores arre­cifes del Caribe.

En el extremo oriental de Tórtola, conectado por medio de un puente corto, encontramos otro miniparaíso dentro de un miniparaíso: Beef Island, un manglar que es la cuna de la fauna y flora marina de las Islas Vírgenes Británicas, y un refugio para ejemplares jóvenes de tiburón limón o fauna propia.

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